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Atrapados en la prensa

JUAN VILLORO

Conocí a Fernando de las Peñas en la escuela de nuestros hijos. Él llevaba un ejemplar de El País y eso permitió que habláramos de las noticias del día. Muchos años después me ha escrito para compartir otra historia de la prensa, vinculada con el terrible asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo.

Formado como ingeniero electrónico, Fernando trabajó durante años para una compañía transnacional que lo llevó a París. Hace poco se retiró de la empresa para dedicarse a la lectura, estudiar historia del arte en el Louvre y recorrer las calles parisinas. A propósito de esto último, recuerda que Balzac hablaba de la "gastronomía del ojo" para referirse a los placeres urbanos que entran por la vista, y que el contundente Víctor Hugo sentenciaba: "Errar es humano, vagabundear es parisino".

Los paseos suelen llevar a Fernando a un punto definido. Desde su primer viaje a París, hace casi cuarenta años, se aficionó a comprar el periódico en un kiosco frente al Deux Magots, el café donde Sartre fumaba y escribía. Este rito lo llevó a trabar amistad con Monsieur Patrick, encargado del kiosco, que había vendido noticias desde la posguerra sin saber que formaría parte de una de las más dramáticas.

Según cuenta Fernando, el día del atentado en Charlie Hebdo, dos de sus principales caricaturistas reiteraron su costumbre de comprar el diario frente al Deux Magots: "Pasadas las once de la mañana, Patrick dejó su puesto a uno de sus ayudantes y se dirigió a casa ignorando los acontecimientos en el distrito XI de París. El tráfico te da para pensar muchas cosas, pero nunca que a algunos de tus clientes los están asesinando en su oficina. Pero así era". Fernando continúa narrando la peripecia de Patrick: "Poco antes de llegar a su casa en el norte de la ciudad, un par de tipos le cierran el paso y de manera enérgica, pero muy controlada -uno con una AK-47, el otro con un lanzagranadas-, le dicen: 'Bájate, necesitamos el auto'".

Ante esa escena que parece salida de alguna paranoica fantasía cinematográfica, el periodiquero pide le dejen bajar a su perro, "llama a la policía e inmediatamente lo llevan a una sede de inteligencia del gobierno, donde ofrece una de las primeras pistas sólidas sobre la huida de los asesinos del Charlie Hebdo. Mientras tanto, los hermanos Kouachi siguen en su auto y se refugian en una imprenta donde finalmente se enfrentan a los agentes del Estado y mueren", concluye Fernando.

Quienes pretendían silenciar a los periodistas ingresaron en una trama de la que no podrían salir, una trama que dependía de la forma en que se escriben, se imprimen y se distribuyen las noticias.

En la cadena de coincidencias que llevó del crimen a la captura se advierte la deliberación de lo que, a falta de mejor palabra, llamamos "destino". Un designio simbólico se insinúa en esos hechos. Los Kouachi podían haber detenido algún otro auto, pero se toparon con el del hombre que reparte las noticias. Enemigos de la prensa, no escaparían de ella. Buscaron refugio en una imprenta mientras el voceador daba parte a la policía.

El más célebre comensal del Deux Magots, Jean-Paul Sartre, defendió la libertad de expresión a riesgo de ser arrestado. Durante el movimiento estudiantil del 68, el general Charles de Gaulle lanzó una cruzada contra los periódicos que más lo criticaban, Libération y La cause du peuple. En respuesta, el autor de El ser y la nada salió a la calle a repartirlos y fue detenido. Cuando De Gaulle lo supo, habló a la gendarmería para decir: "En Francia no se mete a la cárcel a Voltaire". El grandilocuente patriotismo de esta frase demuestra que la libertad de expresión se ejerce en condiciones relativas.

Tiempo antes, el Presidente y el ciudadano crítico habían tenido un desencuentro. De Gaulle lo llamó "maestro" y Sartre respondió: "Sólo soy maestro para los camareros que saben que escribo".

Hoy en día, los sucesores de esos camareros discuten las noticias con su vecino, Monsieur Patrick.

Diez periodistas murieron sin más armas que sus lápices. Como si alguien la escribiera, la realidad urdió un relato ejemplar para atrapar a los verdugos. "¿El que a prensa mata, a prensa muere?", pregunta Fernando, cazador de esta historia.

Monsieur Patrick no ha recuperado su auto, pero vende más periódicos que nunca.

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