EDITORIAL Sergio Sarmiento Caricatura Editorial Columna editoriales

Continuidad en Brasil

GABRIEL GUERRA C.

Tras una de las campañas electorales más intensas, agresivas y sucias en la historia de la aún joven democracia brasileña, en la que los contendientes se dijeron de todo y sus partidarios se dieron con todo, Dilma Rousseff emerge vencedora y gobernará cuatro años más. Cuando concluya su período presidencial, la izquierda habrá gobernado Brasil 16 años consecutivos.

Hace apenas unos meses su victoria parecía imposible. La desorganización, corrupción e ineficiencia de los constructores del gran proyecto del Mundial de Futbol habían puesto a dudar al resto del mundo acerca de las capacidades del milagro brasileño. Mientras tanto, ciudadanos de clase media y baja salían a las calles para protestar contra un régimen más dispuesto a gastar en estadios costosos que en infraestructura y servicios.

Sumado lo anterior a la debacle futbolística del seleccionado brasileño y al súbito frenón de la antaño economía más pujante del hemisferio occidental, parecía que la suerte estaba echada: Dilma y el Partido de los Trabajadores saldrían por la puerta de atrás, despedidos por un electorado cansado de la corrupción e ineficiencia y por el mal manejo de la economía. Peor imposible.

Sesudos análisis en esos momentos aciagos, incluidos algunos míos, apuntaban a las causas de fondo: la burocratización excesiva, un sistema de seguridad social lento y esclerótico, y la incapacidad para satisfacer las cada vez mayores exigencias de una nueva clase media que, viniendo de la pobreza, no estaba dispuesta a conformarse con sólo salir de pobres: esperaban, exigían, servicios y trato de primera en un país acostumbrado a darles lo mínimo. La gran paradoja: más de 20 millones de brasileños ingresaron a las filas de la clase media en poco más de una década, y esos eran los más implacables críticos del gobierno que los había ayudado a mejorar sus condiciones de vida.

Llegó la campaña y un trágico accidente. La muerte de un candidato secundario hizo que su compañera de fórmula, la Verde Marina Silva, se convirtiera en la consentida y favorita de muchos. No le duró el gusto: entre sus propios errores y la implacable maquinaria de sus adversarios, pronto cayó al tercer lugar.

Eso dejó a los brasileños con dos opciones: más de un gobierno que con todos sus defectos ha sido capaz de invertir y en serio en políticas sociales y de combate a la pobreza sin generar una crisis económica como las de otras naciones latinoamericanas con gobiernos de izquerda (el contraste con Venezuela y Argentina es impresionante) o un giro hacia la derecha, a un candidato emblemático del viejo y rancio establishment brasileño.

Dilma, la exguerrillera vuelta presidenta, contra el centrista y aristocrático Aecio Neves (nieto del celebre Tancredo, quien ganó la presidencia y murió antes de asumirla en 1985), promotor de un mayor acercamiento a los intereses empresariales. Candidatos decentes, opciones razonables ambos, sorprendió la dureza y rudeza de sus respectivas campañas.

Pero aquí es donde Brasil debe darnos envidia. Concluyó el proceso electoral con resultados el mismo día, aceptados por todos, y ahora la vida vuelve a la normalidad.

Rousseff la libró. No fue la suya una victoria abrumadora ni puede presumir un mandato mayúsculo. Aprobó apenas, y eso la hará moderar discurso y acciones de gobierno, y enfocarse más a atender los agravios que percibe la sociedad brasileña: ineficiencia, burocratismo, corrupción. Y reactivar a una economía que no acaba de salir del estancamiento.

Su victoria es la de las políticas sociales incluyentes, del combate exitoso a la pobreza, de la preeminencia de la gente sobre los mercados.

A tomar nota.

@gabrielguerrac

Internacionalista

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1053195

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx