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Convierten cuatro años de lucha en justicia

TRAS AÑOS DE LUCHA LOGRAN JUSTICIA

Cargo.  Para María no ha sido sencilla la situación, pues se hace cargo de su familia.

Cargo. Para María no ha sido sencilla la situación, pues se hace cargo de su familia.

AGENCIAS

Para muchos latinos nombres y apellidos, como Ramón de Jesús o Guillermo Ávila, podrían sonar familiares. Otros resultarían desconocidos y al tratar de leerlos en voz alta sería casi imposible pronunciarlos como se debe. Por ejemplo, Gabriel Ducoing; Philip Krasielwiez, Harinzo Narainesingh, Jerry Vales, Kurt Sauer, Alan Boutwell, Edward Carili, Ishmael Finn, Derrick Liewelin o Andre Piligrino.

Hay una familia que los conoce todos; sabe la pronunciación exacta. Y es que les costó años para que el gobierno de Estados Unidos se los revelara. Son los asesinos de su papá, de su esposo, un migrante potosino llamado Anastasio Hernández Rojas, quien murió en la puerta de deportaciones que comparten las fronteras de San Diego y Tijuana en 2010.

Por primera vez en la historia de Estados Unidos, el 2 de diciembre 12 supervisores de dos agencias federales -la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Inmigración y Aduanas- se presentarán ante un juez en California por el asesinato del migrante mexicano.

En la gran sala de bancas barnizadas color caoba, donde ha quedado para siempre impregnado el olor a madera, se han sentado grandes capos: Benjamín Arellano o los hijos de Joaquín "El Chapo" Guzmán, o Ismael "El Mayo" Zambada. Pero nunca han entrado agentes del Departamento de Seguridad Nacional de EU, acusados de asesinato y tortura.

La Fiscalía del Distrito Sur del Estado de California le dará la bienvenida a las autoridades encargadas de preservar la seguridad de las fronteras y se sentarán en los mismos banquillos que aquellos narcotraficantes. Y lo consiguió una familia indocumentada y un abogado mexicano-estadounidense.

Para María todavía es muy confuso entender qué sucedió. Existe una versión: que su esposo salió de trabajar y llegó a un supermercado donde, tal vez, tomó una fruta antes de pagarla. Pudo ser el guardia del mercado quien lo detuvo e inmediatamente después llamó a los agentes de Inmigración.

Es muy confuso porque Anastasio, su marido, un hombre tranquilo de 42 años de edad, cabello oscuro que aún no empezaba a encanecer, nunca alcanzó a contárselo. Todo pasó un 10 de mayo y creyó que su esposo no llegaba porque le compraba un regalo.

Sabe que cuando lo deportaron llegó a Tijuana y compartió cuarto con un hermano, Pedro. Que el 28 de marzo de 2010 intentaría regresar por las montañas localizadas en la periferia de la frontera. Y que prendió una veladora y se encomendó a todos los santos.

Su viuda también sabe que Anastasio fue detenido cuando intentó regresar a California, aproximadamente a las cinco de la tarde y lastimado durante su detención. Que en ese momento solicitó ayuda médica y le fue negada.

En lugar de proporcionarle un doctor, a las 21:18 horas le propinaron cuatro descargas eléctricas por más de 40 segundos. Otro agente se posicionó sobre su torso cortando la respiración de Anastasio. En ese momento, el migrante sufrió un infarto, su cerebro dejó de recibir oxígeno durante alrededor de ocho minutos, lo que derivó en una muerte cerebral.

Todos los recuerdos de María se entrecortan, a cuatro años del asesinato es difícil acordarse: "Me ofrecieron desconectarlo, pero mi hija y yo nos negamos. Siempre tuvimos la esperanza de que se levantara", comenta.

Momentos antes de su muerte, María se postró a un costado de la cama de su marido, en el Chulavista Medical Center. Sola en el pequeño cuarto de hospital, le pidió que se levantara. Pero comprendió que no pasaría y en su lecho de muerte, le solicitó que no se preocupara por sus hijos. "Yo creo que me escuchó", Anastasio murió el 31 de mayo a las 16:30 horas, después de que María le dijo lo anterior.

"Pero me da un coraje que afuera estaba gente de migración; yo creo que creían que se iba a levantar y escapar", recuerda.

