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El Síndrome de Esquilo

¿NO TENGO ALGO DE HUMPHREY BOGART?

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VICENTE ALFONSO

Estoy en Buenos Aires y todo indica que me quedaré aquí hasta fines de año. Ayer visité el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), donde se clausuraban dos estupendas exposiciones: "Los otros cielos" y "Los fotógrafos: ventanas a Julio Cortázar". Ambas, por supuesto, eran un homenaje al primer siglo del autor de Rayuela, a cincuenta años de la publicación de esa novela.

Lo que más llamó mi atención no estaba en las exposiciones, sino alrededor o detrás de ellas. Leyendo las cédulas me he dado cuenta de que, de tiempo acá, en muchos homenajes a escritores predominan las fotos. Se diría que además de ser, hay que parecer escritor. Hacer de sí mismo un personaje. Me bastó recorrer las exposiciones para comprobar que el autor de Rayuela no era ajeno a esa tendencia: "A ese acto fatal y ordinario de tener una imagen, Julio Cortázar le agregó la vocación muy temprana de darla", dice un comunicado del museo.

Así es: desde muy joven Cortázar se preocupa por dar una imagen de sí mismo, y esa imagen es la del petimetre: a este muchacho que aún no había publicado le ganan las ansias de ser visto como un hombre de mundo… así que "compone" su imagen con elementos que le hagan parecer al mismo tiempo moderno y aristócrata. La modernidad está en que se pone anteojos (un hipster adelantado a su tiempo) mientras que el toque aristocrático estriba en las poses que adopta.

Con los años irá cambiando la imagen que el autor quería transmitir. En los años en que comienza a publicar sus primeros textos, cuando firma como Julio Denis, se hace fotografiar sentado en un sillón de mimbre, con una bata de casa y un libro cerrado en la mano. "¿Ven como sí estoy trabajando?" parece decir.

En los años cincuentas, ya instalado en Francia, ve en París la escenografía adecuada para perfeccionar su personaje. No sólo escribe mucho, también se hace tomar cientos de fotos en puntos clave de la capital francesa, mientras él mismo capta imágenes de Aurora Bernárdez, su primera esposa.

Pero la imagen del escritor fragua en 1967 en los retratos que Sara Facio le hace a orillas del Sena en los jardines de la UNESCO, donde trabaja como traductor. (Será en el mimeógrafo de ese organismo donde imprima una rústica versión de Historias de Cronopios y de Famas). En esas fotos, quizá las más conocidas del autor, lo vemos en pose de tipo duro: gabardina, manos en los bolsillos, cigarro colgando de la boca. Fue la misma fotógrafa quien contó que detrás de escena, Cortázar le pregunta: "¿No tengo algo de Humphrey Bogart?".

La imagen de Cortázar vuelve a cambiar hacia finales de los sesentas y principios de los setentas, cuando se asume a sí mismo como escritor comprometido. Vuelve a ser Sara Facio quien retrata al nuevo Cortázar. En 1972 el tipo duro usa barba cerrada, muy en sintonía con lo que pasa en el mundo: ¡Revolución! parece gritar, más cercano al Che Guevara que al viejo Bogart. Sobre esta mutación, Vargas Llosa escribió que el cambio de Cortázar fue "el más extraordinario que me haya tocado ver nunca en ser alguno, una mutación que muchas veces se me ocurrió comparar con la que experimenta el narrador de Axolotl" (…) "se había dejado crecer el cabello y tenía unas barbas rojizas e imponentes, de profeta bíblico. Me hizo llevarlo a comprar revistas eróticas y hablaba de marihuana, de mujeres, de revolución, como antes de jazz y de fantasmas". El cambio es tal, que Vargas Llosa se pregunta si en verdad ese sujeto es Julio Cortázar".

No es el único en preguntárselo, y Cortázar lo sabía. Acaso por ello, al iniciar una conferencia en Casa de las Américas, en La Habana, bromeó con el tema cuando dijo: "Hace unos días una señora argentina me aseguró en el hotel Riviera que yo no era Julio Cortázar, y ante mi estupefacción agregó que el auténtico Julio Cortázar es un señor de cabellos blancos, muy amigo de un pariente suyo, y que no se ha movido nunca de Buenos Aires. Como yo hace doce años que resido en París, comprenderán ustedes que mi calidad espectral se ha intensificado notablemente después de esta revelación. Si de golpe desaparezco en mitad de una frase, no me sorprenderé demasiado; y a lo mejor salimos todos ganando".

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