Siglo Nuevo

La capilla de El Altillo, joya de la modernidad

La vanguardia mexicana en arquitectura

La capilla de El Altillo, joya de la modernidad

La capilla de El Altillo, joya de la modernidad

Gregorio Muñoz Campos

La obra conjunta de Enrique de la Mora y Félix Candela antecedió por una década los cambios establecidos en la liturgia por el Concilio Vaticano Segundo, significándose como una obra pionera en la escena mundial.

ARQUITECTURA Y RELIGIÓN

Después de la vivienda, el espacio sagrado fue de las primeras obras donde el hombre manifestó sus aspiraciones íntimas y colectivas. En nuestro país, algunas de las mejores expresiones arquitectónicas pertenecen a este género: los centros ceremoniales precolombinos, valorados por sus logros constructivos y por su importancia simbólica; las estructuras conventuales del siglo XVI, un tipo sui géneris de claustro religioso, adecuado a las necesidades de evangelización y conversión; la arquitectura barroca, como un espacio para la expresión figurativa de los artesanos mexicanos y la manifestación de la simbiosis de dos culturas.

En épocas recientes, México ha sido pionero en la renovación de los espacios para el culto católico. El caso de la capilla de El Altillo es uno de sus mejores ejemplos.

PERMANENCIA Y CAMBIO

La Capilla Nuestra Señora de la Soledad El Altillo (1955) es un caso notable en un ámbito en el que el cambio es poco frecuente. Su forma, la ligereza de su estructura, el místico atractivo de su vidriería y el carácter de recogimiento en su interior, son sólo algunos de los aspectos resueltos con imaginación y maestría que le han permitido mantenerse como uno de las edificaciones de mayor relevancia en términos de innovación, estilo formal y carácter arquitectónico, en la capital de la república.

La zona de emplazamiento en el antiguo barrio de Coyoacán fue asiento de un capilla del siglo XVI aún en pié, la de Panzacola. Del río Chimalistac, que ahí corrió, y su pequeña plaza, sólo queda un pequeño puente de piedra. El tráfago de la Avenida Universidad que corre adyacente los hace pasar desapercibidos. Los grandes fresnos que poblaron la zona sobreviven a contracorriente.

LA HACIENDA DE EL ALTILLO

De las grandes transformaciones de la zona sur de la Ciudad de México dio cuenta Salvador Novo, residente de Coyoacán y cronista de la ciudad en su momento. Fue testigo del ímpetu modernizador del México de la posguerra hacia el sur de la capital: el nacimiento de la Ciudad Universitaria, la construcción de los Jardines del Pedregal y el proceso implacable de urbanización de los terrenos de piedra basáltica del Xitle con la apertura de la Avenida de los Insurgentes, la Avenida Universidad y el Paseo de Taxqueña.

El sitio tuvo un vínculo con las tierras coahuilenses, pues fue propiedad de la familia del marqués de Aguayo, quien construyó ahí una casa de descanso. Sus herederos la donaron a la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo para sede de su escolasticado en 1949. El añoso casco se convirtió así en un peculiar claustro conventual.

EL DISEÑO

En los albores de los años cincuenta el proyecto de la capilla se desarrolló por iniciativa del superior de la orden, padre Pedro Corona Montesinos, ante las limitaciones de los espacios interiores de la antigua hacienda. Para ello fue seleccionada una dupla de arquitectos que ya había dado muestra de singular talento: Enrique de la Mora (1909-1978) y Félix Candela (1910-1997), este último emigrado desde España a nuestro país a finales de los años treinta.

A ambos les precedían logros notables. A De la Mora sus obras tempranas le habían permitido destacar y recién había terminado con éxito un singular edificio para la parroquia en la Purísima de Monterrey. Candela destacaba en el terreno de las estructuras de concreto de cascaron, llamadas así por su delgado espesor, con amplias posibilidades para edificios públicos de grandes dimensiones.

El jardín interior ofreció un lugar excepcional para el desplante del edificio. En los bordes del subsuelo volcánico se cimentó la estructura, aprovechando el declive natural del terreno. El ambiente a la sombra de los frondosos árboles permanece aún rodeando la etérea estructura.

