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PIÉNSALE, PIÉNSALE

Amor divino

ARTURO MACÍAS PEDROZA

¡Qué lejos estamos de la perfección del amor! Y, sin embargo, sólo el verdadero amor es capaz de dar al hombre plena realización de su existencia. Pero… ¿Quién es perfecto, sino sólo Dios?

En el inicio de la Semana Mayor celebramos precisamente el Amor de Dios, "porque tanto amó al mundo que le dio a su hijo único" (Jn 3, 16); celebramos que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que ama" Jn. 15, 13). Estos días santos son para que avancemos animosamente hacia ese grado de amor divino, porque precisamente eso es nuestro objetivo como humanos. Tenemos la tarea de asimilarnos lo más posible a este amor, ya que somos hechos de amor y para el amor.

Pero no sólo no hemos caminado y crecido en la perfección del amor, sino que hemos desandado el camino. El sistema consumista, el liberalismo, el hedonismo, el individualismo y demás tendencias actuales que se conectan y fomentan mutuamente, nos han arrastrado a una verdadera involución, al rechazar el aspecto fundamental del ser humano que es el amor. Hemos retrocedido en nuestro desarrollo como seres humanos. Aunque percibimos que lo hecho por el amor y para el amor auténtico nace de Dios y produce frutos divinos: No entristece o envilece, sino que alegra y libera; es decir, que perfecciona al hombre.

Es una crisis de civilización que se manifiesta de diversas formas como consecuencia de la sobrevaloración egoísta del individuo (no de la persona) encerrado en sí mismo y buscador sólo de su bienestar. Cuando los otros son solo competidores y enemigo, no es el bien común una categoría posible en esta mentalidad; no cabe la posibilidad de responsabilizarse por conservar la Tierra; el lucro es la ley fundamental y a ella supeditan cualquier otro valor; se rechaza todo modelo de desarrollo humano socialmente sustentable; la producción de la riqueza y su distribución nunca se consideran bajo los valores de la solidaridad, de la responsabilidad civil. No obstante, la necesidad de retomar el rumbo de la humanización, La resistencia de renovación por parte del sistema es tal, que prefiere suicidarse que cambiar. Se declara incapaz de percibir el daño y mucho menos de revertir la situación.

Es la Semana Santa la oportunidad de descubrir y vivir el amor verdadero, de descubrir al otro como alguien por quien entregarse, a quien servir, encontrando en ello la verdadera realización personal y el crecimiento como humanidad. Pero ello supone actitudes de verdadera conversión de todo un sistema centrado en la idea del progreso, que cree que los recursos de la tierra son infinitos. El consumir y consumir nos ha conducido a una crisis que no puede sino ser terminal. La organización de la vida en función del acaparamiento de capitales no da un verdadero sentido a la vida humana. Las soluciones no pueden venir de quienes comulgan con esta mentalidad social. Las promesas de cambio que estamos escuchando a nivel nacional y local no proponen el salto necesario y se quedan en paliativos que sólo maquillan un poco, pero siguen siendo parte de un sistema insostenible. Las aguas torrenciales recién caídas en nuestra región no sólo descubrieron la mala calidad de la infraestructura urbana, sino la situación crítica del sistema egoísta y competitivo que ha dejado a un lado el amor.

La verdadera transformación en La Laguna vendrá cuando aprendamos el mensaje de amor perfecto, que se manifiesta en estos días santos; cuando salgamos de nuestro egoísmo para descubrir la alegría de amar verdadero que es donación total, manifestado en la Cruz como abajamiento humilde, desprendimiento total, amor puro y desinteresado; amor perfecto. Servicio mutuo totalmente contrario al egoísmo y a la tiranía del tener sobre el ser. Así entendido se concretará en una forma nueva de servir, de gobernar, de hacer partidismo, de construir ciudadanía, de colaboración con la autoridad, de razones y criterios para elegir al votar. El cambio de estructuras tendrá que venir pues de un cambio interior.

Este cambio de mentalidad, aunque no compete a un sector de la población sino a todos, es la clase dominante (poder económico y político) la menos dispuesta a dejar sus prácticas. Beneficiadas directamente por estructuras que controla, las promesas de cambio no tienen la verdadera intención de transformar la realidad: Corrupción, impunidad, ineficiencia y dispendio son cínicamente continuados sin percibirse su dimensión dañina. Los medios siguen esperando engañar mostrando una realidad que cada vez se diluye más. Las estructuras sociales y los partidos aún no están dispuestos a alcances mayores de los que el sistema permite. La ciudadanía atrapada en la ignorancia y la manipulación, sigue pasiva buscando sin querer encontrar, hablando sin querer actuar, viendo sin comprometerse. Los grupos sociales y religiosos aún no han comprendido su papel de guías, de críticos, de promotores de unidad y de iniciativas constructores de espacios de comunión. Si hay alguien que quiera hacer diferencia, tendrá que mostrar mucho más de lo visto hasta ahora.

El cambio de sistema vendrá de la capacidad de cambiar la manera de entender nuestra relación con los demás y con las cosas. La sabiduría ancestral que nos muestra una manera de entender nuestra relación con el Universo, está aún en medio de nuestras comunidades como opción viable que invita a regresar al camino de crecimiento humano. Esta sabiduría tiene la comprensión del yo dentro de un todo y entiende nuestro paso por la tierra en un contexto amplio en el que somos invitados a danzar la alegría de la vida. Esta sabiduría cuestiona así el materialismo y nos pone sobre aviso de nuestra voracidad. Las cosmovisiones indígenas son la fuente de inspiración en esta crisis civilizatoria: Nos enseña que podemos ser humanos de manera diversa al capitalismo que es perverso, genocida, etnocida, ecocida y suicida. → habiendo probado su poder deshumanizador es tiempo de sumarnos a la construcción de un nuevo tipo de ciudadanía que no es individualista, sino social, que no busca el progreso económico, sino el bien vivir con la satisfacción de necesidades legítimas, equilibrado con la naturaleza y que recupera lo espiritual y lo sagrado. Que esta Semana Santa aprendamos a amar como Dios ama.

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