Pocas cosas ilustran mejor la histórica miopía y cerrazón mental de Estados Unidos frente a América Latina que su absurdo e inútil intento de aislamiento y bloqueo a Cuba.
Si bien tradicionalmente los políticos estadounidenses han considerado a todo aquello al sur de sus fronteras como su "patio trasero", prefiriendo concentrarse en sus intereses en Europa, Medio e incluso Lejano Oriente, lo cierto es que han descuidado como pocos su propio vecindario.
Otras naciones imperialistas o expansionistas, como Rusia, se han preocupado primero y antes que nada por su entorno geográfico inmediato, conscientes de que los primeros y más urgentes riesgos y amenazas llegan de cerca antes que de lejos. Es por ello que antes, durante y después de la existencia de la Unión Soviética, Moscú siempre se ha ocupado, obsesivamente muchas veces, con el exterior inmediato. El idioma ruso tiene incluso un término para definir al extranjero cercano: "blizhneye zarubezhye", utilizado al menos desde inicios de los años 90 para referirse a las 14 antiguas repúblicas de la URSS y que hoy se aplica indistintamente a las colindancias inmediatas o no de la Rusia de Putin.
Bien o mal (sobre todo mal) Moscú jamás ha dejado que su "jardín" quede en el olvido o el descuido. A veces con incentivos, otras con amenazas o con el uso de la fuerza, ha buscado blindarse de los peligros que llegan de las cercanías. De ninguna manera ejemplar, la política rusa hacia su zona de influencia estratégica ha sido menos desafortunada que la estadounidense. Y es que Washington optó por el peor de los mundos: el simultáneo maltrato, descuido y desprecio por Latinoamérica lo coloca hoy en una franca situación de desventaja en la región que, teóricamente, debería ser "la suya".
Por eso es tan significativa, y sí, histórica es la palabra adecuada, la iniciativa de Barack Obama para normalizar paulatinamente las relaciones entre EU y Cuba. E igualmente histórica y significativa la respuesta cubana. De tan alto valor simbólico son el saludo primero y la reunión después entre Raúl Castro y Obama en la Cumbre de las Américas como los discursos de ambos, especialmente el del cubano que, no obstante su duración, tiene dos elementos fundamentales: las palabras conciliadoras, amistosas hacia el presidente Obama, y el tácito reconocimiento de que ya lo pasado es.
Sin olvidar los agravios históricos, que son muchos, Raúl ha optado por mirar hacia adelante y tratar de reinventar la relación de la isla no sólo con Estados Unidos, sino con el resto del mundo. Sus alusiones "al Internet" libre son muestra de ello, aunque tal vez no se dé cuenta todavía del impacto que eso tendrá para su régimen. Y con todas las carencias materiales y de libertades que sufre Cuba, es innegable que las cosas ahí están en movimiento.
Y de Obama, imposible dejar de reconocer su capacidad para dar un salto de décadas hacia adelante a la política exterior de su país, sacarla de los tiempos de la Guerra Fría y acercarla al nuevo milenio, que ya no es, a sus quince años, tan nuevo. Lo ha hecho ahora con Cuba, como lo intenta desde hace meses con Irán. La profunda desconexión de la realidad y de los tiempos modernos que permeó a la política estadounidense ha afectado severamente a su diplomacia. Hoy, por fin, Cuba deja de ser un asunto a resolver con el "lobby cubano" de Miami, que tenía secuestrado y chantajeado al Congreso y por ende a la Casa Blanca, para adquirir su verdadera dimensión.
Las grandes transformaciones del mundo se dan a partir de pequeños gestos simbólicos, que toman su propia inercia hasta volverse irreversibles. Lo sucedido en Panamá bien podría ser uno de esos actos que terminan por convertirse en la piedra angular de un nuevo orden mundial.
Lo veremos en nuestros días, sin duda.
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(Analista político y comunicador)
