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Día de muertos

JULIO FAESLER

Una de las tradiciones de más arraigo en México es la de recordar con festiva devoción nuestros muertos. Este domingo, Día de las Ánimas, miles de fieles visitarán los campos santos y pasarán horas enteras arreglando y decorando las tumbas, acompañando en alegres convivios a las ánimas de sus parientes y amigos más cercanos que se les adelantaron de esta vida.

Este año la presión comercial por promover el Hallowe'en norteamericano, cruda derivación del All Hallow's Eve original, con proliferación de calabazas de plástico, máscaras, trajes de brujas o monstruos horripilantes hechos en China y distribuidos en los mercados populares.

Afortunadamente, se ven cada vez más en casas, tiendas, oficinas privadas y públicas, los altares de muertos, con sus ofrendas de pan de muerto, calaveras de azúcar, papel recortado y vistosas velas. Rescatar esta vieja costumbre de celebrar el Día de las Ánimas refuerza valores familiares y nacionales que hoy día hacen falta.

A este respecto viene a cuento el significado más hondo de una tradición como la veneración a los muertos como elemento que enriquece el sentido mismo de estar vivo y formar parte de un esquema mucho mayor que el de la actividad cotidiana. La indisoluble comunidad entre vivos y muertos que el cristianismo extiende a un plano mayor el quehacer diario. Esta idea de continuidad coincidió con conceptos de las culturas indígenas que los españoles vieron compatibles con la del alma y su tránsito después de la muerte. Ello permitió tomar de ambas culturas una cómoda fusión de cultos a la muerte. Semejantes en muchos sentidos a la continuidad existencial en que creen las religiones orientales como la hindú o budista.

En estos días, México, como una gran mayoría de los países, sufre desórdenes inusitados que afectan directamente su confianza en sí mismo. Los graves problemas que nos aquejan tienen que ver con insuficiencia de actividad económica, desempleo, pobres instituciones educativas, inexistentes o elitistas. El gobierno que anunciaba "saber hacer las cosas" aún no da señales de resolver el criminal maridaje entre mafias y poder. Lejos está de poder darle a la nación paz, seguridad y desarrollo.

La búsqueda de soluciones se hace más intensa. Todo está por revisarse. Las instituciones fallan, los programas oficiales simplemente cambian de nombre y todo queda en promesas. Hay carencias de liderazgo en el país al igual que en el resto del mundo.

Una corrupción que penetra sin excepción todos los sectores socioeconómicos agrava el ambiente de desilusión general que no encuentra logros palpables que remedien el deprimente estado de cosas.

Ante tanta incertidumbre es lógico que se busque en todo el mundo fórmulas conocidas, tradicionales, donde haya refugio y más seguridad que la que ofrecen patrones de vida novedosos y ajenos.

El Siglo XX se caracterizó por confiar en los parámetros de la economía y la ciencia para alcanzar metas de progreso. Los fracasos y sobre todo, el sufrimiento mayúsculo que resultó para cientos de millones de seres humanos, han hecho que la brújula apunte a un dirección opuesta, la que dé importancia a los valores del espíritu. Veremos en los próximos años una clara inclinación hacia valores superiores a los que normaron la vida en los últimos años.

Esta temporada habrá más altares de muertos, con más adornos, ofrendas y rezos. El Hallowe'en de las cifras y de las metas cuantificadas quedó desechado.

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