Me topé con unas palabras que andaban por ahí haciendo un desorden de los mil demonios.
Iban y venían; subían y bajaban; volvían y revolvían.
Todo lo agitaban y lo trastornaban todo; todo lo removían y sacaban de su lugar.
Me molesté al verlas actuar así. Les pregunté:
-¿Por qué hacen eso? Si siguen portándose tan mal haré que las detengan.
Me contestó una, retadora:
-Nadie nos puede detener. Alguien nos dijo, y las palabras que se dicen ya no se pueden recoger. Mientras no se nos dice somos esclavas, pero una vez que alguien nos ha dicho nos volvemos dueñas de quien nos pronunció.
Pensé que eso era cierto, y no dije ya ni una palabra.
¡Hasta mañana!...