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Conflicto de intereses que calienta el planeta

Aprender a la mala, a golpes de calor

Conflicto de intereses que calienta el planeta

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Iván Hernández

El método contra el calentamiento global tiene una contraindicación económica severa que impide a los países industrializados tomarse a pecho la tarea de mitigar sus emisiones de gases de efecto invernadero. El sistema económico y el sistema planetario están en conflicto.

La cita es en París, en diciembre de este año. Allí, sobre suelo francés, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) espera concluir una larga y fatigosa marcha por las escarpadas sendas de la política mundial.

La cima, ese impreciso punto en el cielo lejano, es un papel, uno que goce de las firmas necesarias para ascender a la categoría de acuerdo, o mejor, un contrato, uno que tendrá la impostergable misión de unir a los países en torno a un objetivo: bajarle el calor al termómetro terrestre.

El ser humano es dado a la calentura, es un caliente irredento. El vocablo tiene sus acepciones erótica, iracunda y médica, entre otras. En las últimas décadas, una palabra cercana ha ganado arraigo en el panorama internacional, el calentamiento, ese que parecía limitado a los deportistas menos bendecidos antes de participar en una justa profesional o amateur.

El calentamiento global, empero, no es ninguna broma. Su principal causa, según la ONU, es el aumento de un 2.2 por ciento anual en la emisión de gases de efecto invernadero. A dicho ritmo, estiman en el organismo internacional, la temperatura promedio del planeta subirá unos cuatro grados Celsius para finales de este siglo.

Las consecuencias previstas por los expertos, expuestas con sentido enunciativo y no limitativo, incluyen: la disminución de las reservas de agua por el derretimiento de los glaciares, sequías, pérdida de tierras cultivables, aumento del calor en las ciudades y en el campo, nuevas plagas y enfermedades, huracanes cada vez más frecuentes y destructivos, migraciones masivas desde el sector rural por falta de agua y por el decremento en la producción de alimentos, es decir un abanico bastante completo de devastación y miseria.

PROTOCOLO DE KYOTO

En diciembre de 1997, en el extremo oriental del mundo, se aprobó un documento, fruto de intensas negociaciones realizadas dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (organismo creado en mayo de 1992), que da título al espectáculo representado en estas líneas.

El protocolo es un anexo de la Convención, uno con metas de carácter obligatorio para los países industrializados con respecto a su producción de Gases de Efecto Invernadero (GEIs). Luego de la aprobación, sin embargo, siguió un período de ratificación que se alargó hasta noviembre de 2004, en esos días el número de países que consintieron en apegarse al documento representaban el 55 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono registradas en 1990. En el año de referencia para los esfuerzos contra el calentamiento global se produjeron 21.6 miles de millones de toneladas métricas de dióxido de carbono. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en 2012 se lanzaron a la atmósfera 32.2 miles de millones de toneladas métricas. (La tonelada métrica es igual a 1 mil kilográmos).

Pero volvamos a la historia. Luego de varias negociaciones y unas cuantas enmiendas, el protocolo se puso una meta con temporalidad incluida: reducir las emisiones de GEIs de los principales países industrializados con el fin de que en el periodo que va de 2008 a 2012 descendieran un 1.8 por ciento por debajo de las registradas en 1990.

Este objetivo era distinto al contenido en la propuesta inicial de 1997: reducir las emisiones en un 5.2 por ciento por debajo del año de referencia. En una cumbre realizada en Bonn en 2001 se fijó el otro límite porque había el riesgo de que el documento no fuera ratificado por la comunidad internacional.

La ONU afirmaba, en 2007, que la Convención gozaba de un respaldo prácticamente universal, después de todo, 191 países la habían ratificado. El respaldo, sin embargo, no ha tenido su reflejo apropiado en el plano de la acción.

UN VISTAZO A LA OBLIGACIÓN

El documento de difícil ratificación contiene, en su artículo 2, la declaración de intenciones de la Convención: promover el desarrollo sostenible del planeta. Para hacer esto, los gobiernos del mundo debían adoptar medidas encaminadas a:

Fomentar la eficiencia energética.

Proteger y mejorar los sumideros y depósitos de GEIs.

Promover modalidades agrícolas sostenibles.