Aislado del resto del conjunto, el acceso de la capilla transita por el escalonamiento de terrazas y plataformas. El gradual ascenso proporciona a la capilla una jerarquía singular a pesar de sus escasos mil metros cuadrados de superficie.

LA VISIÓN INNOVADORA

El programa arquitectónico planteó la necesidad de tres diferentes funciones a resolver: el presbiterio y altar alojando el coro, el área de la feligresía y un atrio. La planta en forma de rombo fue mas allá de la planta basilical que prevaleció como la distribución clásica desde los templos de la arquitectura cristiana primitiva. La forma misma fue también una contribución sin precedentes: la estructura de membrana generada por las superficies de los paraboloide hiperbólicos, que funden la forma de una parábola con la de una hipérbole.

La celebración eucarística de la orden, buscando un acercamiento más estrecho con los feligreses, solicitó el giro de 180 grados del altar, para que el celebrante diera la cara al público. Esa forma litúrgica existía de manera incipiente en Roma para entonces y los arquitectos la asumieron como propia. Diez años más tarde fue una de las innovaciones del Concilio que se extendieron por todos los espacios del catolicismo.

UNA MANCUERNA EXTRAORDINARIA

La sagaz distribución propuesta por De la Mora encontró un aliado insuperable con el genio creador de Candela. La forma triangular resultante en el frente y el acceso del edificio constituyó todo un hito.

El desarrollo del proyecto puso también en escena la asesoría de Luis Barragán y Jesús Reyes Ferreira, quienes en diferentes etapas del proyecto contribuyeron con sus sugerencias para la consecución de la obra. Igualmente el talento creador de los esposos Herbert y Kitzia Hoffman, quienes diseñaron las esculturas y el enorme vitral de la capilla, respectivamente.

ARQUITECTURA Y ARTE

El tema central del vitral dominado por los tintes azules, dorados y rojos, es la de una paloma que en trazos ligeros extiende sus alas por todo lo ancho. Es un alusión al Espíritu Santo, la Epifanía y una imponente creación que imprime al espacio con su luz filtrada, un halo de introspección.

La figura de la Virgen que preside el presbiterio representa la voluntad formal de la escultura moderna con algunas reminiscencias del arte gótico por la esbeltez y tono adusto de la forma. No es ninguna coincidencia, pues Herbert Hoffman fue alumno de la Bauhaus en Weimar.

De él es también la cruz procesional y el atrio que resuelve de manera inteligente el espacio de acceso a la capilla. Su sello fundamental es un vía crucis abstracto con sus estaciones marcadas por textos, símbolos y un gran muro horadado que se funde con el paisaje.

El edificio que se yergue entre esbeltos árboles, es un apacible volumen plantado firme sobre el césped, muros de piedra volcánica y pisos de barro. La quietud de su forma exterior semeja, en su perfil, un ave que emprende el vuelo. A sesenta años de su apertura, mantiene el espíritu fresco de la creación moderna y sobrio se funde en el paisaje.

LA VANGUARDIA EN LA PERIFERIA

En el mediodía del siglo XX, un puñado de creadores mexicanos dio luz a un edificio que, contrastando con las grandes construcciones de la posguerra y asumiendo los postulados del movimiento moderno, marcó nuevos derroteros en el terreno de la arquitectura religiosa.

En medio del bullicio de la megalópolis, la Capilla de El Altillo ofrece al visitante un remanso en el camino, al creyente un espacio para la meditación y al mundo, un testimonio de la capacidad creadora de un pueblo.

EL ALTILLO EN LOS LIBROS

Una Oración plástica. Luis Arturo García Dávalos, 2010.

Enrique de la Mora, tres obras decisivas. Alberto González Pozo. CONACULTA, 2000.

Félix Candela.Juan Antonio Tonda. CONACULTA, 2000.

La arquitectura Mexicana del siglo XX. Fernando González Gortázar. CONACULTA, 1996.

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