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La izquierda desfigurada

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

No hay nadie que salga bien librado de la crisis de Guerrero, pero sí hay quien que queda peor: la izquierda. El partido más importante de la izquierda mexicana ha gobernado ese estado desde hace casi una década y no ha sido capaz de imprimir un sello distintivo. No es perceptible un quiebre en la historia de ese estado, como quizá pudo haberse registrado en la Ciudad de México, con la victoria de 1997. Los recientes gobernadores de Guerrero postulados por el Partido de la Revolución Democrática no han impulsado una transformación, siquiera modesta de la política guerrerense ni han sido capaces de atenuar la larga historia de violencia e injusticia. El PRD ha demostrado en Guerrero la banalidad de la alternancia.

En Guerrero encalla la pretensión del gobierno federal de resolver el drama de la inseguridad a base de silencio y promesas de coordinación. Se muestra también el fracaso de nuestros servicios de inteligencia y la inexcusable indolencia de la Procuraduría General de la República y la Secretaría de Gobernación que nada hicieron a pesar de saber que la alcaldía de Iguala se había puesto abiertamente al servicio de la delincuencia. En Guerrero se ensucia también Acción Nacional que prestó votos al priista postulado por la izquierda y queda en ridículo por proponer la desaparición de poderes, una salida absurda e inconstitucional a una crisis que merecería una respuesta seria de la representación federal.

Se trata de un golpe severísimo a toda la clase política que debería ser tomado como advertencia severa. Si se agredió recientemente a Cuauhtémoc Cárdenas y a sus acompañantes en una marcha de repudio a la desaparición de los normalistas es porque empieza a caldearse entre nosotros el grito de "todos fuera." No es fácil distinguir, en esta hora dramática, entre las distintas ofertas políticas, alguna que esté libre de fallas imperdonables. La elección del 2015 nos encontrará con una política alicaída y partidos descompuestos. El desprestigio se lo han ganado a pulso y viene de lejos. Al descrédito antiguo habrá que agregar ahora un ingrediente aterrador: su vínculo, su complicidad o su subordinación al crimen.

El golpe lastima particularmente a la izquierda que, como decíamos al principio, gobierna el estado desde 2005. La izquierda respaldó al alcalde acusado de los crímenes más espeluznantes y al gobernador defenestrado. La izquierda fue incapaz de reaccionar con dignidad y prontitud a la crisis. El nuevo dirigente del PRD se estrenó en su cargo pidiendo perdón, creyendo que el gesto bastaba. Se disculpaba, mientras defendía lo indefendible. Mientras las evidencias de negligencia y complicidad se amontonaban, Carlos Navarrete salía y volvía a salir a la defensa de su baluarte electoral. La tragedia de Iguala lastima también a la nueva opción partidista de la izquierda. Morena no puede limpiarse las manos ante lo sucedido. El caudillo se tapó los oídos cuando le gritaron directamente que su candidato tenía vínculos con el crimen. Su salida fue la retórica insustancial de siempre. "La patria es primero", respondió el tabasqueño a quienes expresaban repudio a Abarca, candidato de la mafia.

Más allá de los hechos concretos que han cimbrado al país durante el último mes, Guerrero muestra la crisis de una izquierda desfigurada. El grupo que mantiene el control del PRD se dice pragmático y flexible. Se cree moderno y reformista. Es una camarilla que ha estado dispuesta a arruinar el proyecto de izquierda si el partido "de izquierda" avanza. Esa "izquierda moderna", hay que recordarlo, obsequió la candidatura a un priista al que el PRI rechazó. Los dueños del aparato conocían su trayectoria y decidieron ignorarla. No podían inventarle trayectoria reformista, pero eso era irrelevante. El priista les ofrecía votos y eso, al parecer, fue lo único que consideraron para regalarle la candidatura. Tal parece que la elección inmediata es el basurero de los proyectos. El círculo que integra Democracia Deliberada ha hecho preguntas pertinentes a los dirigentes del PRD: ¿por qué compiten así, dándole candidaturas a los representantes de los partidos que combatimos, a los delegados del crimen? En el fondo, la pregunta es elemental: ¿para qué quiere el poder el PRD si hace lo mismo que cualquier otro partido? El PRD no se equivocó solamente al postular candidatos indefendibles en Iguala y en Guerrero. Oponiéndose a un dirigente mesiánico, reivindica una política desvergonzada.

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