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Los Borgia

De los venenos de alcoba a la televisión.

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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Alejandro Rodríguez Santibáñez

Las series de televisión han tomado un auge inusitado en los últimos años; muchas y de muy buena calidad son las producciones que han cautivado al público, pero entre ellas brillan las de corte histórico. Los Borgia, es un ejemplo de esas propuestas destinadas a un público conocedor que exige más que una buena ambientación y vestuario de época.

Ya no es un secreto que las series de televisión viven su época de oro. Nunca en la historia fueron tan importantes para la industria del entretenimiento, ni vendieron tanto ni causaron tal expectativa. Las carteleras de cine presentan cada vez menos opciones. Las películas que presumen de originalidad e inteligencia, y que han sido premiadas en Europa o en los diferentes festivales de cine, o tardan lustros en llegar a las salas locales, o simplemente no llegan, cosa que por supuesto no preocupa a los distribuidores que sólo buscan remuneración económica y no promoción cultural. Es por eso que el consumidor opta por quedarse en casa en lugar de ver una y otra vez a Adam Sandler o la infumable Transformers y disfrutar grandes y muy atractivas producciones como Breaking Bad, Game Of Thrones, House of Cards o Los Soprano, que se han convertido en verdaderos clásicos en la industria del espectáculo.

A pesar de que las series antes mencionadas no piden nada a las películas multiganadoras de los premios Oscar, pues sus producciones son impecables, hay un subgénero dirigido a un público más culto, exigente y refinado que agradece la existencia otro tipo de series televisivas; esas de género histórico, que en términos de producción son mucho más complejas, y de las que sobresalen ejemplos como Roma, Los Tudor, Los Kennedy, Band of Brothers, The Pacific y la última: Los Borgia, a la que se dedican estas líneas.

EL MITO

En su libro Los Borgia, el afamado escritor de El Padrino, Mario Puzo, creó un muy pesado mito en torno a la familia Borgia. Por supuesto que el mito no fue inventado por él, sino por un papa apenas posterior a Alejandro VI, su gran enemigo Julio II, quien tras su ascenso al poder validó desde su estrado lo que por toda Roma se rumoraba y que quizá él mismo alimentó con tal de derrocar a su enemigo: que la hija de Alejandro VI, Lucrecia, cometía incesto con su hermano César y, por si no fuera suficiente, también con su padre, el mismísimo papa.

La maldad de Lucrecia es también conocida por los venenos que utilizó en contra de sus enemigos políticos, e incluso con miembros de su familia, pero esto no son más que historias que, lamentablemente, la historia ha tomado casi como válidas y se han reafirmado con el best seller de Puzo.

Existe un libro de la historiadora española Ana Martos, titulado Los 7 Borgia, que da muchísima luz al tema. Analiza y describe a cada uno de sus personajes y desmitifica con maestría todo lo que venenosamente se habla en torno a ellos. No quiero decir que Rodrigo Borgia (el papa Alejandro VI), su hijo César y su hija Lucrecia fueran unos santos, como hombres de poder tenían una larga cola para ser pisada, pero si por algo se destacó la familia Borgia para bien de Italia, el papado y de la cultura occidental, es su participación como hombres de su época. Visionarios, modernos, rebeldes, abiertos a nuevas ideas y a otras costumbres. No por nada estaban rodeados de enemigos.

La serie Los Borgia prometió muchísimo en sus primeras dos temporadas. Iban poco a poco, pues los temas eran vastos y todos de importancia. Ofreció grandes actuaciones, preocupación por los detalles, un bien fundamentado contexto histórico y una muy cuidada psicología de los personajes. Jugó acertadamente con el romance entre César y Lucrecia pero sin caer él, hasta que en la tercera temporada finalmente cayó en la tentación.

En la última temporada, en cambio, hubo un estancamiento y no alcanzaron a desarrollarse los temas que tan cuidadosamente se fueron cocinando en las pasadas dos y la serie terminó prácticamente en nada; en una victoria del papado sobre un reino italiano menor, de la casa de los Sforza. Largos capítulos trataron personajes secundarios que poco o nada tienen que ver con la apasionante historia de ese momento romano.