Reducir las deficiencias del mercado, los incentivos fiscales y demás conceptos tributarios contrarios al objetivo de la Convención.

Los países pues, se comprometieron a formular programas nacionales para mitigar el cambio climático enfocados en los sectores de energía, transporte, industria, agricultura, silvicultura y gestión de desechos.

El protocolo se aplica a las emisiones de seis GEIs:

1. Dióxido de carbono (CO2).

2. Metano (CH4).

3. Óxido nitroso (N2O).

4. Hidrofluorocarbonos (HCF).

5. Perfluorocarbonos (PFC).

6. Hexafluoruro de azufre (SF6).

Con esos seis nombres rondando en la atmósfera terrestre, la disyuntiva planteada por la ONU se limita a aceptar el cambio o consentir el desastre.

Quizá la mejor forma de explicar el fenómeno del calentamiento global esté contenida en la conferencia-documental fílmico presentada por el excandidato a la presidencia de Estados Unidos, Al Gore: An inconvenient truth (Una verdad incómoda, 2006).

El filme muestra una animación en la que unos festivos rayos solares vienen de visita a la tierra para alegrar el día. Cuando se disponen a retirarse del planeta son atacados por una banda de perversos gases de efecto invernadero. Los tundidos rayos quedan flotando en la atmósfera, calentando la Tierra y la solución mundial adoptada para revertir el calentamiento global consiste en arrojar al mar, de cuando en cuando, un cada vez más gigantesco cubo de hielo, como el que papá usa para enfriar su bebida.

PARA CUMPLIR

En el documento original el objetivo global era una reducción del 5 por ciento de los niveles de GEIs de 1990, mismo que iba a conseguirse con recortes del 28 por ciento en el caso de Luxemburgo y 21 en el de Dinamarca. Grecia podía incrementar sus emisiones hasta en un 25 por ciento y en Portugal el alza autorizada era del 27 por ciento. Para la Comunidad Europea el recorte planteado era del 8 por ciento y para Estados Unidos del 7, mientras que Canadá, Hungría, Japón y Polonia debían bajarle un 5 por ciento a sus humos. Esto de que unas partes debían reducir mientras que otras podían aumentar sus GEIs dio nacimiento a iniciativas interesantes como el "Mercado del Carbono".

¿Y cómo iban a logar esas metas las partes, y por partes hay que entender naciones, de la Convención? Pues, fomentando el uso de nuevas formas de energía -renovables de preferencia-, desarrollando tecnologías para impedir que el dióxido de carbono se lance impunemente a la atmósfera, mejorando los sumideros y depósitos de los gases que calientan la tierra por medio de una mejor gestión de los desechos, haciendo más limpia la producción, transporte y distribución de energía, entre otros gerundios.

La comunidad internacional también recibió la atenta invitación a intercambiar experiencias, socializar información, favorecer la transferencia de tecnologías y manejarse con transparencia en el camino trazado para disminuir el calor planetario. Como siempre, una cosa fue decir, y otra muy distinta el cumplir.

LA HISTORIA DE UNA RATIFICACIÓN

En un primer momento 84 países firmaron el Protocolo de Kyoto. La opinión general, célebre optimista, era que los 84 gobiernos tenían la intención de ratificarlo. En realidad, muchas de las partes se resistieron a dar el paso y para defender su reticencia, argumentaban que no querían que entrara en vigor sin antes tener una idea clara de las normas contenidas en el tratado.

El protocolo entró en vigor el 16 de febrero de 2005, están por cumplirse 10 años, pero fue hasta una conferencia sobre cambio climático realizada en 2011 que se definieron algunas reglas para su aplicación, en el llamado Acuerdo de Marrakech.

En la conferencia de Catar (2012), los gobiernos pretendieron concentrarse en las negociaciones para llegar en 2015 a un acuerdo, uno al que estén vinculados todos los países a partir de 2020.

En territorio catarí se puso énfasis en la necesidad de que las naciones fueran más ambiciosas a la hora de establecer metas, en definir maneras de ayudar a los países vulnerables y en solicitar que los países desarrollados se pusieran serios y aceptaran su responsabilidad a la hora de encabezar las acciones contra el calentamiento global.