Cuando murió Anastasio, sus hijos pequeños apenas tenían cuatro años, los gemelos Daniel y Daniela. No comprendieron y sólo necesitaron una explicación: su papá se fue al cielo.

Hoy tienen ocho años, y Daniel, un niño rechonchito que le gusta el futbol, también se ha convertido en un experto en computadoras. Ya descubrió YouTube y con ello el video que tomó con su celular Humberto Navarrete, un estudiante de medicina, al momento en que agentes migratorios torturaron a Anastasio.

-"Noooo, yaaaa, ayuda. Ayúdenme. Ya por favor, señores, ayúdenme. Ayúdenme, por favor. Nooooo. Nooo déjenme señores. Piedad", llorando, gritando con la voz que le quedaba, lo último que diría en vida. Ante la mirada indiferente de todo el mundo.

"Fueron muchos meses de no poder dormir, de escuchar esos gritos, y ahora a mis niños ya no tengo cómo escondérselos, y no puedo explicarles por qué, por qué lo mataron, porque él no se quería ir; adoraba a sus hijos".

Daniel está enojado. Su primera reacción al descubrir el video fue de rabia: "¡Por qué lo mataron, mamá!", pero, pese al dolor que les causa el video, saben que fue la prueba irrefutable para sentar en el banquillo de los acusados a los 12 agentes migratorios que sometieron a Anastasio y a los supervisores que lo permitieron.

Ya son más de cuatro años y María cree que ya viene la luz. Los cinco hijos de Anastasio también se presentarán ante los agentes migratorios. "Nosotros siempre hemos dicho qué queremos: que a los oficiales se les sancione, tienen que tener cargos en su contra, esto se trata de que estas personas aprendan y que no vuelvan a hacer eso, porque siempre matan gente. ¿Cuántas familias no han destruido?".

Según la autopsia realizada por el doctor Martín Pietruszka, los agentes le laceraron el hígado, tuvo hemorragia en el diafragma; contusiones en la mandíbula, fracturas en los brazos y costillas, hemorragia en el esófago y otras lesiones provocadas por los choques eléctricos.

A un par de cuadras de donde serán juzgados los agentes migratorios que mataron a Anastasio, se encuentra la oficina de Guadalupe Valencia. El hombre que siempre viste de traje, impecable, bien parecido y lleva un Rolex en su muñeca.

Está feliz. Cuatro año de trabajos, de alterones de carpetas, de malas caras y de golpes en la puerta -no ha sido fácil enfrentarse a las autoridades de Estados Unidos- al parecer viene el desenlace de todo. Valencia, nacido en Los Ángeles, California, pero hijo de padres tapatíos, es uno de los pocos abogados penalistas que hablan inglés y también español. Por eso ha sido vital su representación en el caso.

Fue a través del consulado mexicano que se enteró de la muerte del migrante, y hasta hoy él ni los otros dos abogados, Eugene Iredale y Adrián Martínez, han cobrado un solo peso a la familia. "Sabíamos que no tenían dinero para pagar, pero nosotros nos comprometimos a ayudarles, creíamos en el caso y en las personas que nos contaron su versión de las cosas".

El caso de Anastasio dio un giro sin precedentes el pasado 29 de septiembre, recuerda Valencia, cuando el juez federal, James Lorenz, negó la inmunidad, es decir, procedería la demanda en contra de los 12 agentes migratorios, por considerar que existían pruebas suficientes para llevarlos a un juicio.

Reconoce que los videos y testimonios recopilados por distintas personas que regresaban por la garita internacional de San Ysidro a Tijuana fueron determinantes. "Matan a mucha gente, pero desgraciadamente no hay un audio o un video que lo compruebe".

Los abogados están conscientes que nada regresará a la vida a Anastasio. "Pero tienen que pagar una sanción económica", y explica que a la par un gran jurado de Estados Unidos mantiene abierta una investigación por el homicidio de un migrante mexicano.

Valencia desafió a Estados Unidos: "el gobierno nos decía que no había una ley válida para demandar por tortura; este es el primer caso en Estados Unidos, que tienen que ir a juicio no sólo por exceso de violencia sino por tortura. Eso es algo que nunca habíamos visto".

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Escrito en: Anastasio Hernández

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