Nadie está exento de la ofuscación

“El enemigo de mi enemigo es mi amigo” es un dicho insostenible que personalidades de gran intelecto han tomado como verdad indubitable. El filósofo José Vasconcelos, como tantos otros, llegó a ver con simpatía a los nazis simplemente porque en su momento constituyeron un firme desafío al dominio anglosajón del planeta.

De niño, viviendo en Piedras Negras debido al empleo aduanal de su padre, con sus pequeñas hermanas cruzaba la frontera para estudiar en Eagle Pass y allí, maestros y alumnos estadounidenses le espetaron varias veces la frase nada cordial: “Mexican are a semi-civilized people” (Los mexicanos son gente semicivilizada). Quien llegaría a ser rector de la Universidad Nacional de México, y después el más memorable de los titulares de la Secretaría de Educación Pública jamás olvidó aquella ofensa. En sus libros expuso la superioridad de la “raza cósmica” y de la cultura latina sobre el grosero pragmatismo norteamericano. Posteriormente, aprovechando su prestigio intelectual, funda y dirige una revista continental llamada Timón, en que hizo una apología del nazismo. En su descargo, puede decirse que en 1940, año en que publicó esa infortunada apología, todavía no se conocían muchas de las atrocidades que cometió el régimen de Hitler. No obstante, la defensa a ultranza que Vasconcelos hizo del fascismo alemán no tiene justificación; está claro que fue ofuscado por un añejo rencor.

Por otra parte, se podría decir que Jorge Luis Borges, reconocido por propios y extraños como un autor con todos los méritos para ganar el Premio Nobel de Literatura, se privó a sí mismo de ese galardón al aplaudir el golpe de estado que el general Videla y otros militares dieron contra el régimen de María Estela Martínez de Perón. Borges tenía un odio enorme al peronismo, alimentado sobre todo por afrentas que sufrió su familia.

En una entrevista declaró: “Yo nunca negué ser antiperonista. Además de razones generales, tengo razones particulares: mi madre estuvo presa. Participó en una manifestación que hubo para que no se modificara el Himno Nacional. Y luego mi hermana estuvo presa, en una cárcel para prostitutas, pues a un grupo de señoras las destinaron allí para insultarlas deliberadamente. Y cumplieron sus 30 días. Salvo que ellas no sabían que iban a ser 30 días, de modo que para ellas fue indefinido aquello”.

Videla, poco después del golpe militar, para mejorar su imagen, invitó a comer en la residencia presidencial a Borges y a los también destacados escritores Ernesto Sabato, Horacio Esteban Ratti y Leonardo Castellani (polémico sacerdote, expulsado de la Compañía de Jesús). En el libro Disposición final, Videla refiere que en aquella ocasión, Borges lo saludó diciéndole: “¡Ave, César, vencedor de los peronistas!”.

Tras esa comida Sabato dijo a los reporteros: "El general me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó su amplitud de criterio y la cultura que posee". Sabato igualmente detestaba al peronismo y no titubeó al declarar: “La inmensa mayoría de los argentinos rogaba que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos".

Como circunstancias atenuantes, tanto Borges como Sabato criticaron a la junta militar cuando todavía estaba en el poder. Borges incluso recibió a madres de la Plaza de Mayo y publicó un texto expresándoles su solidaridad por la injusta desaparición de sus hijos. Y cuando Raúl Alfonsín se convirtió en presidente, Sabato fue designado jefe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, cuyas investigaciones llevaron a la cárcel a los militares genocidas.

Sin embargo, los yerros de esos gigantes intelectuales no se olvidan. Si colosos de la cultura cometen ese tipo de errores resulta obvio que nadie está exento de cometerlos.

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