Incluso se definió un segundo período de compromiso para el Protocolo de Kyoto con una duración de ocho años a partir del primero de enero de 2013 y continuar con mecanismos de impulso a la agenda verde como el ya mencionado Mercado del Carbono.

La Unión Europea, sus 28 estados miembros y otros países industrializados ratificaron la enmienda. La Convención requiere la ratificación de 144 países antes de que la extensión sea un hecho.

VOCES DE ALERTA

La meta, recordemos, es evitar un aumento de cuatro grados centígrados en la temperatura mundial. En la ONU calculan que cada año se emiten unas 600 mil toneladas de dióxido de carbono. Además, la cifra no para de aumentar, esto debido al estilo de vida terrestre, basado en el consumo de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) responsables del 80 por ciento de las emisiones de gas carbónico -ese angélico gas actúa como una pantalla reflejante para el calor que emite la tierra, lo que significa su pase de regreso.

Naciones Unidas estima que el cambio climático podría causar una migración cercana a los 150 millones de personas para 2050. Sólo en la India podrían surgir más de 30 millones de inmigrantes.

La comunidad científica ha puesto la marca, para evitar las catástrofes del porvenir, en reducir en un 50 por ciento las emisiones a escala global en los próximos 35 años. El Foro Económico Mundial, a través de publicaciones como Global Risks, que sale cada año, ha llamado la atención sobre el peligro que representa para el mundo el crecimiento de las emisiones de gases. En su edición de 2013 incluyó al calentamiento planetario como uno de los cinco riesgos de mayor impacto a los que se enfrenta la economía mundial. Incluso calificó a los efectos del galopante cambio climático como un "factor X" capaz de multiplicar y agravar los demás riesgos visibles.

LOS OPOSITORES

Desde el principio, Estados Unidos alegó que cumplir las condiciones del Protocolo de Kyoto era poner en riesgo su crecimiento económico y abrir la puerta de salida a millones de trabajadores despedidos en el mundo. El vecino del norte produjo el 36 por ciento del dióxido de carbono que se envió a la atmósfera en 1990, el ya mencionado año de referencia.

Según el Atlas Global del Carbono (AGC), en 2013 se produjeron 36.31 miles de millones de toneladas de C02 en el mundo. De esa cantidad 9.7 mil millones de toneladas métricas se produjeron en China, 5.2 mil millones en Estados Unidos y 2.4 mil millones de toneladas salieron de las chimeneas de la India, estos son los tres principales productores de GEIs en el mundo.

A decir verdad, el protocolo pedía un esfuerzo mayor a los países industrializados, Estados Unidos, Canadá, Japón y dejaba exentos de obligación a chinos e indios.

Cuando Rusia ratificó el protocolo se cumplió el número de países y el porcentaje de emisiones necesario para que el acuerdo se convirtiera en Ley Internacional. Sin embargo, el país norteamericano siguió por otra senda.

Si bien el gobierno de Bill Clinton firmó el protocolo, nunca lo envío al Senado, sabedor de que la mayoría republicana iba a rechazarlo. George W. Bush sacó a la representación estadounidense de las mesas de negociación. En lugar de firmar, el gobierno americano prometió trabajar en reducir sus emisiones, invertir en ciencia y tecnología climática y cooperar con la comunidad internacional.

Esta postura generó críticas incluso de un gobernante afecto al apoyo norteamericano como Felipe Calderón, que luego de concluir su período como presidente mexicano, se fue a la Universidad de Harvard como participante de un programa de líderes mundiales.

Estados Unidos, China, India, Australia, Japón y Corea del Sur firmaron un pacto paralelo al Protocolo de Kyoto. Los compromisos incluyen desarrollar tecnología para combatir el efecto invernadero y colaborar en la investigación de energías alternas como el gas natural licuado, el metano, la energía nuclear y la geotérmica, entre otras, además de aplicar y transferir tecnologías más limpias.

PROTOCOLO MEXICANO

Según el AGC, México generó en 2013, 466 millones de toneladas de gases que contribuyen al calentamiento terrestre, se ubicó en la décimo tercera posición a nivel global.

