Siglo Nuevo

Mujica y el gen de la diferencia

Gobernar con manos sucias… de arar la tierra

José Mujica durante su campaña electoral, 2009.

José Mujica durante su campaña electoral, 2009.

Iván Hernández

Postulado al nobel de la paz, siembra admiraciones y sospechas como flores. El mandatario uruguayo es un retrato que incomoda a los políticos que se miran en él. Pepe, un hereje en toda regla, sostiene una verdad difícil de entender: los gobernantes deberían parecerse a sus pueblos.

Los hombres confían en un hombre común porque confían en sí mismos

Chesterton

La Historia es la ciencia de ver el pasado desde el futuro dice Iuri Lotman en su libro Semiosfera II. Para traducir esa idea podríamos recurrir a una bonita frase, una que nos recuerda que alguna vez hubo políticos mexicanos capaces de acuñar frases bonitas, aquella de “yo solamente conozco a profetas del pasado”.

En su intento por observar al pasado desde el futuro de forma científica, la disciplina histórica ha tomado prestados algunos principios de otras áreas del conocimiento.

De la química, por ejemplo, se extrajo la idea de que las mismas recetas producen los mismos resultados. Así, al observar la constancia de ciertos elementos y sus combinaciones habituales, el historiador es capaz de concluir que de esa manera, y no de otra, se solidifica un imperio o se volatiliza la democracia.

La historia sería, pues, la búsqueda de la regularidad, de las constantes vitales que forman y encumbran naciones o personas, de los defectos congénitos que acaban con los gobiernos y las figuras otrora invencibles.

Sin embargo, la regularidad no es garantía de nada. Un historiador bien puede observar en un hombre o en un pueblo todas las características necesarias para predecir que se trata de un nuevo Napoleón o de una nueva Francia y acabar haciendo la biografía de un marido austero, con poca fortuna en la política, estudioso de las batallas famosas aunque sin el menor atisbo de belicosidad en su carácter, o dar por finalizado su estudio sobre una sociedad casi perfecta incluyendo, al final del recuento de proezas, la frase “nacida por casualidad, duró hasta que la fraternidad entre los hombres se volvió insoportable”.

El proceso regular de la historia tiene una ventaja 'prometeica'. Mientras más fuerte es la corriente que empuja en una dirección, llevando consigo piedras, árboles, animales y personas, se hace más y más evidente la necesidad de acotar, encauzar y contener el flujo. Así es como en el mundo de los ríos se construyen presas como la Hoover, así es como en el mundo de los hombres surgen conciencias como la de Pepe Mujica.

UNA RESPUESTA ACUMULATIVA

Si ya hablamos de regularidad, ahora hay que referirnos a otro concepto escabroso. La normalidad, vocablo que nos lleva de la mano por una vida rutinaria, bien delimitada, inexpresiva en sus aspectos definidos con el rigor de la convención y una inalterable puntualidad en sus puestas de sol.

De nueva cuenta, la normalidad es un terreno, incomprensiblemente, lleno de posibilidades. Porque en su interior se gesta, a partir de todas sus construcciones inamovibles y sus movimientos predecibles, la diferencia. Es así que un día nos encontramos hablando de un ejemplar peculiar, un salmón que nada hacia arriba, pero no a contracorriente sino en busca del aire que sus rígidas y funcionales branquias desconocen.

¿Por qué razones Pepe Mujica es dicho salmón? La respuesta es acumulativa y buena parte de ella no puede brindarla otra persona que no sea el presidente uruguayo. Sin embargo, es posible hacer una aproximación, igual que es posible celebrar la belleza de una cúpula sin conocer a profundidad el proceso que puso piedra sobre piedra. En el caso del presidente viral basta con hacer un repaso, por aquello de que no llega a estudio, de esa humilde morada nacida en 1935, en Montevideo, que responde al nombre de José Alberto Mujica Cordano.

CURRÍCULUM DE GUERRILLERO

El próximo año, ese edificio regordete, con gusto por arremangarse los pantalones y usar sandalias, cumplirá 80 años de vida. ¿Quién lo diría? Dicen que el destino de quien lucha por la libertad es morir a causa de ella. El sino de Mujica, buena parte de él al menos, ha sido justamente el contrario, vivir a causa de ella.

