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INFANCIA LAGUNERA A FINALES DE LOS SESENTAS

Haber pasado la infancia en esta ciudad a finales de los sesentas, sin duda que fue un golpe de suerte. Por principio de cuentas la palabra tan común de hoy en día “inseguridad” no existía, por lo que para los padres de aquel entonces era un pendiente menos en la agenda de sus responsabilidades y preocupaciones familiares.

En tiempo de vacaciones era normal salir temprano, para volver, cuando no se comía en casa ya al atardecer sin que los padres se inmutaran ni mucho menos alarmaran, como que su cabeza estaba en otras cosas y no precisamente pensando en la seguridad de los críos.

El medio de transporte natural era la bicicleta, se podía recorrer con toda libertad las calles y bulevares: de “Los Ángeles” a “Sani”, Torreón Jardín o inclusive al centro. En ocasiones hasta con un amigo de pie sobre los “diablos” haciendo aún más pesada la pedaleada.

Los días podían transcurrir entre atrapar ardillas o “cazar” lagartijas en los terrenos, compitiendo en carreras de “carros de baleros”, platicando en el “club” que regularmente estaba arriba de algún árbol, en la azotea de alguna casa y hasta debajo de la tierra en alguno de los numerosos terrenos disponibles.

El hecho de tener bicicleta implicaba saber desponcharla, lavarla, lubricarla, repararla, etc. Para tener con qué “cazar”, había que hacer las “resorteras” escogiendo una buena rama en forma de “y” para luego proceder a hacer el resto. Para construir los carritos de madera y los clubes, había que contar con las herramientas necesarias y por supuesto tener nociones de su uso y la suficiente creatividad.

El punto es que una total libertad en movimiento continuo fue la principal característica de aquellos días. Expresiones como: “hay muchos toritos se van a ponchar las llantas”, “la balona” o “la banana” como modelos de bicicleta. “Los chanates” o “las tórtolas” para referirnos a las aves. “Las canicas”, “el balero”, “el trompo” para los juegos tradicionales… difícilmente las entiendan los chicos de hoy.

La televisión prácticamente no existía como opción para la diversión, casi todas las actividades implicaban movimiento y se hacían al aire libre. Las calles pertenecían a la gente y lo normal era precisamente: transitarlas, explorarlas, jugando, circulando, etc.

No es que existan tiempos mejores o peores, lo que sí es una realidad es que son diametralmente opuestos. El encierro y sedentarismo son la constante de ahora, obvio que esa libertad ya no es posible, pero los padres deben de se ser creativos para motivar y hasta exigir a sus hijos se pongan en movimiento por su propio bien.

Lo que sí es que pasamos del movimiento incesante, aunado al dominio de múltiples habilidades manuales…, a un sedentarismo apabullante amparado por controles remotos, botones, pantallas táctiles, etc.

De la tierra, sol, sudor y raspones en rodillas… al aire acondicionado, sofá y ampollas en los dedos.

Jaime Díaz de León.

Torreón.

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