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Recuerdos de la deuda

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CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

Cada 16 septiembre, las fiestas patrias son motivo de días inhábiles en el trabajo, descanso para los niños en la escuela y repetidos "vivas" para México. Pero dejemos las conmemoraciones y festividades nacionales, porque nunca falta la resaca tras los aniversarios. Durante los años setenta del siglo pasado celebremos y celebramos hasta que la resaca nos llevó a la cruda realidad. Eran los años donde se descubrieron nuevas fuentes de petróleo en el país. Por entonces el presidente José López Portillo, un hombre que defendió el peso como un "perro", informó a los mexicanos que ya no éramos un país pobre, sino que había que "administrar la abundancia". ¡Viva México! Y el futuro corrió por cuenta de los "veneros del diablo". Con ese optimismo gubernamental gastamos y gastamos lo que todavía no teníamos, hasta que la fiesta se acabó.

Al igual que el clima, los aires internacionales cambiaron y los precios del petróleo derrumbaron las abundantes expectativas, pero ya nos habíamos endeudado. De paso, la economía mexicana también se derrumbó. Luego vino Luis Echeverría y otra crisis nos alcanzó. Fue la secuela perfecta de una película de terror. No obstante, la tragedia económica no venía desde afuera, sino del gobierno mismo. Otra vez los efectos de la fiesta nos afectaron. A la distancia, un escritor de la onda, bautizó aquellos sexenios como la "docena trágica". Sin embargo, los problemas de la deuda no acabaron ahí. Un buen día, un presidente pelón, carismático y reformador, terminó su sexenio quebrando el país. La causa, según se dijo, fue un "errorcillo de diciembre". Más mal no nos podía ir, y al fin tuvimos una tregua para los sexenios de Zedillo, Fox y Calderón. En ese inercia positiva, la deuda pública se mantuvo a niveles razonables, sin que el gobierno fuera esencialmente problema para los ciudadanos.

Enrique Peña Nieto, el presidente que logró el paquete de reformas más importantes en los últimos 18 años, recibió un gobierno con finanzas públicas sanas. Desde el año pasado, rompió una regla de la ortodoxia financiera. Su gobierno contrajo deuda para financiar el gasto. En 2013 el déficit fue de 4.1 por ciento del PIB. Tanto, como en los exuberantes años setenta. Este año, nuevamente el gobierno federal volverá a contratar deuda. Es decir, vamos a pagar la operación del gobierno con dinero prestado.

Para el gurú de la Secretaría de Hacienda, Luis Videgaray, el país "todavía requiere de un impulso contracíclico para lograr llegar a los niveles de pleno empleo, de ahí que en este momento el no utilizar el déficit público probablemente sería un acto de gran irresponsabilidad".

Desde esa política, parece que en este momento no vivir de prestado sería irresponsable. ¡Cómo han cambiado los tiempos! En el pasado, México vivió muy malas experiencias con el manejo de la deuda pública. Quiebra tras quiebra, aquellos gobierno dejaron un profundo retroceso que sólo agravó desigualdad y pobreza. En los años recientes, nuestro país fue reconocido internacionalmente por el buen manejo de las finanzas. Tras las crisis global de 2008, México pasó bien la tormenta, no así la endeuda economía gringa, además de un buen número de países europeos. Quien dijera, a la vuelta de los años, sí hicimos bien la tarea. Por segundo año consecutivo el gobierno anunció más contratación de deuda. Ahora de 3.5 % del PIB. Si bien es cierto, actualmente no tenemos un problema con la deuda, experiencias en el pasado nos llaman a desconfiar. Hacienda acaba de proponer el paquete económico para 2015 con más déficit. La razón se justifica porque busca "suavizar la trayectoria del gasto y no afectar la dinámica positiva que ha venido observando la economía mexicana" (Comunicado de Hacienda, 14-IX-2014). En cuestión de días, Hacienda dice una cosa, pero el Banco de México dice otra. De esa manera, el Banxico volvió a recortar la previsión anual del crecimiento para el país. ¿Qué no estábamos en una dinámica positiva? ¡Vaya galimatías! Por lo pronto, restan cuatro años al sexenio. Que ¡Viva México!

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