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ISIS cambia las reglas del juego

GABRIEL GUERRA CASTELLANOS

De los múltiples conflictos que integran el gran conflicto de Medio Oriente, pocos tan confusos como el que protagoniza, de singular manera, el ente conocido como ISIS, o ISIL.

El Estado Islámico en Siria, o en Levante, de ahí sus siglas en inglés, surgió de un grupo de fundamentalistas desencantados con la manera en que sus correligionarios llevaban las cosas, en una suerte de macabra y perversa competencia por ver quién era capaz de mayor fanatismo y ortodoxia (léase obsesión) por seguir la estricta y enfermiza y errónea interpretación del Corán que se han impuesto.

A diferencia de Osama bin Laden y su Al Qaeda, que se hicieron de Afganistán más como un territorio de resguardo y/o de entrenamiento que de propagación de la fe, los de ISIS buscan restablecer las costumbres del Califato, esa época dorada de la propagación del Islam que algunos añoran y muchos temen, por sus profundas y regresivas implicaciones.

Y es que lejos de pretender regresar a los tiempos en que lo islámico era sinónimo de grandeza de pensamiento, de apertura intelectual, de mentes que encontraban libertad para expresarse y que daban la bienvenida a todas las creencias, los fanáticos de ahora lo que quisieran es volver a la cerrazón, a los días obscuros de la más primitiva interpretación de la que ha sido históricamente una de las grandes religiones del mundo.

ISIS se ha aprovechado del debilitamiento paulatino que EU y sus aliados han causado a Al Qaeda para convertirse en una opción atractiva para miles y miles de jóvenes musulmanes que, ya por pobreza, por exclusión o por ignorancia, sienten que la vía para reafirmar sus creencias es la de las armas, de la muerte y la destrucción de "sus enemigos", de los que no piensan y creen y veneran como ellos lo hacen.

Este nuevo grupo, cuya importancia no puede subestimarse, tiene ya legiones de seguidores, controla territorio, y ha construido una fuerza cuyos recursos materiales y humanos, además del entusiasmo de sus adeptos, supera en mucho lo que en su momento logró Al Qaeda. A diferencia de ésta, ISIS no opera en la clandestinidad, ni basa su atractivo en un personaje mítico como Bin Laden. Busca presentarse como una alternativa que va sumando territorios a sus dominios, en los que impera su versión extrema del Corán, de la lucha contra los infieles y del regreso a las glorias pasadas.

A lo largo de la guerra civil en Siria, EU y los países que apoyan sus políticas, si así se le puede llamar al conjunto de malas reacciones que aplica en Medio Oriente, ignoraron el rápido crecimiento de ISIS y de los radicales que, de todas partes del mundo, llegaban a combatir contra el relativamente laico y moderado régimen de Bashar el Assad. Obsesionados por propiciar su caída, no se detuvieron a ver que estaban impulsando a sus peores enemigos.

Una de las cosas que hoy más alarman a los países de Occidente es el creciente número de sus connacionales que viajan hasta la zona de conflicto para luchar del lado de ISIS. Ejemplificados por la británica voz del verdugo de ya tres víctimas de brutales degüellos, centenares si no es que miles de estadounidenses, canadienses, franceses o ingleses han tomado las armas para buscar restablecer un Califato que nunca conocieron y cuyas implicaciones ignoran.

Así, las grandes potencias enfrentan hoy su incapacidad para impedir que sus propios ciudadanos decidan tomar las armas contra sus valores, de todo lo que representan como naciones, como sociedades. Y, en el colmo de las paradojas, tendrán ahora que matar a los suyos si quieren extirpar ese creciente tumor que afecta ya no sólo al Medio Oriente.

Twitter:@gabrielguerrac

(Internacionalista)

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