LOS PERSONAJES

Jeremy Irons encarna con maestría a uno de los personajes más complejos del renacimiento, el papa Borgia. Rodrigo Borgia o Alejandro VI, como quieran llamarle. Fue un pontífice poco querido por Roma por su calidad de español y eso a los italianos nunca les ha gustado. Ni con Juan Pablo II, ni con el nuevo Francisco I siquiera están del todo contentos, tan conservadores son.

Además, Alejandro VI tenía, sin tapujos, una familia nuclear que hacía de corte imperial en su reino, el Vaticano. Su esposa fungía casi como reina y sus hijos eran príncipes, como tan bien apoda Maquiavelo a César Borgia en su famoso libro político El Príncipe. Porque si algo hizo bien César Borgia fue ser un excelente hijo, un príncipe sumamente funcional, visionario, inteligente, aguerrido y valiente. Su forma de actuar, de ser, de pensar y de ejecutar, inspiraron al gran Maquiavelo a escribir dicho libro. El Príncipe trata de César Borgia, para aquellos que lo han leído y quizá no lo entendieron o que quieran acercarse. Este tema es apenas explotado en la serie y era quizá el más importante a tratar. Las conversaciones y encuentros ocasionales entre Maquiavelo y César Borgia dan pie a pensar que los próximos capítulos tendrán un alto contenido filosófico y bélico, pero nunca sucede así. Preparan el camino, pero no lo pisan.

Con algunos altibajos, el actor Francois Arnaud extrañamente cumple con su interpretación, esto porque el joven tiene una cara de bondad que poco encaja con las pocas imágenes que tenemos del gran estratega militar César Borgia. Sin embargo, es quien al final carga con la serie, incluso por encima del experimentado Jeremy Irons, quien poco a poco deja de tener importancia para comenzar a dar paso a las hazañas militares y políticas de César. No obstante, cuando ambos abren la puerta para que esto suceda, la serie finaliza. Todo fue preparación, pero poco o nada del real contenido.

La serie intentó al inicio y terminó desperdiciando el tema de la pintura renacentista, tan vasta en la Roma de la época. En la temporada uno aparece el maestro Pinturicchio retratando a La Bella Farnese y parecía que poco faltaba para que saltaran a escena Rafael, Leonardo y Miguel Ángel, pues ahí andaban. Sobre todo cuando César Borgia conquista Milán, es una Milán con Leonardo como habitante, pero no explotan el momento. El gran Miguel Ángel recibió varios encargos para el Vaticano del papa Borgia, cosa que tampoco tocan, ni de pasada ni a pincelazos. Cosa que recurrentemente sucede en Los Tudor, por ejemplo, no sólo en los refrente a la pintura, sino también a la música y la literatura, por eso esta serie tuvo una enorme calidad.

HOMBRES HISTÓRICOS

Como personajes históricos de la política, el rey feo de Francia, Carlos VIII, tiene una participación importante en la temporada dos, situación que rescataron y explotaron bastante bien.

El polémico y mítico fraile Savonarola, que anunciaba el fin del mundo en Florencia y que actuaba como antiguo profeta catastrófico, es un personaje bien rescatado e inteligentemente utilizado.

La serie apenas cumple. El tema daba para mucho más, para dos o tres temporadas extra en donde las conquistas de César, los venenos de Lucrecia, las decisiones postmodernas de Alejandro VI, los judíos en el Vaticano (el tema se toca, 'por encimita'), los descubrimientos que estaban cambiando al mundo; la astrología, el boom artístico con el redescubrimiento del cuerpo humano y la ruptura de moldes pictóricos, musicales y arquitectónicos aparecieran como marco escénico. Quizá parezca que se está pidiendo mucho, y sí, pero estos elementos aparecen en Los Tudor, en Roma y hasta en la nueva (y gran) Vikings, y al final el espectador siente que nada faltó.

En Los Borgia sucede lo contrario, se anunció mucho y al final todo faltó. Aún así la experiencia de ver las tres temporadas es muy rica, las actuaciones son extraordinarias y la vida, forma y época de la Italia renacentista son la pauta para lo que Europa estaba por vivir.

Twitter: @AlexRodriguezSa

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