EDITORIAL Sergio Sarmiento Caricatura Editorial Columna editoriales

Postal de Hanoi: Calle que se reparte no se comparte

ONÉSIMO FLORES

Me ubico en un balcón de un edificio del Barrio Antiguo de Hanoi, capital de Vietnam. Son las seis de la tarde, hora pico. Observo los flujos de una intersección importante, quizá una de las más concurridas en esta ciudad. Cuento miles de motos, cientos de bicicletas y peatones, y algunos automóviles. No hay semáforos ni policías organizando los flujos, pero la intersección sorprendentemente funciona. Hay congestión, pero no parálisis.

Me concentro en los peatones, quizá los más vulnerables usuarios de esta vía. A la distancia parecen arriesgar la vida con cada paso, pero las reglas que gobiernan el aparente caos pronto se vuelven evidentes. Cada peatón da un par de pasos iniciales, y con ellos comunica al resto de los usuarios de la vía su trayectoria y su velocidad de cruce. Mientras el peatón mantenga ese paso -es decir, mientras sus movimientos sean predecibles-, el río de vehículos a su alrededor hará un millón de ajustes para minimizar la posibilidad de impacto.

Al recién llegado le cuesta entender lo que observa en las calles de Hanoi. Hemos crecido en ciudades "modernas", donde cada tipo de vehículo tiene un lugar reservado. En nuestro mundo, las calles son de los vehículos y las banquetas son de los peatones, porque asumimos que la seguridad vial depende principalmente de minimizar la interacción entre los diferentes modos de transporte. Para ello construimos puentes, instalamos semáforos y desplegamos tantos policías de tránsito. Esta estrategia tiene innegables méritos, pero nuestras normas y nuestra infraestructura han tenido tal éxito repartiendo el espacio público, que nuestros conductores ya olvidaron como compartirlo. Cuando un peatón o un ciclista "invade" la calle, el sistema entero podría hacer cortocircuito.

En Hanoi el sistema es mucho más complejo. La ciudad creció más rápido que la capacidad de construir infraestructura, y por ello sus habitantes aprendieron a compartir de mejor forma sus calles. Nadie lo planeó así, pero funciona. Regreso a mi balcón, y sigo con la mirada al peatón que cruza la calle con pasos firmes. La maraña de vehículos que lo rodea forma una burbuja imaginaria a su alrededor. Las motos incrementan o reducen su velocidad y viran levemente a la izquierda o a la derecha para ceder el paso. Cada pequeño ajuste genera la necesidad de muchos otros a lo largo y ancho de la avenida. Nadie tiene derecho de paso, pero nadie tiene que detenerse.

Todo esto funciona porque la velocidad promedio en las calles de Hanoi es sumamente baja. Las motonetas -por mucho el vehículo más popular- sólo pueden alcanzar 30-40 kilómetros por hora, mientras que los pocos automóviles en circulación nunca encuentran espacio suficiente para acelerar a su máxima capacidad. A baja velocidad, cualquier conductor tiene margen para hacer ajustes. Si un peatón se detiene o si una motoneta cambia súbitamente de dirección, hay tiempo y espacio suficiente para evitar un golpe. Y aún cuando ocurra un accidente, es mucho menos probable perder la vida impactado por una moto a 30 kilómetros por hora que por una Suburban circulando a más de 100.

Desde este balcón observo a los habitantes de Hanoi emitir su veredicto sobre la seguridad de sus calles. Observo a ancianos pedaleando sus bicicletas y a madres de familia transportando bebés en moto, sin casco ni asientos especiales. ¿Son valientes, irresponsables, o simplemente conscientes de que las calles de su ciudad son más seguras de lo que parecen? Habrá que revisar las estadísticas, pero sospecho que es menos peligroso cruzar una calle en Hanoi que en muchas ciudades de México. ¿Cuántos locos se animan a cruzar a pie el Periférico en el DF, o Avenida Constitución en Monterrey? ¿Cuántos se atreven a transportar a sus hijos en bicicleta?

Salgo a caminar en las calles de Hanoi. Mis anfitriones me invitan a jugar de local, a "invadir" sin miedo el arroyo vehicular. Dudo un poco. Imposible no sentir nostalgia por el puente o el semáforo peatonal, por la zebra de cruce, o por el oficial de tránsito. Caminar en Hanoi obliga a deshacerse de una vida de prejuicios. Tras varios intentos perfecciono mi propio método. Pronto un juego de miradas y algunos cálculos rápidos son suficientes para abrirme paso. Miles de vehículos reconocen automáticamente mi presencia. No sobrevivo. Vivo. Regreso a casa más convencido que nunca de que una calle que se reparte nunca se comparte.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1082654

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx