Sorprende el paralelismo de un par de análisis internacionales sobre las crisis por las que atraviesan México y Estados Unidos, con el telón de fondo de las reformas emprendidas por sus presidentes. En salud, migración y cambio climático, por Obama, según los énfasis de Charles M. Blow, el lunes, en el NY Times, y, para el caso de Peña Nieto, en las materias educativa, fiscal, energética, antimonopolios y de telecomunicaciones, enumeradas por Moisés Naím en El País del sábado.
Con las obvias diferencias en los detonantes de cada crisis, las coincidencias no se reducen a que irrumpieron precedidas de esos esfuerzos reformadores. Convergen también en el desencadenamiento de reacciones destructivas, como califica Blow el proyecto del Partido Republicano de su país. Con otra diferencia: en Estados Unidos la respuesta destructiva proviene de la extrema derecha mediática y partidista, mientras, en México, la respuesta destructiva a la acometida criminal del 'México malo', a que se refiere Naim, proviene de una mezcla de izquierda antisistema, activismo mediático, revanchismo político, sindical y empresarial y vandalismo autopresentado como anarquista.
No se trata de desvirtuar las protestas civilizadas o las críticas que en ejercicio de las libertades se realizan en cada país contra acciones u omisiones de ambos mandatarios. Tampoco de desvincularlos de los defectos de operación y reacción de sus gobiernos. Pero también hay que decir que ambos presidentes enfrentan una inusitada violencia verbal, aparentemente fuera de proporción, acompañada de cuestionamientos de autoridad constitucional.
¿Proyectos suicidas? En Estados Unidos la violencia verbal contra Obama se acompaña de un amago de desafuero y enjuiciamiento por su polémico proyecto de amnistía migratoria por decreto del Ejecutivo. En México, a la retórica anti Peña ha seguido un insólito emplazamiento a que renuncie antes de fin de mes, como inverosímil remedio al secuestro y probable homicidio de decenas de estudiantes, perpetrados por el jefe de una banda criminal adueñado de un gobierno municipal con la franquicia del principal partido de la izquierda.
Blow encuentra suicida la idea de enjuiciar a Obama, pensando en los estragos al sistema político estadounidense, al que -observa- pertenecen los propios propulsores de ese amago. Y Naim se pregunta si el 'tóxico' ambiente generado en México estas semanas logrará descarrilar o desacreditar las reformas, como ocurrió hace 20 años, en 1994, o si el presidente Peña Nieto se erigirá ante este reto en "el líder histórico" de "un México bueno, que es mayoría, y que exige que el México malo sea enfrentado de forma implacable", en referencia, esto último, al "México asesino…, corrupto y abusador, injusto y bárbaro, donde reina la impunidad".
Cosecha roja. Desde las primeras líneas de su célebre Cosecha roja, Dashiell Hammett juega con un cambio de nombre, de Personville a Poisionville: Villa Veneno, donde el jefe de la policía es cabeza de la banda que en los años 20 somete a este pueblo californiano, como ocurre ahora en municipios guerrerenses. Sólo que la participación policial de estas nuevas Villas Veneno del siglo XXI, en la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, marcó también el inicio del envenenamiento o la intoxicación nacional que sugiere Naim en su texto.
Por diversas partes se invocan ahora los mismos códigos de autodestrucción del avance reformista que dominaron la esfera pública de 1994 en adelante. Pero, entre otras diferencias con el presidente Salinas y sus reformas de los primeros noventa del siglo pasado, el presidente Peña tiene 4 años por delante para consolidar su proyecto y acreditar las asignaturas reformistas pendientes o inconclusas. Y a diferencia del presidente Obama, el presidente Peña ha mostrado en cada crisis, como ahora lo empieza a anunciar, capacidad de respuesta a la exigencia de la gente de saberse escuchada tanto en sus reclamos y temores, como en sus sospechas o recelos.
(Director general del Fondo de Cultura Económica)
