Sor Juana con su fama
Cada 12 de noviembre es oportunidad de reafirmar la fama del más grande escritor mexicano: Sor Juana. Puede que suene rara la expresión “escritor mexicano: Sor Juana” a pesar de libertades recién conquistadas; también si se piensa sobre todo en figuras de la poesía mexicana del siglo XX como Ramón López Velarde (el más grande), José Gorostiza, Jaime Sabines y alguno otro.
Entre los narradores de similar talla tenemos a Juan Rulfo, Agustín Yáñez, Juan José Arreola (los tres jaliscienses), José Revueltas y Carlos Fuentes, por nombrar sólo a algunos de los escritores que consideramos clásicos en la literatura mexicana.
Pero aunque suene rara la expresión, Sor Juana seguirá siendo el mayor de los escritores mexicanos por el lugar que le damos en la actualidad y por la fama y la gloria terrenal que se ganó desde sus tiempos que por cierto no eran mexicanos, sino novohispanos.
De todos modos, Sor Juana es mexicana si pensamos en su modestia ante la fama, actitud muy contrastante si la comparamos con la actitud desenfadada de los españoles y los maestros renacentistas que se enorgullecían abiertamente de buscar la gloria terrenal.
Pedro Henríquez Ureña y, siguiéndolo, Rodolfo Usigli, teorizaron sobre la modestia del mexicano, una modestia que aunque considerada expresión de refinamiento y elegancia acabaría pareciendo (y aun evidenciando) complejo de inferioridad.
El sentimiento de ser inferior no aparecería en Sor Juana, aunque sí su humildad de religiosa. Si de pronto en algunos textos parece recatada ante su fama y no pocas veces dolorida, en otros la acepta y, acorde con su genialidad, juega con ella y no deja de burlarse de algunos que la aplauden.
En un romance admite que es famosa en todo el mundo: Supuesto discurso mío / que gozáis en todo el orbe / entre aplausos de entendido / de agudo veneraciones.
En su comedia Los empeños de una casa, doña Leonor ostenta rasgos de Sor Juana y dice que fue celebrada por milagro / de discreción. En su tiempo “discreción” era inteligencia. Luego platica que desde sus primeros años se dedicó intensamente a los estudios –como hizo Sor Juana– y que por ello era el admirable blanco / de todas las atenciones. Y reconoce: Era de mi patria toda / el objeto venerado.
Por la admiración, dice doña Leonor, llegó la superstición / popular a empeño tanto / que ya adoraban deidad / el ídolo que formaron. En fin, igual que Sor Juana en el romance mencionado, afirma que su fama recorrió todo el orbe. Doña Leonor dice: Voló la fama parlera / discurrió reinos extraños.
El discurrir de la fama de Sor Juana por todo el orbe se ve en el epígrafe de uno de sus poemas y en una cuarteta. El epígrafe dice: “En reconocimiento a las inimitables plumas de la Europa que hicieron mayores sus obras [de Sor Juana] con sus elogios […]”; y sus versos: ¿De dónde a mí tanto elogio? / ¿De dónde a mí encomio tanto? / ¿Tanto pudo la distancia / añadir a mi retrato?
Sin embargo, elogios y encomios, aplausos, reconocimiento y veneración; fama, le aventaron a Sor Juana la envidia. En un soneto se queja de las penas que la fama le arroja. El epígrafe advierte: “Muestra sentir que la baldonen por los aplausos de su habilidad.” Y ella en sus versos le dice al Hado: Dísteme aplausos para más baldones / subir me hiciste para penas tales”. Su sufrimiento por la fama también lo expone en muchas de sus obras, pero será tema de otro comentario.
Concluyamos diciendo que este texto pretende reafirmar la fama y la gloria de Sor Juana. Aunque debemos reconocer que si ella viviera se reiría de nuestra buena intención de admirar su sensibilidad, su inteligencia, su pasión por el saber, su grandeza. Sin embargo, Sor Juana sabía ser humilde y entendía la necesidad de algunos espíritus de reverenciar aquello en lo que creen.
Correo-e: [email protected]