La iniciativa privada en territorio mexicano se alineó con el discurso de promover el uso de energías renovables (solar, eólica, geotérmica, hidráulica y oceánica, entre otras), sin embargo, ese tipo de tecnologías apenas representa el dos por ciento de la fuente de energía primaria utilizada en el país. Se han adoptado fórmulas como instalar equipos para aprovechar el estiércol -los biodigestores-, o para producir energía alterna -paneles solares-, y se ha promovido la apertura de rellenos sanitarios que sean capaces de sacar provecho al metano producido por los desperdicios. Con esas y otras medidas se atrapan unas seis millones de toneladas de dióxido de carbono.

El apoyo de México a las tentativas para frenar el calentamiento global no es gratuito dado su carácter de víctima constante de desastres naturales atribuidos, en buena medida, al cambio climático. El año 1999 es un buen ejemplo de los costos que el clima puede ocasionar. En ese ejercicio el gobierno de Ernesto Zedillo destinó seis mil 700 millones de pesos a reconstruir o rehabilitar caminos, escuelas, viviendas, hospitales afectados por lluvias, inundaciones, sequías y un temblor de 7.4 grados en la escala de Richter. Parte de los fondos también se fueron en pagar empleos temporales a los mexicanos siniestrados por la naturaleza.

En la comunidad científica hay un acuerdo que señala a México como uno de los países más vulnerables a desastres. Tal señalamiento trae adjunta la advertencia de que estos fenómenos serán cada vez más frecuentes.

El pronóstico mundial es que para los años finales de la próxima década habrá ascensos de temperatura hasta los 54.5 grados centígrados, lo que traerá una gran escasez de agua potable.

La comunidad científica pronostica que el incremento de la temperatura será el acicate para que cobren fuerza en México las enfermedades transmitidas por mosquitos, se produzca la desaparición de plazas y ocurran inundaciones de gran calado. También sería uno de los principales afectados por la migración climática, la salida de un lugar en busca de un sitio adecuado para residir, pero no desde el punto de vista laboral, sino ambiental.

Cada año, en México se despachan entre 300 mil y 700 mil hectáreas de bosques. Un punto sensible de la vida en este país es que se carece de planificación en materia de asentamientos humanos con base en consideraciones ambientales. En La Laguna, por ejemplo, qué decir de todas esas colonias en la zona de influencia del río Nazas.

Los principales riesgos climáticos y económicos para México se derivan de la excesiva concentración urbana de su población (más de tres de cada cuatro mexicanos viven en ciudades) y de los altos niveles de deforestación.

AVANZAR SIN REGLAMENTAR

Para cerrar 2014, el secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, demandó a los países desarrollados un mayor compromiso con la causa.

En la última reunión antes de la cita francesa de este año, en Lima, Perú, la voz de la ONU externó su preocupación porque, si bien hay resultados positivos gracias a las medidas adoptadas por las partes de la Convención, teme que la actuación colectiva no esté a la altura de las responsabilidades comunes.

La ONU pues, sigue en busca de una respuesta histórica a un problema mundial, sigue escarbando en busca de la voluntad política que permita formar un consenso amplio de la comunidad de naciones.

Ban Ki-Moon llegó a Lima con la intención de sacarle a la conferencia un proyecto de documento estructurado y coherente que sirviera como base para el acuerdo que se pretende firmar en París.

Los desafíos de la ONU pasan por conseguir metas ambiciosas de los países que no han mostrado una actitud firme contra el calentamiento global y definir una vía clara para conseguir financiamiento de proyectos verdes hacia el 2020 (pretende lograr una bolsa de 100 mil millones de dólares). Otro reto es conseguir que los países que no ratificaron las recientes enmiendas al Protocolo de Kyoto lo hagan a la brevedad.

En París se trata de poner fin a un largo anhelo, pendiente desde 2009: dar con la fórmula de aplicación definitiva de las normas contra el calentamiento, tema eludido consistentemente por la comunidad internacional.

La reunión peruana concluyó con dos modificaciones al protocolo. En Kyoto las exigencias eran aplicables sólo a los países industrializados mientras que las naciones en desarrollo quedaban exentas de cualquier tipo de sanción. Con uno de los cambios aprobados, ahora todas las partes de la Convención deben asumir con seriedad el papel de reductores de los GEIs.

