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¡Róbese la banqueta! A nadie le importa

Civitas

CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

¡Sí! Róbese la banqueta, al fin a nadie le importa. Al fin nadie le dirá nada. Si no hay autoridades que defiendan las banquetas como espacio vital de la ciudad, es en parte, porque no hay ciudadanos que así lo consideren. Torreón no es la excepción, sino la constante en tantas ciudades mexicanas. La banqueta es lugar predilecto de los automovilistas. También se montan talleres y en ocasiones hasta los negocios expropian el espacio público para fines privados. Así, caminar por la ciudad es una carrera de obstáculos. Más temprano que tarde, los peatones son expulsados al paso de los vehículos. Veamos la escena. Cuando los peatones se arriesgan a transitar por las calles, no es mera imprudencia o desafío, sino una respuesta al estado de las banquetas. Ya sea porque no hay como en los nuevos sectores habitaciones, donde primero pavimentan para el paso de los vehículos, pero al final se olvidan del paso de las personas. Al mismo tiempo las banquetas están obstruidas, destrozadas o se han convertido en estacionamientos vehiculares. El asunto puede parecer un tema menor, pero la salud de una ciudad también se palpa por el estado de sus banquetas. Desde esa mirada de a pie, la ciudad está maltrecha. No obstante, detrás de esta historia de decadencia urbana, van de la mano ciudadanos y gobierno. Por un lado, no deja de impresionar la negligencia de los habitantes. Por otro, la inequidad de las políticas y las inversiones gubernamentales. El grueso del presupuesto público se destina a gasto corriente. Lo que sobra, va a inversión para una de las minorías más influyentes de la ciudad: los automovilistas. Así, millones de pesos se van a pavimentación, puentes vehiculares, calles, avenidas. En lo personal no estoy contra los vehículos, yo mismo realizo viajes mixtos en auto y bicicleta. Pero esta situación no sólo ha fomentado una ciudad segregada e inequitativa. Veamos un ejemplo. La obra más reciente de nuestra ciudad costó 340 millones de pesos para hacer un puente vehicular en el tramo Ana-La Partida. Sin embargo, los cruces peatonales, las banquetas, y el entorno son deplorables. Es decir, la anticiudad. Aunque no queda claro la justificación de esa obra, se privilegia el veloz paso de los vehículos. No obstante que en Torreón, la principal causa de muerte asociada al transporte, recae principalmente en los peatones.

La inteligencia pocas veces llama la atención, no así la precariedad del pensamiento. En una nota que quisiera enmarcar para colgar en la pared, el presidente del Consejo de Vialidad de Torreón, declaró la "ilegalidad" de los bordos: "Los bordos no deberían existir si tuviéramos educación vial, pero no es posible que en áreas que durante años no han tenido moderadores hoy cuenten con ello".

Desde tremendo razonamiento, el problema está en que los coches no pueden transitar cómoda, rápida y fluidamente por las calles. Lo de menos es la seguridad de las personas, el valor de la vida misma. Retomo unos datos que aporta el urbanista Rodrigo Díaz: "Si un vehículo impacta a un peatón a 30 kilómetros por hora, la posibilidad de que este último fallezca a causa del impacto es de sólo un 5 por ciento. Si la velocidad aumenta a 50 kilómetros por hora, la posibilidad de muerte aumenta dramáticamente a un 50 por ciento (el otro 50 por ciento sobrevive para contarla, pero con una alta probabilidad de sufrir secuelas de carácter permanente). A 80 kilómetros por hora, la chance que el peatón pueda contar la historia a sus nietos es de prácticamente cero. A esta velocidad también es muy probable que el automovilista corra una suerte más o menos similar".

Desde la anticiudad que hemos construido con tanto ahínco, los bordos son el enemigo de los autos, aunque no importa mucho la vida humana, sino la prisa de llegar en nuestro vehículo. No está demás regresar a lo que Carl Honoré llamó el "elogio de la lentitud" para mejorar nuestra ciudad. Hay pequeñas grandes acciones que podemos hacer para cambiar la inercia. La primera ventaja es que no requiere de millones y millones de pesos como sí lo demandan los puentes vehiculares. Sólo échele cuentas. Recuperar las banquetas, dignificarlas, no sólo es darle paso a las personas, sino a mejorar la salud de la ciudad. Otra acción atañe a los automovilistas. Propóngase respetar las cebras peatonales. No las invada, respete ese pequeño espacio. Repita este mantra: la banqueta no es estacionamiento. Baje la velocidad. A 80 o más kilómetros, no hace gran diferencia, pero sí aumenta el riesgo de llevarse una vida. Con su vehículo de tonelada y media, ceda el paso, a 60 o 70 kilos de humanidad.

Qué les parece si en vez dilapidar 300 millones en horrendos puentes, empujamos como ciudadanos que nuestro gobierno rehabilite todas las banquetas del primer cuadro de la ciudad. Empecemos por nuestra casa, por nuestro espacio inmediato. La ciudad lo merece.

Nos vemos en Twitter @uncuadros

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