De profesión chacarero (floricultor) Mujica fue militante juvenil de un grupo político llamado Partido Nacional. Luego participó en la fundación del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN), esto en la década de los sesenta. Por andar en las andadas acabó prisionero y así adquirió la poco envidiable calidad de preso político.

El relato que, a propósito del presidente uruguayo, realizó el autor español Juan José Millas en las páginas del diario El País, ofrece una mejor explicación del “curriculum de guerrillero” de Pepe, el cual incluye dos fugas y seis heridas de bala durante su paso por las cárceles de varias unidades militares.

Guerrillero sin fortuna, Pepe entró a la cárcel, por última vez, con 37 años y salió con medio siglo de vida.

Lo siguiente es algo que el pueblo mexicano o argentino o cubano o chileno o salvadoreño o colombiano conoce de primera mano a partir de experiencias como el 2 de octubre del 68 o las dictaduras militares o cualesquier gobierno despótico.

De la cárcel, Pepe salió abrazando un orinal conseguido luego de años y años de pedir el mínimo trato humanitario. El orinal fue un símbolo de la victoria sobre sus secuestradores, lo convirtió en una maceta de flores cultivadas en el cautiverio.

El retrato de Millas nos muestra a un Mujica que perdió los dientes, comió papel higiénico, jabón y moscas, chupó huesos que habían limpiado los perros -por aquello del calcio-, bebió su pipí… perdió, muchas veces, un día a la vez. Así se ganó la membresía para pertenecer a un subgrupo del movimiento de liberación conocido como “Los rehenes”.

El “¿quién diría?” bien podría ser el hilo conductor de este repaso. Aplica a varios aspectos de la vida de exguerrillero. ¿Quién diría que Uruguay podría engendrar al presidente más pobre del mundo? Seguramente, para muchos, no es una sorpresa; muchos podrían decir “lo vi venir” o “es un país pobre así que es factible que suceda”. Y quizá tengan razón. Lo único que podemos objetarle a la gente que piensa de tal modo es lo verdaderamente sorprendente del asunto: que al mundo le importa el hecho de que Uruguay tenga al presidente más pobre del mundo.

Una amnistía para los presos políticos le permitió reincorporarse a la escena democrática. José Mujica tenía derecho al olvido, ese que tan bien ha teorizado Tzvetan Todorov, pero prefirió recordar y vivir.

El MLN fue reconstruido y sus militantes se convirtieron en “Los Históricos” de la izquierda uruguaya. Entonces se formó el Movimiento de Participación Popular y Mujica ahí estuvo. El MPP se sumó a la coalición de partidos bautizada como Frente Amplio.

Lo que sigue es el paso de Pepe por los poderes uruguayos, integrante del Legislativo por tres períodos, 1995-2000 como diputado de la Cámara de Representantes; 2000 a 2005 como senador y su reelección para el periodo 2005-2010.

El primero de marzo de 2005 fue nombrado ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. Se separó del cargo el 3 de marzo de 2008 y regresó al senado. En diciembre de ese año la coalición Frente Amplio lo designó candidato a la presidencia. Fue electo en los comicios del 29 de noviembre de 2009 para el periodo 2010-2015.

UN PRESIDENTE VIRAL

No es ni sofisticado, ni elegante, ni adicto al lujo. Así como las apariciones, los espantos de los cuentos de terror, no necesitan otra cosa que un vestido blanco o negro y de la carencia de pies para despertar nuestro interés, Pepe no requiere, para llamar la atención, de otra cosa que una camisa blanca, de manga corta, unos pantalones claros y arremangados, y la ausencia, casi intolerable, de unos zapatos de diseñador.

Al pensar en ello vienen a la mente recuerdos poco gratos y demasiado recientes como el de un expresidente con botas de charol o el de otro expresidente que hizo del uniforme militar su bandera de gobierno.

Pero bueno, Pepe se dedica a ofrecer a las lentes, a las cámaras, cuadros costumbristas que en nada se parecen a las escenas cotidianas de la aristocracia política de México.

Mujica no se esconde detrás de una cortina de Estado Mayor Presidencial y tiene la extraña idea de que los gobernantes deben parecerse más a la gente de sus pueblos que a los modelos de éxito ejecutivo.