Además, en el protocolo había plazos determinados y cuotas definidas para la reducción de emisiones envestidos con el carácter de obligación. Con la enmienda, la 'obligación' fue sustituida por un término más amable, el 'compromiso' de las partes, la cuota de reducción todavía está por establecer.

TRANSACCIONES GASEOSAS

El protocolo sirvió para establecer un Mercado del Carbono con tres tipos de intercambio: el comercio de emisiones entre estados miembros, el desarrollo de proyectos conjuntos entre los países desarrollados y el Mecanismo de Desarrollo Limpio en el que participan naciones industrializadas y naciones en vías de desarrollo.

La unidad de medida es la Tonelada de Carbono Equivalente (tCO2e). El trato básico consiste en que los países que consiguen más emisiones de las que estaban comprometidos a alcanzar pueden vender los excedentes a los países que no cumplieron con sus metas.

En este mercado, los países industrializados interesados en cumplir con la reducción de emisiones tienen la opción de desarrollar proyectos en conjunto con naciones en desarrollo para alcanzar su objetivo o bien pueden adquirir reducciones a naciones firmantes del protocolo que no están obligadas a hacerlas pero que han impulsado programas para limitar su producción de GEIs.

Además existe un Mercado de Carbono voluntario, del que participan Estados Unidos y otros países que no se interesaron en el acuerdo de Kyoto. En 2008, según Naciones Unidas, el mercado del protocolo tuvo operaciones por 119 mil millones de dólares, mientras que el voluntario alcanzó un monto de 704 millones de dólares.

DÍFICIL DE APLICAR

El protocolo, en sus términos originales, resultó imposible de implementar. Eximir de cualquier obligación a países como India y China, grandes emisores de los compuestos que devuelven el calor a la tierra, fue, más que una piedra, un clavo en el zapato de la Convención, uno que impidió la buena marcha desde la mesa de negociación hacia el terreno de la acción.

Otro escollo insalvable fue el cálculo del impacto económico y social que iba a producir el decremento de emisiones en los niveles exigidos, esto por el forzoso requisito de abandonar, así fuera de forma gradual, el uso de combustibles fósiles como principal fuente de energía.

La advertencia, como todas las señales que anuncian los accidentes del terreno, riesgo de deslaves, curva peligrosa, y demás, mantiene la nube negra en el porvenir: o se hacen las correcciones ya conocidas, o las emisiones harán un daño irreparable a la atmósfera.

Una frase de la periodista canadiense Naomi Klein sintetiza el conflicto de la comunidad internacional con el Protocolo de Kyoto: "El sistema económico y el sistema planetario están en conflicto".

EL OTRO PROTOCOLO

La reunión de Lima estuvo precedida por un acuerdo entre Estados Unidos y la República Popular China -principales emisores de carbono del mundo- dado a conocer dentro de la visita del presidente Barack Obama a Beijing.

Responsables conjuntos del 36 por ciento de las emisiones mundiales en 2013, según el AGC, Estados Unidos empleaba como argumento para oponerse al acuerdo de Kyoto que la suma global de emisiones de la nación asiática no podía quedar de lado atendiendo a los niveles relativamente bajos per cápita de los chinos. Para la república popular, en cambio, era inaceptable que el país norteamericano permitiera que cada uno de sus ciudadanos pueda emitir cerca de 20 millones de toneladas de carbono al año.

El acuerdo de estos dos países representa que llevarán a cabo un proceso de reducción en niveles decididos internamente, esquema que se copió en la Convención para una de las enmiendas aprobadas en Lima.

Las enmiendas al protocolo pueden ser vistas como un retroceso: si bien los países acordaron presentar una estrategia para limitar sus GEIs en septiembre de 2015, no existe la certeza de que esto ocurra, puesto que se trata de un compromiso y no de una obligación.

Expertos en temas medioambientales como el diplomático chileno, Cristián Maquieira, consideran que aún si en París se forja un acuerdo audaz y ambicioso, cosa que no es evidente, su cumplimiento por parte de los países es, esencialmente, harina de otro costal.

En Lima, el presidente del Grupo de África, Nagmeldin El Hassa, criticó a los países desarrollados y los acusó de incumplir, abandonar y debilitar al Protocolo de Kyoto. Desde la perspectiva de El Hassa, las naciones con más humos metidos en el problema, se han dedicado a dar pasos tambaleantes hacia la ratificación de las enmiendas que le dieron una nueva, tal vez la última, esperanza de vida al acuerdo.

