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Pasear a pie por la ciudad/Pequeñeces

Emilio Herrera

Quienes salen de viaje, a donde sea, si no van obligados sino por su propio gusto, tienen que llevar, independientemente de sus maletas con todo lo que crean les va a hacer falta, un gran deseo de caminar, única forma de conocer de verdad los sitios que visiten, acercándose lo más posible a las cosas que verán, dándoles más tiempo a unas, menos a otras, según su propio interés. Y si esto es así tratándose de ciudades que acaso jamás volvamos a ver, ¿qué se puede decir tratándose de la ciudad que habitamos?

Es cierto. Los hay que nacidos en la ciudad que haya sido, jamás han salido de ella y, en ella nunca de su barrio. ¿Pueden afirmar que viven en aquella ciudad? Indudablemente que no.

En Las Mil y Una Noches se cuenta de Harún Al-Raschid, contemporáneo de Carlomagno, que “gustaba de salir de vez en cuando por las noches a recorrer su ciudad, para ver y escuchar por sí mismo cuanto ocurriese. Le acompañaba su visir Giafar – Al – Barmaki y el portalfanje Massrur, ejecutor de sus justicias.” En tales casos salía disfrazado, y algunas veces de mujer. Así era como lograba estar más enterado de lo que en Bagdad pasaba, que muchos de sus servidores.

Y es que no se puede gobernar desde una oficina y un escritorio una ciudad si no se le conoce más que la conoce la mayoría.

Caminando por ella se ve el comportamiento de los ciudadanos, se oye al pasar la opinión que tienen de los servidores públicos y del propio gobernante; y lo demás es investigación posterior para comprobar qué tanto de verdad hay en aquello que se escuchó.

En alguna ocasión que a López Portillo le preguntaron cómo era posible que no estuviera enterado de algo que casi todos sabían, contestó que porque él había sido el presidente, no un policía. Lo que tal contestación prueba es por qué le fue como le fue. Y a nosotros peor.

Por años nuestra plaza principal ha seguido igual, cuando en Monterrey, en Saltillo y aún en Gómez Palacio han mejorado; algunas calles de la Avenida Morelos y de otros sitios céntricos, se vienen deteriorando sin que nadie se ocupe de detener tal menoscabo.

Claro que es importante que los presidentes municipales estén en las inauguraciones y estimulen los estrenos, pero también lo es acudir a tiempo al rescatar lo que se va destruyendo.

Este diario viene exponiendo en una serie de estupendos reportajes la verdad de ese otro Torreón desconocido para muchos de sus habitantes, pero que no deben ignorar sus alcaldes. Muy oportunas son tales publicaciones, no tanto para que comience a aprovecharlas la actual administración, a la que no le queda ni tiempo ni dinero, y acaso ni voluntad; pero, sí para que la que se prepara a tomar posesión no lo ignore, tome nota de ello y en cuanto sea autoridad no pierda tiempo y jerárquicamente ataque esos problemas. Pero, sobre todo, que se prepare a conocer mejor que nadie a Torreón, recordando pasear a pie por él con la frecuencia que le sea posible, no sólo para seguir enriqueciéndola de nuevas obras sino, también, para conservar mejor todo lo que otros hicieron antes con amor: plazas, calles y estatuas, que aunque estas últimas no fueron de mármol de Carrara, por muchos años embellecieron nuestra avenida Morelos, y que un día desaparecieron sin más ni más. ¡Qué bien hicieron los que, para evitar otro despojo a Torreón hicieron copia de las estatuas de las fuentes de la Plaza de Armas guardando las originales ¡en el Centro Histórico Eduardo Guerra! A grandes males, grandes remedios.

En fin, que para amar a nuestra ciudad primero hay que caminarla, para ver de cerca su Centro Histórico, compadecerse y comenzar a echarle una mano.

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