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La cosecha de los duendes

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

CUENTO, PARA BÁRBARA Y SOFÍA

A mí me gusta más el Día de los Muertos que la Fiesta de Halloween. Mi abuela sabía muchas historias sobre el día de los difuntos, por eso cuando yo le preguntaba si existían las brujas y los duendes, me respondía: "Claro que no existen, pero… de que los hay, los hay".

Y una noche como ésta, hace muchos años, mi abuela, sentada en su vieja mecedora, me contó la siguiente historia:

Mi abuelo Francisco, su esposo, administraba varios ranchos por el rumbo de Parras. Y siempre en la temporada contrataba muchos trabajadores para levantar las siembras, sobre todo la de trigo.

Pero ese año, no pudo conseguir quién trabajara cosechando y por tanto corría el riesgo de que la cosecha se echara a perder.

Él le había platicado alguna vez, que en el barco que lo trajo a América, conoció a un irlandés, pelirrojo, que le platicó de un conjuro, que si se hacía en la "noche de brujas", los duendes irlandeses acudían a solucionar cualquier problema.

Mi abuela, como profunda católica que era, le sugería que no anduviera contando esas cosas, porque corría el riesgo de que el cura del pueblo, lo excomulgara.

Sin embargo, pasaban los días y mi abuelo no encontraba trabajadores para levantar la cosecha, ni en el pueblo ni en las rancherías vecinas.

Desesperado, esperó la noche de brujas y se dispuso a realizar aquel conjuro que le había enseñado el irlandés. Él mismo no estaba seguro de su efectividad, porque cuando se lo contó, aquel hombre, como buen irlandés, andaba bien borracho y no soltó la borrachera, desde que se inició la travesía hasta que concluyó en Veracruz y se bajó del barco a celebrar que hubieran llegado con bien.

Así que, desesperado y nervioso, mi abuelo esperó la noche del 31 de octubre y en el corral de la casa hizo una gran rueda con sal marina y al centro colocó una enorme calabaza hueca, con ojos y dientes; y adentro de ella puso una vela gruesa que iluminaba todo el entorno.

Se sentó fuera del círculo y desde ahí pronunció el siguiente conjuro: "Duendes benditos, que custodian las cosechas y desfacen los entuertos, ayúdenme a levantar esta cosecha de trigo lo antes posible".

Muchas veces repitió aquella frase y casi vencido por el sueño se metió a la casa a dormir. No había más que hacer que dejar todo a la suerte.

Una de las condiciones que le había dicho el irlandés que tenía que cumplir, era que oyera lo que oyera, no debería salir a ver lo que estaba pasando, porque eso ahuyentaría a los duendes.

No se puede decir que mi abuelo se durmió, porque sólo dormitaba a ratos, pero en un momento dado, lo despertó un ruido semejante al que hacen las cortadoras de trigo cuando están cortándolo. Él sólo escuchó el ruido, porque ni a la ventana se asomó.

Pero al día siguiente muy temprano, cuando abrió la puerta principal de la casa, que quedaba justo enfrente de las tablas de trigo, se encontró con una visión maravillosa: Todo el trigo estaba cortado y atado en azas perfectamente ordenado, como si cientos de trabajadores hubieran hecho el trabajo necesario y perfecto.

Pero además, al despertar, por la ventana divisó un arcoíris hermoso que terminaba justo frente a la puerta principal.

Y al abrir la puerta se percató que al frente estaba una olla de cobre llena de monedas de oro, con un mensaje que decía: "Para la próxima cosecha".

Dicen que los duendes no existen, y mi abuela lo corroboraba, pero siempre añadía: "…pero de que los hay, los hay".

Este es el tiempo de la cosecha. Y hay que cosechar para tener comida en el invierno y buena compañía con quien compartirla.

Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".

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