San Virila iba por el camino de la aldea. En el prado los niños querían elevar sus cometas, pero no había viento, y los ligeros artilugios no podían remontar el vuelo. Los pequeños se entristecían.
El humilde fraile no soportaba ver que un niño estuviera triste. Hizo un movimiento con su mano y un viento alegre empezó a soplar en la pradera. Los niños, felices, le entregaron sus cometas, y el aire se las llevó para jugar con ellas en la altura.
Por desgracia no fue eso lo único que hizo el viento. También le tumbó al alcalde su sombrero de copa nuevo, que cayó en el río y desapareció. Le alzó las faldas a la molinera, con lo que todos vieron que era zamba. La ropa que las mujeres habían puesto a secar en los tendederos fue a dar al suelo y se llenó de lodo.
Mientras los niños jugaban felices, la gente le reclamó a Virila con enojo: “¡Tú y tus milagros!”.
El frailecito se entristeció. Pensó, resignado: “Es imposible quedar bien con todo el mundo”.
¡Hasta mañana!...