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Peña Nieto, el eficaz

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, la palabra "eficacia" alude a la "capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera". A partir de dicha definición me atrevo a aseverar de manera categórica que el presidente Enrique Peña Nieto es, sin lugar a dudas, una persona eficaz. Así, me parece, lo tiene que reconocer todo el país, más allá de sus filias o sus fobias partidistas.

Cierto, hasta diciembre pasado sólo llevaba cumplidos 28 de los 266 compromisos que firmó ante notario en campaña y no hay nada que indique que pueda cubrir la totalidad de los mismos. De hecho, en el mejor de los casos, habrá satisfecho alrededor del 40 por ciento de sus promesas. Pero eso no es suficiente como para retirarle el bien ganado calificativo de "eficaz".

Tampoco lo es que el año pasado, gracias a su maravillosa e inigualable Reforma Hacendaria, el país generó la menor cantidad de empleos de los últimos nueve años: sólo 188 mil nuevas plazas laborales, a pesar de que con la reforma en la materia que le adelantó Felipe Calderón, la mesa estaba servida para que hubiera una explosión de miles -aunque ciertamente poco dignos- de empleos. Pero, ante el elevado costo que tiene para las empresas el sostenimiento de cada trabajador, ¿quién quiere arriesgarse a contratar a más personas?

Me queda claro que habrá quien diga que las cifras de la inseguridad son lo suficientemente duras como para suprimir a Peña el calificativo de "eficaz" que le estoy dando. Pero no, creo que tampoco eso basta. Sí, bajo el actual gobierno federal se alcanzó en el país una tasa de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes de 19.7, superior a la de 2013 que fue de 19; también es cierto que algunos - no todos - de los delitos de alto impacto se mantienen a la alza. Sin embargo, tampoco es a ese rubro al que le atribuyo la eficacia.

El desempeño de la economía, cuyo crecimiento ha desilusionado a propios y extraños tampoco prueba de manera alguna que Peña Nieto no es eficaz. En todo caso, tal vez sí lo sea su secretario de Hacienda Luis Videgaray, ya que una y otra vez ha fracasado en su intento por predecir lo que ocurrirá con el crecimiento del PIB. Pero, al presidente esos errores no empañan su eficacia, como tampoco lo hacen los más de 50 millones de pobres, o los múltiples atropellos a los Derechos Humanos, o la falta de transparencia, o cualquier otra cosa de las muchas de las que se le puede acusar a Peña.

La eficacia es, insisto, acudiendo al diccionario, "la capacidad para lograr el efecto que se desea o se espera". Y ya nos dijo con toda claridad el presidente Enrique Peña Nieto cuál es el resultado que él busca: "No trabajo ni dedico mi empeño a colocarme medallitas ni a atener logros personales". Y siendo ese, ahora sí, su propósito (o debo decir más bien, des-propósito) claramente anunciado, no nos queda más que reconocer que lo está logrando y lo hace con un nivel de eficacia que asombra. Cero medallas y cero logros personales para Peña Nieto.

Ojalá y alguien cercano le recuerde que siendo la máxima figura pública de México, sus éxitos personales no pueden estar disociados de su papel como presidente. Que el cargo que ocupa le exige colgarse medallas por su desempeño. Que la ausencia de logros personales significa también la inexistencia de aciertos como titular del Ejecutivo federal. Y que fue, para eso que pidió el voto.

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