Además. Otro objetivo predilecto del escritor son los medios de comunicación.
Sólo pronunciar su nombre remueve conciencias y estómagos en Francia, pero el escritor y pensador Alain Finkielkraut se mantiene firme en sus postulados: la identidad francesa se halla en crisis y Europa sólo tendrá futuro si honra su legado.
En los últimos tiempos, es inevitable encontrar al polémico autor en el centro de todas las batallas dialécticas.
Hasta se consagran libros a refutar sus ideas, como el reciente "Pour les musulmans", en el que el periodista y ensayista de izquierdas Edwy Plenel ataca su tesis de que "existe un problema con el islam en Francia".
Finkielkraut (1949) es consciente de la polvareda que generan sus opiniones, aunque parece sentirse cómodo en su papel de agitador que no duda en enfrentarse públicamente al primer ministro, Manuel Valls, en un debate televisado.
En su último libro, "La identidad desdichada" -que acaba de ser editado en español por Alianza Editorial-, el filósofo reflexiona, apoyado en una innegable erudición, sobre la defensa del laicismo, la amenaza de las nuevas tecnologías, el relativismo intelectual y, particularmente, sobre la integración de los inmigrantes.
"La misma existencia de una identidad francesa está puesta hoy en duda. Para mostrarse más abierta a la inmigración, parece que haga falta que Francia no tenga antecedentes", dice en una entrevista en su domicilio en París.
Finkielkraut considera que la sociedad se dirige hacia el nihilismo: "A fuerza de hablar de igualdad, nos impedimos hacer cualquier tipo de discriminación".
Criticado por sus opiniones respecto a los musulmanes, el escritor entiende que "se puede discutir sobre valores sin ser racista". Y apunta sin miramientos a quienes llama "apóstoles del mestizaje".