SISTEMA CONTRA EVIDENCIA

Mientras los países se conducen por las escarpadas sendas de la política internacional, la comunidad científica sigue trabajando en busca de respuestas que ayuden a mitigar el calor terrestre.

Los datos de los que disponen los científicos indican que menos de la mitad del dióxido de carbono emitido por la quema de combustibles fósiles se acumula en la atmósfera. Además, hace unos años comprobaron que el océano no es responsable de la absorción del resto del CO2, versión que era la aceptada por la comunidad de batas y métodos experimentales. El nuevo objetivo de la comunidad científica es detectar los desconocidos sumideros del compuesto habilitados en los ecosistemas terrestres.

Hace unos meses, en su programa Last Week Tonight, el humorista británico, John Oliver, presentó el que, desde su punto de vista, es un debate estadísticamente representativo a propósito del cambio climático.

Antes de dar la voz a quienes estaban a favor y en contra de que el calentamiento planetario es consecuencia de la acción humana, el humorista dijo: "Hemos sido repetidamente cuestionados acerca de si nos interesa dejarle un mejor planeta a nuestros nietos y la respuesta colectiva ha sido: ¡Ah, qué se jodan!".

También criticó que, principalmente en televisión, cuando se presentan debates sobre el cambio climático se incluye a una persona a favor y a una en contra, lo cual es un engaño. Por ello, a su "debate" invitó a 97 científicos que sostienen la existencia del cambio climático y apenas tres que no respaldan el "peso de la evidencia científica". Extrajo esa proporción de un estudio realizado en Estados Unidos donde de cada 100 estudios científicos sobre el cambio climático, 97 señalaron la responsabilidad humana en el aumento de la temperatura terrestre.

Organizaciones gubernamentales y especialistas en el tema señalaron que, desde el momento en que se estableció el Protocolo de Kyoto para atacar las causas del calentamiento global, el sistema económico, promotor de las emisiones de GEIs, se ha consolidado y ha dejado sentir su influencia hasta en las regiones más aisladas del planeta.

De ese modo, oenegés, especialistas y científicos cumplen con su papel de advertir, presionar, y demás, siempre con el respaldo de un importante sector de la comunidad científica. Incluso el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha declarado que, contra el calentamiento global, el momento de actuar es ahora.

Sin embargo, las evidencias de las últimas décadas no dan cabida al optimismo, ni siquiera al sentido común, ese de pertenencia a la Tierra, ese de aceptar la invitación a cuidar el hogar de la humanidad. La advertencia es clara y la pregunta que, grado a grado, se va calentando, es una hermana de aquella que hacía un personaje de Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral: ¿en qué momento se joderá este mundo? Tristemente la respuesta parece decantarse por adquirir un sentido acumulativo, desastre a desastre, por decir lo menos.

Correo-e: [email protected]

Una foto del 5 de enero de 2005, del distrito devastado de Banda Aech, en la isla indonesia de Sumatra a raíz del tsunami de 2004. (Foto: Choo Young-Kong / Getty Images).
Una foto del 5 de enero de 2005, del distrito devastado de Banda Aech, en la isla indonesia de Sumatra a raíz del tsunami de 2004. (Foto: Choo Young-Kong / Getty Images).
Un niño se asoma a un tanque de agua mientras un grupo de ciudadanos se abastece, Nueva Delhi, India, 2014. (Foto: EFE)
Un niño se asoma a un tanque de agua mientras un grupo de ciudadanos se abastece, Nueva Delhi, India, 2014. (Foto: EFE)
Intensa sequía que afecta a Galeana en el estado de Nuevo León, 2014. (Foto: EFE)
Intensa sequía que afecta a Galeana en el estado de Nuevo León, 2014. (Foto: EFE)
Una vista general de la escena en la playa de Marina en Madrás, India, el 26 de diciembre de 2004, después de las olas del tsunami que azotó la región. (Foto: STR / AFP / Getty images)
Una vista general de la escena en la playa de Marina en Madrás, India, el 26 de diciembre de 2004, después de las olas del tsunami que azotó la región. (Foto: STR / AFP / Getty images)
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