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Mientras tanto, en Medio Oriente

GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

Las advertencias se han venido acumulando: una nueva Intifada, una rebelión palestina; se está desatando ahora con su foco central en Jerusalén, la más sagrada de las ciudades.

Como cada vez que estalla la violencia en Israel o los territorios palestinos, siempre hay un detonador inmediato, pero las causas y los orígenes de fondo no cambian. En esta ocasión, un salvaje ataque dentro de una sinagoga que dejó a cuatro religiosos judíos muertos, es el que más ha llamado la atención, no sólo por la cobardía y crueldad inherentes a un atentado en un lugar de culto, sino por lo que pareciera augurar: el probable inicio de una guerra religiosa.

La tensión gira en torno al llamado Monte del Templo, de gran importancia y veneración para judíos y musulmanes, donde se observa una suerte de división terrenal de lo divino: existen restricciones para proteger el derecho al culto de las distintas religiones, y que han servido para mantener la paz religiosa en Jerusalén. Una parte de este acuerdo establece que los judíos no han de ingresar para orar al sitio sagrado para los musulmanes, la mezquita de Al Aqsa y el adyacente Domo de la Roca, en la parte árabe de una ciudad que fue conquistada y anexada por Israel tras la Guerra de los Seis Días de 1967.

Pero ese statu quo se ha visto alterado recientemente por una postura agresiva y provocadora de extremistas israelíes que buscan eliminar la, por así llamarla, "frontera" de culto que tan bien ha funcionado todos estos años.

El verano caliente de 2014 culminó, como sabemos, con la incursión militar israelí en Gaza, que además de su altísimo costo en vidas humanas, en refugiados y desplazados, y daños materiales, sirvió únicamente para perpetuar el ciclo de odio y venganza recíprocos.

Las Intifadas anteriores tenían como ingrediente principal la frustración palestina por las condiciones de vida que les impone la ocupación israelí y la falta de perspectivas de avance para la única solución posible al conflicto: la pacífica coexistencia y mutuo reconocimiento de dos Estados, el de Israel y el Palestino. Ahora se enciende nuevamente el fuego de la violencia, con el agravante doble de que se ha trasladado a Jerusalén y de que, si el conflicto adquiere un tinte religioso, su manejo se torna imposible y su desenlace será totalmente impredecible.

Como siempre, los políticos le cumplen a sus fieles pero le fallan a sus naciones: el palestino Abbas despierta los demonios de la furia religiosa con un discurso provocador, cuando no tiene liderazgo ni control alguno en Jerusalén. El gobierno de Netanyahu retoma la vieja y fútil práctica punitiva de destruir las casas de los familiares de los terroristas, y por otro lado esboza un proyecto para declarar a Israel "Estado Nacional del Pueblo Judío", lo cual suena lógico y natural hasta que recordamos que entre una cuarta y una quinta parte de los habitantes de Israel no profesan el judaísmo. Ellos, y las minorías arabe y drusa, por sólo mencionar a dos, se volverían ciudadanos de segunda si se aprueba dicho proyecto de ley.

Fuego y cenizas por doquier, y algunos regando gasolina.

@gabrielguerrac

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