Siglo Nuevo

París era una fiesta, París no se acaba

Enrique Vila-Matas, el joven que quiso ser como Ernest Hemingway

París era una fiesta, París no se acaba

París era una fiesta, París no se acaba

Nadia Contreras

La escritura es tirar las cartas sobre una suerte oscura. Ignoramos si tendremos éxito o viviremos condenados a la desesperación de cuadernos vacíos. La escritura es así, una tirada de cartas, un libro vacío, el destino que, repentinamente, se vuelve noche. No sólo la escritura, la vida misma. Para Enrique Vila-Matas, tal como lo afirma Marguerite Duras, “dudar es escribir”; llega el momento en que todo se pone en tela de juicio.

Enrique Vila-Matas nació en Barcelona, es autor de una extensa obra narrativa traducida a once idiomas. Entre sus creaciones literarias podemos citar: La asesina ilustrada (1977), Impostura (1984), Historia abreviada de la literatura portátil (1985), Una casa para siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), Hijos sin hijos (1993), Extraña forma de vida (1997), El viaje vertical (1999), Bartleby y compañía (2000), El mal de Montano (2002), París no se acaba nunca (2003), Dublinesca (2010), Aire de Dylan (2012) y Kassel no invita a la lógica (2014). Entre sus artículos y ensayos literarios destacan El viajero más lento (1992), El traje de los domingos (1995) y Para acabar con los números redondos (1997). Ha obtenido, entre otros, los premios literarios Rómulo Gallegos y el Premio Médicis.

LOS DOS LIBROS

En París no se acaba nunca (2003), se entrecruzan la vida personal del autor, la figura y obra de Ernest Hemingway, París y la escritura. No es propiamente una novela aunque sí las historias que cuenta. El título hace referencia al vigésimo y último capítulo de París era una fiesta de Hemingway por ello, leer a Vila-Matas es releer a Hemingway.

París no se acaba nunca comienza cuando el protagonista recuerda su participación en un concurso de dobles en Key West y la inevitable descalificación debido a su falta de parecido físico con el escritor norteamericano. Una y otra vez cree que se asemeja a su ídolo de juventud. Y afirma: Cuando tenía quince años y leí de un tirón su libro de recuerdos de París… decidí que sería cazador, pescador, reportero de guerra, bebedor, gran amante y boxeador, es decir, que sería como Hemingway.

Las relaciones entre un libro y otro, son infinitas. El protagonista de la novela de Vila-Matas, es invitado a dar una conferencia de tres días en Barcelona. Para realizar las anotaciones de su conferencia, en la que hará una revisión irónica de sus años de juventud, tiene que regresar a París donde fue muy pobre y muy infeliz. En París era una fiesta, libro publicado póstumamente en diciembre de 1964 en los Estados Unidos por Editorial Scribners, Ernest Hemingway dirá: muy pobres, pero muy felices.

Citar un libro es citar al otro. En algún momento de la lectura ambos libros se acercan demasiado. Por ejemplo: Enrique Vila-Matas titula su libro así porque al igual que Ernest, considera que la ciudad de las luces no se acaba y escribe: es maravillosa, puede con todo, puede con todas las causas que el hombre encuentra para ser infeliz. Puede con todas las razones básicas para la desesperación: la volubilidad del amor, la fragilidad de nuestro cuerpo, la abrumadora mezquindad que domina la vida social, la trágica soledad en la que en el fondo vivimos todos, los reveses de la amistad, la monotonía e insensibilidad que trae aparejada la costumbre de vivir.

