Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Terminada la fiesta de las bodas de oro el añoso marido se fue a dormir.Apoco de haber conciliado el sueño lo despertó su mujer. “¿Qué quieres?” –preguntó el esposo. “Nada –contestó ella–. Vuelve a dormir’’. Una hora después lo despertó de nuevo. “¿Ahora qué quieres?” –se molestó el señor. “Nada. Duérmete”. Pasada una hora lo despertó otra vez. Y así durante toda la noche, hasta que amaneció. Furioso, el hombre estalló al fin: “¿Por qué haces esto? ¿Por qué me despiertas cada hora?”. Respondió con acento rencoroso la señora: “¡Desgraciado! ¡Lo mismo me hiciste a mí hace 50 años!”. En la luna de miel el recién casado pidió que le llevaran café instantáneo al cuarto. “¡Mira! –exclamó su flamante mujercita–. ¡Igual que tu modo de hacer el amor!”. Llegó un cliente a la librería y le preguntó al encargado: “¿Tiene algún libro que hable de sexo y matrimonio?”. “No –respondió el librero–. Esos dos temas no vienen nunca en un mismo libro”... Pirulina y Simpliciano aún no habían cumplido un año de casados cuando una noche llegó él del trabajo y encontró a su joven esposa en situación comprometida con un desconocido. Antes de que Simpliciano pudiera articular palabra le dijo Pirulina: “¿Recuerdas que de novios me decías siempre que éramos el uno para el otro? ¡Éste es el otro!”... Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, hablaban acerca de la onda fría reinante. Comentó Celiberia: “Anoche estuvimos bajo cero”. Y dijo Himenia con un hondo suspiro: “Me habría gustado estar bajo uno”... Llama la atención el hecho de que el padre de uno de los jóvenes de Ayotzinapa hable de revolución en la misma forma que lo hacían los guerrilleros de los años setenta del pasado siglo. Nada parece haber cambiado ahí: las prédicas que reciben los estudiantes de esa escuela normal son las mismas que en su época escucharon y difundieron Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas. Da la impresión de que algunos de esos planteles no son propiamente escuelas, sino centros de adoctrinamiento. El aislamiento y la pobreza son ámbito propicio para esos radicalismos que conducen necesariamente a la violencia, y cuyas desatentadas acciones culminan a veces en tragedias como la que ocurrió en Guerrero. Habrá que preguntar quién envió a Iguala a los infortunados muchachos cuya pérdida lamenta hoy el país. Los alumnos y padres de familia de la Normal de Ayotzinapa seguramente saben la respuesta. El sargento ordenó: “Soldado Babalucas: vaya al río y llene las cantimploras”. Poco después regresó el badulaque con las cantimploras vacías. Preguntó el superior: “¿Qué sucedió?”. Explicó Babalucas: “No pude acercarme al río. En el agua estaba un lagarto”. “Es usted un tonto –se enojó el sargento–. Los lagartos son muy tímidos; seguramente se asustó igual que usted”. “Entonces ni caso tiene ir por el agua –razonó Babalucas–. Si el lagarto se asustó igual que yo, el agua ya no se puede beber”... Otro de Babalucas. Pidió trabajo en una granja. El granjero, para probarlo, le dio una cubeta y un banquito. “A ver –le dijo–. Ordeñe aquella vaca”. Dos horas después regresó Babalucas con la cubeta a medio llenar y el banquito hecho pedazos. Le dijo al granjero: “La ordeña fue relativamente fácil. Lo difícil fue hacer que la maldita vaca se sentara en el banquito y se quedara quieta mientras la ordeñaba”... Dos veteranos de guerra ya muy entrados en años estaban conversando en el club. Le dijo uno al otro: “¿Recuerdas aquellas pastillas que nos daban para bajarnos el impulso sexual? En mi caso ya están empezando a funcionar”. Don Martiriano, el abnegado esposo de doña Jodoncia, hizo lo que nunca: estuvo con amigos y regresó a su casa después de media noche, y con aliento alcohólico. Doña Jodoncia lo recibió furiosa: “¡Borracho sinvergüenza! ¿Cómo te atreves a mirarme a la cara?’’. Respondió tímidamente don Martiriano: “Mujer: a todo se acostumbra uno”. El encargado de las encuestas de un periódico llamó a la puerta de una casa. Abrió la joven criadita, muchacha de apariencia humilde, y el encuestador le dijo: “Vengo a encuestarla”. “¿También usté?” –se consternó la fámula. Preguntó el visitante: “¿Ya la encuestó alguien?”. “Sí –respondió ella–. Mi patrona salió de viaje, y todas las noches el siñor me encuesta”... FIN.

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