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El benefactor

Era una vez un hombre bueno que por el trabajo de sus abuelos y de sus padres heredó una gran fortuna que le permitía vivir a todo lujo y sin preocupaciones de ninguna índole.

Acostumbrado a agradecer por todo lo recibido ya que en su hogar eran religiosamente respetados los valores del reconocimiento, el trabajo, la verdad y el compartir, no quiso estar exento de participar, con lo mucho que había recibido, de apoyar varios programas en bien de la gente más necesitada.

Reunió pues un grupo de ingenieros, médicos y abogados para que sin dar su nombre le realizaran un censo por las colonias más pobres de la ciudad y de manera anónima dar su ayuda.

Los ingenieros le presentaron necesidades de drenajes, luz, agua potable y pavimento, agregaron escuelas; los médicos le hicieron saber de necesidades de medicamentos que el sector salud ya no puede otorgar oportunamente; agregaron alimentos para dietas a los niños y la necesidad de una buena asepsia en las colonias sin aguas negras y basura.

Los abogados se encargaron de tramitar la propiedad de terrenos para dar certidumbre a los habitantes de que ese pedacito de tierra era suyo y ahí podría, un día, construir su casa sin la amenaza de líderes chantajistas y usureros que pretenden someterlos a cambio de no expulsarlos de la colonia.

Así pues el proyecto se inicio y el dinero dispuesto solo alcanzó para tres colonias. El proyecto era sustentable ya que para los trabajos se contrataba a los mismos vecinos y de esa manera iban viendo el cambio en su colonia y lo apreciaban más pues era obra de ellos mismos.

Así, el benefactor gastó casi el 50% de su fortuna.

Pasaron diez años de apoyos y anonimato de quien lo hacía seguía vigente.

A veces los vecinos especulaban y decían que si no sería un narco el que les ayudó a todo eso. Las viejitas de la colonia decía que era un ángel.

La misma gente del municipio tenía sus dudas ya que el hombre aquél solo vivía en la ciudad pero sus empresas estaban en otras partes del país.

Un mal día, en un crucero, frente a un semáforo en rojo, dos jovencitos se acercaron al auto del benefactor para robarlo, él se resistió y pasó, lo que siempre pasa en un caso así: un disparo a la cabeza acabó con su vida.

Y lo de siempre, unas cuantas esquelas en el periódico, la promesa de que se va a capturar a los asesinos y tiempo después todo olvidado y al cajón de las estadísticas.

Pero en las tres colonias ya no llegaron los recipientes con la leche para los desayunos de los niños; tampoco el pago de la últimas tres semanas de trabajo a los vecinos, no llegó el material para la iglesia y la escuela no terminó su aula para los niños de sexto grado; nadie se explicaba la razón de que los apoyos no llagaban.

¿Por quién preguntar?. Los empleados encargados de llevarles los apoyos dejaron de ir. Las tiendas de abarrotes dejaron de vender las grandes cantidades que les compraba aquél hombre, los médicos se fueron, los ingenieros también, los maestros y los abogados.

Las colonias empezaron a sufrir de necesidades por la muerte de un solo hombre al que nunca conocieron.

¿Cuántos benefactores anónimos han muerto en manos de los criminales? El que apoyaba a los niños con leucemia, a los albergues, a los asilos; a los mismos cuidadores de coches y voceadores en la calle.

¿Cuántos más seguirán? ¿Cuántos más se irán?

El gobierno no podrá con todo.

Muchos benefactores ayudan, casualmente, a esas colonias donde se ocultan los delincuentes; el problema es.... que no se conocen.

Miguel Gerardo Rivera

Gómez Palacio, Dgo.

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