Por el contrario, también se alejan y más en el aspecto biográfico. En la versión oficial, en Ketchum (Idaho, Estados Unidos), la madrugada del 2 de julio de 1961, Hemingway se disparó con su escopeta. El relato es el siguiente: abrió la bodega del sótano donde guardaba sus armas, subió las escaleras hacia el vestíbulo de la entrada principal de su casa, y empujó dos balas en la escopeta Boss calibre doce, colocó el extremo del cañón en su boca, apretó el gatillo y estalló su cerebro. Después, todo ese barullo en torno a quien heredó el concepto de la “Teoría del iceberg” o “Teoría de la omisión”: el noventa por ciento de lo relatado debe permanecer bajo el agua, de tal forma que el lector concluya la historia a partir de lo no dicho, de lo sobreentendido. El libro de Vila-Matas rinde homenaje a este apartado de la vida de Hemingway, pero es un homenaje en el que vemos al autor de Por quién doblan las campanas, malogrado, inseguro, contradictorio. Revisemos dos ejemplos, el primero tomado del capítulo 108 y el segundo del 110:

1. En enero del año en el que se iba a matar Hemingway, un hombre viejo y frágil, con todo el cabello blanco, pálido, de miembros enflaquecidos pero aparentemente mejorado de sus últimas crisis, fue autorizado por los médicos a regresar a Ketchum.

2. Una creciente tristeza por su fracaso en ser su propio mito; más posiblemente una incapacidad sexual que, considerando sus proezas en otros terrenos de la acción viril, le desconcertaba profundamente (Anthony Burgess); se sintió acosado por la incapacidad de seguir escribiendo y por la locura. Le dolía haber dedicado su vida de aventuras físicas y no al sólo y puro ejercicio de la inteligencia (Jorge Luis Borges).

LA IRONÍA Y LA DUDA

Líneas arriba decía que la escritura es como tirar las cartas sobre una suerte oscura. En este libro, es un recurso que veremos a lo largo y ancho de sus páginas. La ironía que implica llegar a una ciudad con la firme intención de llevar una vida de escritor, sin dinero, con muy pocos amigos y con la angustia permanente de escribir la primera novela La asesina ilustrada. Pero, ¿qué es la ironía? ¿otra manera de llamar a la “Teoría del iceberg”:

La ironía me parece un potente artefacto para desactivar la realidad. Ahora, ¿qué sucede cuando vemos algo que habíamos visto, por ejemplo, en una fotografía y de repente vemos de verdad? ¿Es posible ironizar sobre la realidad, descreer de ella, cuando estamos viendo algo de verdad?... Entonces, ¿qué vemos cuando creemos ver algo de verdad? Yo diría que, cuando eso ocurre, cuando parece que nos encontramos ante lo real, estamos más que autorizados a ironizar sobre la realidad, aunque sólo sea para conjurar la posible aparición casual de lo que es realmente real y de ese muro que nos dejaría sin ironía alguna, desmayados.

La duda nos lleva a escribir y la certeza, cualquier certeza, a enloquecer. La duda y el azar nos hacen avanzar zigzagueantes como avanzó Vila-Matas en las primeras páginas de La asesina ilustrada:

Tenía pensado escribir el libro por el primer capítulo, después el segundo, etcétera, pero muy pronto me dejé llevar por el azar... las ocho cuartillas del cuaderno asesino (que van en el centro del libro) y la frase que encabeza la novela fueron redactadas al final de todo, algo -esto último- que sin duda no habrá de extrañar a quien recuerde aquello que decía Pascal: ‘Lo último que se encuentra escribiendo una obra es aquello que ha de figurar al principio’.

COLOFÓN

Vila-Matas conoció a Marguerite Duras en 1974. Era su casera cuando llegó a París con el firme propósito de ser escritor y de hacer de su protagonista un Hemingway más. Marcó su obra literaria. Al enterarse que su inquilino pretendía escribir un libro, Duras le dio una cuartilla con trece consejos y uno más que ella misma recibió de Raymond Queneau, escritor, poeta y novelista francés: Usted escriba, no haga otra cosa en la vida. Aquí están los trece consejos, arrojémonos:

1. Problemas de estructura.

2. Unidad y armonía.

3. Trama e historia.

4. El factor tiempo.

5. Efectos textuales.

6. Verosimilitud.

7. Técnica narrativa

8. Personajes.

9. Diálogo.

10. Escenarios.

11. Estilo.

12. Experiencia.

13. Registro lingüístico.

Twitter: @contreras_nadia

Cortesía Festival Internacional de Literatura de Nueva York.
Cortesía Festival Internacional de Literatura de Nueva York.
Foto:EFE
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