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¿Cascos ligeros?

GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

Finalmente, dirán algunos. Sacrilegio, dirán otros. Unos más lamentarán que es demasiado poco y demasiado tarde. Y otros, en los que me incluyo, vemos en la decisión del gobierno mexicano de aceptar participar en Operaciones de Mantenimiento de la Paz (OMP) de la ONU un modesto, pero significativo paso hacia la madurez, la mayoría de edad, en el escenario internacional.

No es inédito que México participe en este tipo de operaciones. Lo hizo recién formada la ONU, y terminada la Segunda Guerra Mundial, con observadores en los Balcanes y en Cachemira. Muchos años después, de forma más relevante, con el envío de 120 policías para ayudar a mantener orden en un desgarrado El Salvador.

Esas fueron notables excepciones en una política exterior que, obediente al extremo, o al exceso tal vez, del principio de no intervención, optó por mantener a México fuera de las OMP. Sin embargo, y como clara muestra de las contradicciones inherentes a esa postura, México siempre ha sido incansable promotor del papel de Naciones Unidas en la solución de conflictos, y con el pago puntual de sus cuotas ayuda a financiar las mismas operaciones en las que hasta hace unos días se resistía a participar.

Independientemente de que algunos ortodoxos de la diplomacia puedan pensar que estamos abandonando principios tradicionales e inamovibles, yo veo más bien una adaptación, todavía limitada, a las exigencias de la modernidad y del papel que debe jugar México en el escenario mundial.

Un poco como las reformas estructurales impulsadas por el gobierno de Enrique Peña Nieto, que resultaron enormemente atrevidas para México pero que, puestas en contexto, apenas y nos pusieron al día frente al enorme rezago histórico que enfrentábamos, este viraje en la política exterior mexicana corrije lo que había sido una actitud tímida y aislacionista que contribuyó a la pérdida de liderazgo mexicano y al menor peso específico de nuestro país en el continente Americano y en el resto del globo.

En los últimos años se dieron algunos pasos importantes para revertir esa tendencia. Notable entre ellos sin duda fue la en su momento controvertida decisión, en el sexenio de Felipe Calderón, de presentar la candidatura mexicana para ser miembro temporal del Consejo de Seguridad de la ONU. Ese debate enfrentó a dos visiones de la diplomacia mexicana: la que veía, con o sin razón, riesgos en entrar al club de las naciones más activas, y la de quienes, por el contrario, veían el enorme y más grave riesgo de la parálisis y la inmovilidad.

Es importante tener claro lo que sí y lo que no significa esta decisión. No me imagino, ni en el corto ni en el mediano plazo, a Cascos Azules mexicanos interviniendo en zonas de conflicto armado. Sí, en cambio, a México aportando experiencia y conocimiento en situaciones de desastre, en procesos de reconstrucción, ya material o cívica o institucional.

México tiene un rol importante que jugar en los organismos internacionales. A los grandes aportes de la diplomacia mexicana en temas como el desarme nuclear, que le valió un Premio Nobel a Alfonso García Robles, o en los procesos de pacificación en América Central y más allá. No es justo, para esa rica tradición, que haya quienes quieran esconderla en el armario.

Si hay UN tema en el que los partidos deben dejar a un lado intereses o mezquindades, es la política exterior. Ahí se trata del lugar de México en el mundo, de su prestigio, de su influencia. No vale en ello grilla, ambiciones personales ni protagonismos o caprichos infantiles.

Bienvenido este paso, que aunque tarde, llega todavía a tiempo.

Twitter: @gabrielguerrac

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