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El ciudadano con 'chip' de automovilista

Ciudad posible

ONÉSIMO FLORES DEWEY

Caso #1. Dos niñas caen diez metros de un paso peatonal. La menor, de tan sólo un año y cuatro meses de edad, sufre fractura de cráneo, y casi pierde la vida. A decir de los vecinos del barrio, "el puente carece de una malla que permita evitar este tipo de accidentes. Además, al subir se siente que tiembla." (El Siglo de Torreón 19/01/14). El alcalde, vale decir, responde de inmediato. Visita a las niñas en el hospital. No sólo cubre todos los gastos hospitalarios, sino que además ordena una auditoría para verificar el estado de todos los puentes peatonales en la ciudad. Cuando el análisis revela que el 80 por ciento de los puentes está en condiciones similares, el alcalde es contundente. Las empresas publicitarias que construyeron los puentes reciben un plazo de 30 días para arreglarlos, y de 60 días "para cambiarles el color" (El Siglo de Torreón, 24/01/14).

Caso #2. Un peatón muere atropellado. El cuerpo queda tirado en la orilla de la vía. Varios transeúntes observan la escena desde la banqueta. "Ni cómo ayudarle," explica uno de los testigos al reportero, "pues el hoy occiso pudo haber utilizado aquel puente peatonal." Tanto el reportero que escribe la nota como los editores que la aprueban aceptan la premisa. Según dictamina el periódico al día siguiente: "La peor decisión que tomó Antonio Blanco fue querer ahorrarse un par de minutos. Decisión fatal. Fue atropellado y así fue como de manera abrupta y con toda la responsabilidad sobre él, perdió la vida, quedando a escasos metros de la estructura metálica" (Vanguardia, 31/01/2014).

Caso #3. La asociación de padres de familia de una primaria y los estudiantes de una universidad demandan más seguridad. Están preocupados. Enfrente de sus escuelas hay una avenida de dos carriles por sentido, por donde los automovilistas "pasan volados." La autoridad municipal promete acciones contundentes. Meses después, en un "Seminario de Movilidad Sustentable" celebrado en la misma universidad, el Director de Obras Públicas del municipio anuncia la inminente construcción de un nuevo puente peatonal. Según explica, los estudiantes pronto podrán cruzar seguros la calle. El foro parece receptivo, y el funcionario agarra vuelo. Aprovecha el micrófono para anunciar que el municipio está gestionando 20 millones de pesos para construir dos puentes peatonales adicionales, "uno elíptico y uno circular" (Vanguardia, 11/11/14).

Vaya cosa. El "chip" está tan arraigado, que ni los ciudadanos, ni los medios, ni las autoridades parecen darse cuenta del problema. Quizá ni siquiera usted, querido lector, lo habrá notado. Hay un elefante en el cuarto, tristemente invisible, casi siempre ignorado. ¿Por qué no mejor exigir que los automovilistas reduzcan su velocidad para permitir el cruce seguro de los peatones? Ante la tragedia de las niñas, nos conformamos con puentes "más seguros." Ante el caso del atropellado, aceptamos la extraña tesis de la víctima culpable. Ante un riesgo real de accidentes, aplaudimos "soluciones" que sólo hacen el riesgo más grave. ¿En serio queremos ciudades donde el derecho de los automovilistas a circular a toda velocidad va por encima de todo lo demás?

Las calles de nuestras ciudades son inseguras, pero no solamente por las balas de los narcos. Las millonarias inversiones en infraestructura vial, ejecutadas con presupuesto público en las últimas décadas, han logrado convencer a los automovilistas de que son especiales. No los culpo. Los automovilistas sólo tienen que mirar su entorno para concluir que tienen más derechos que los demás. Sólo tienen que observar la duración de los ciclos en los semáforos o contrastar los anchos de las calles con los de las banquetas para descubrir que su prisa y comodidad importa más que la del resto. Nuestras autoridades y nuestros medios -nosotros mismos- les hemos dicho de todas las maneras posibles que circular a 80 kilómetros por hora en zonas densamente pobladas es aceptable, y que tener un vehículo más pesado y un motor con más potencia los hace merecedores de trato privilegiado. Lo sorprendente, sin embargo, es que en el proceso nos hemos convencido nosotros mismos. Hemos moldeado la ciudad de tal forma que simplemente se nos ha olvidado la alternativa.

Lo más angustiante es que basta observar lo que sucede en el mundo para descubrir como vamos a diez cuadras del desfile. Las sociedades más progresistas están reduciendo límites de velocidad, calmando el tráfico, ampliando banquetas y construyendo ciclopistas. No construyen "segundos pisos." Los están derribando. No obligan a los peatones a ceder sus calles a los autos. Obligan a los autos a regresar nuestras calles a las personas. Quién sabe lo que depare el futuro. Quizá en cincuenta años comenzaremos a arreglar los problemas que hoy miopemente estamos profundizando.

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