Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Los papás de un muchacho llamado Solón se preocuparon porque todos los días lo encontraban practicando el placer solitario que se atribuye a Onán. Así, lo casaron con una muchacha del barrio. Cuando la pareja regresó de la luna de miel le preguntaron a Solón cómo le había ido. “No muy bien -respondió-.Aella luego luego se le cansó el brazo”. Estoy empezando a sospechar que tengo más de cuatro lectores. Gabriel Pereyra, querido amigo mío, hombre de letras que sabe mucho de comunicación, calcula que cada día me leen más de un millón de personas, tanto en periódicos impresos como en los medios electrónicos. Procuro no pensar en eso: Si lo hiciera sería incapaz de escribir una sola línea. Por eso hablo siempre de mis cuatro lectores. Con ellos puedo dialogar como en tertulia familiar, pues sé que perdonarán mis fallas. Pero en efecto: A lo mejor son más de cuatro. El pasado viernes puse aquí una frase que Ortega y Gasset cita en sus Meditaciones del Quijote: “Benefac loco illi quo natus es”, que traduje libremente como “Haz el bien al lugar donde naciste”. El filósofo español dice que esas palabras se leen en la Biblia. Ignorante que soy, pedí a mis cuatro lectores que me dijeran en qué parte del sagrado libro aparece esa sentencia. ¿Cuántas respuestas creen ustedes que recibí? ¡372! Eso me alegró. ¡Cuánta gente hay conocedora profunda de la Biblia y dispuesta a ayudar a quienes no la conocemos! De sus mensajes aprendí lo que presentía ya: Que ese libro contiene tesoros inmensos de sabiduría y fe. Ahora bien: ¿Cuál fue la contestación a mi pregunta? ¿En qué parte de la Biblia está la frase citada por Ortega? La respuesta de mis lectores fue unánime: ¡en ninguna! Hay sentencias bíblicas que se le parecen, pero la atribución hecha por el escritor es incorrecta. La clave de ese error me la proporcionó don Salvador Arana Sánchez, quien me envió la transcripción de un artículo escrito por Jordi Gracia en Ápeiron, Estudios de filosofía. Jordi Gracia (Barcelona, 1965) es profesor de literatura española en la Universidad de Barcelona y colaborador frecuente de El País. En 2014 la editorial Taurus publicó su excelente biografía de Ortega. En ese artículo -Cabos sueltos- escribe Gracia lo siguiente: “. El lector recordará sin duda que la formulación rotunda de Ortega ‘Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo’ viene seguida de unas palabras presuntamente bíblicas: ‘Benefac loco illi quo natus es’. Pero yo no he encontrado esa cita en la Biblia ni he localizado rastro alguno de que alguien la haya localizado.”. Propone Gracia dos hipótesis para explicar ese equívoco orteguiano: O el filósofo citó de memoria aquella frase y “le saltó a la pluma la Biblia”, o bien, protegió su idea “con una cita bíblica que nadie se tomará la molestia de verificar”. El articulista se inclina por la primera posibilidad: Ortega habría jugado “un bromazo” a sus lectores, y buscó tener “un imbatible blindaje para su propio pensamiento”. Yo, contrariamente, pienso que estamos en presencia de un error liso y llano del filósofo, a quien considero incapaz, por su reciedumbre moral e intelectual, de engañar a quien lo lee. Ortega tenía en el poso de la memoria aquella frase, y pensaba de buena fe que pertenecía a la Biblia. Ese yerro del gran autor me tranquiliza: Cuando cometa yo alguna equivocación todos los días caigo en varias- recordaré el desliz de Ortega y me consolaré. Mal de sabios consuelo de tontos. Por ahora doy las gracias a don Salvador y a todos los buenos lectores que se tomaron la molestia de poner su saber en mi ignorancia, su luz en mi tenebregosa oscuridad. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a apuntar ese adjetivo, “tenebregoso” -vale decir cubierto de tinieblas-, para aplicarlo a la conducta de nuestros políticos). Inexplicablemente cinco de cada tres personas no creen en las estadísticas. Don Frustracio le contó a un amigo: “Creo que anoche, después de muchos años, mi esposa Frigidia sintió por fin algo cuando estábamos haciendo el amor”. Preguntó el amigo: “¿Qué te hace creer eso?”. Explicó don Frustracio: “Por un momento dejó de jugar al Candy Crush”. FIN.

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