La idea de conservar la naturaleza no es reciente en la evolución humana, existen ejemplos de sociedades que desde hace milenios se preocuparon por convivir armónicamente con su entorno natural y las otras especies que formaban parte de él; sin embargo, a partir de la industrialización y el advenimiento del capitalismo las actividades humanas se fueron expandiendo y con ello el ambiente se antropizó, quedando cada vez menos ecosistemas naturales en buen estado de conservación.
La ocupación humana de los espacios físicos alteró los ecosistemas naturales y desplazó o exterminó las especies que competían con la nuestra, de modo tal que con el tiempo se fueron reduciendo y con ello se perdieron servicios ambientales que prestan a la población, afectando su calidad de vida. Si bien esto ocurre desde hace varias centurias, recientemente se advierten los impactos ambientales y los problemas sociales que esto genera, surgiendo la necesidad de proteger y conservar algunos de esos espacios mediante diversas estrategias, entre ellas la creación de áreas naturales protegidas.
Quienes vivimos en la Comarca Lagunera, región económica con una historia joven y que por condiciones naturales dispuso de importantes recursos naturales como agua abundante, suelos fértiles y vegetación diversa en un entorno desértico, los cuales sirvieron de soporte para que en ella ocurriera un rápido crecimiento económico, percibimos que éste se ha obtenido a costa del uso intensivo que hemos realizado de esos recursos a los cuales histórica y actualmente presionamos agotándolos o contaminándolos, como sucede con el agua o los suelos agrícolas.
Esta actitud depredadora incluye la biodiversidad que albergaban los ecosistemas naturales antes de antropizarlos, de modo tal que a inicios del Siglo XXI nos damos cuenta que al abrir tierras al cultivo, utilizar fertilizantes sintéticos y agroquímicos para aumentar la productividad agrícola alteramos los ecosistemas ubicados principalmente en las planicies y corredores ribereños, contaminando suelo, agua y aire a la vez de que desplazamos y destruimos gran parte de la biodiversidad existente. Transformamos el espacio rural argumentando que son los costos del progreso, con esa limitada visión antropocéntrica que nos caracteriza.
También ocupamos espacios físicos para construir caminos, viviendas, fábricas y otras edificaciones que dieron lugar a nuestras ciudades en que se ha fincado la vida urbana regional, tapizamos el suelo con concreto y nos hemos visto obligados a realizar un manejo de los residuos sólidos y líquidos derivados de la concentración demográfica, a pensar como controlamos las emisiones de gases por el consumo que hacemos de combustibles fósiles, de la degradación de materia orgánica y otras partículas que incorporamos en la atmósfera inevitablemente contamina.
Nos hemos dado cuenta que sólo quedan algunos pocos espacios donde el ambiente aún es saludable, en contraste con la salud humana que se deteriora por el disturbio ambiental, los cuales nos hemos dado a la tarea de proteger y conservar, de acotar la ambición humana que busca usarlos con fines de lucro. Uno de esos espacios es el Cañón de Fernández, un corredor ribereño de treinta kilómetros rodeado de dos hileras de cerros que conserva su bosque de galería y la vegetación del sotobosque, que sirve de lugar de paso y anidamiento de aves migratorias y locales, donde habitan peces cuyas poblaciones nativas han sido desplazadas por las introducidas para practicar una pesca comercial, donde transita el último tramo vivo del Río Nazas, el río que junto con su hermano menor, el Aguanaval, ha sido el soporte de la vida humana en la región.
Por ello desde hace una década varios laguneros decidimos realizar la empresa de conservar este sitio, gestionamos y logramos la respuesta del gobierno del estado de Durango de someterlo a un estatus de protección convirtiéndolo en un Parque Estatal, en un área natural protegida, en un espacio donde sus ecosistemas continúen prestándonos servicios ambientales a la población regional, donde se recargue el sobreexplotado y contaminado acuífero principal, donde su vegetación sirva de filtro que retenga contaminantes del agua, capture dióxido de carbono y genere oxígeno, que conserve la belleza escénica que proporciona el humedal y siga siendo un lugar de esparcimiento donde aún sea posible observar y convivir con la naturaleza cuando huimos de la mancha de concreto y la agotada vida urbana.
Esos laguneros constituimos un organismo civil a través del cual expresamos nuestro sentir e interés ciudadano de guardar este lugar para el disfrute de las generaciones actuales y futuras, creamos Prodefensa del Nazas, asociación que tiene un sentido genuino por la conservación porque en todo este tiempo sus miembros no han lucrado con los recursos del parque, porque estamos convencidos y comprometidos con su protección y conservación.
ProdeNazas es un guardián del Parque, algo que todos podemos ser, por ello nos oponemos a quienes lo visitan destruyendo su vegetación, a quienes practican un turismo depredador, a quienes construyen edificaciones trasladando su visión citadina a este espacio natural alterando el hábitat y los corredores de fauna, a quienes contaminan el lugar, a quienes, consciente o inconscientemente, quieren imponer su visión antropocéntrica y lucrar con los recursos naturales y el paisaje que ofrece.
Por ello saludamos la decisión del gobierno del estado a través de la Secretaría de Recursos Naturales de refrendar el convenio de colaboración que permite continuar a ProdeNazas administrando el Parque Estatal Cañón de Fernández, de asignar recursos para realizar esa función y respaldar la gestión ciudadana para que este emblemático sitio de nuestra disturbada Región Lagunera siga siendo un sitio protegido donde se conserve su capital natural.