“Nos tenemos que vestir como gentleman ingleses, porque ese es el traje de la industrialización que se impuso en el mundo; y hasta los japoneses tuvieron que abandonar su kimono para tener prestigio en el mundo; y nos tuvimos que disfrazar todos de mono con corbata”, dijo en Cuba a principios de este año.

Así, mientras los presidentes de la normalidad dotan a la residencia oficial de gobierno de un sello personal, como toallas de 400 dólares o remodelaciones por cerca de 4.5 millones de pesos, y dejan los baños de pueblo para los anuncios de campañas contra el hambre, Mujica dedica todos los días a la anormalidad.

A partir de 2002, la popularidad de Mujica comenzó a crecer, fue convirtiéndose en una opción para un Uruguay en crisis, con el desempleo cercano al 20 por ciento y buena parte de su sistema financiero en quiebra. 'Nomás' llegando al cargo, Pepe se negó a mudarse a la mansión presidencial. Se quedó en casa, atado a la vida del chacarero, de marido que, junto a su esposa, la senadora Lucía Topolansky, cultiva y vende flores. Conduce un 'bochito' modelo 1987. Su Estado Mayor son dos guardias que rondan por la calle. De cuando en cuando se le ve caminando con Manuela, su perrita de tres patas. Su apariencia es la de un campesino avejentado o la de un tierno abuelito. Nada de eso, nada de eso, vivir de forma austera y humilde, no significa que su existencia sea dulce y pacífica.

LOS ENEMIGOS DE PEPE

Podría decirse que sus enemigos son la sofisticación, la elegancia y el lujo en un mundo que ha producido grandes fortunas a partir de amasar enormes cantidades de desposeídos.

Y por ello se vuelve viral. Ya sea sentado a la mesa de un pequeño restaurante, comiendo con su cómplice conyugal, donde el mayor lujo es un servilletero, o a la espera de que comience la toma de protesta de un ministro de Economía, agobiado por el calor que lo hace arremangarse los pantalones. Para algunos se trata de un mandatario sin clase, para otros es la imagen de la sencillez, para algunos siempre está en fuera de lugar, para otros es el elemento real de un mundo de apariencias, el de la alta política.

Y como todo mundo tiene sus contradicciones. Por un lado, ha dicho en varias ocasiones que Uruguay es un país rico venido a menos y que el gran error de la nación fue tenderse a dormir tras el “Maracanazo”, el triunfo histórico de la selección uruguaya en el Mundial de Brasil en 1950. Por el otro, se apasiona con el futbol y con su selección. Al enterarse de la sanción impuesta al emblema del equipo charrúa, Luis Suárez, promovió que el asunto fuera elevado a cuestión de estado al grito de: “Los de la FIFA son una manga de hijos de puta”. La frase se convirtió en canción.

El historial de Pepe está más nutrido de lo que el buen juicio de un publirrelacionista aconseja. “Esta vieja es peor que el tuerto”, dijo sobre la mandataria argentina Cristina Fernández, en un momento de micrófonos inconvenientemente encendidos que fue transmitido en vivo por la página de internet de la presidencia uruguaya.

“El tuerto era más político, está es más terca”, siguió Mujica en su análisis sobre la presidenta Fernández y su marido y expresidente argentino, el fallecido Néstor Kirchner.

Argentina es, de hecho, uno de los blancos preferidos del chacarero. Sin embargo, abordar la conflictiva relación entre esos países, así sea para seguir mencionando algunas de las frases célebres de Pepe, nos desvía del objetivo original.

PALABRAS COMO ESPADAS

Bien lo dijo George Simenon, el oficio de hombre es difícil. Entre las cosas que hacen difícil dicho oficio está la de tomar partido. Esto se explica mejor recurriendo a una lección elemental del periodismo combativo según la cual un periodista toma partido hasta cuando dos perros se pelean. Ejemplos los hay, en el arte y fuera de él, Neruda lo hizo, y por eso habló por los mineros, los campesinos y demás empobrecidos despojados de voz.

“Era el dólar de dientes amarillos, comandante de sangre y sepultura”, escribió el Nobel chileno en su Canción de Gesta a propósito de los barbones cubanos. Mujica tiene su propia tonada, su poesía, y es un pensamiento que a veces recurre a la suavidad de lo poético y a veces a la dureza de lo explicito para hacerse entender.

Cada que tiene la oportunidad, repite que quien manda en el mundo son los grandes poderes financieros, de manera que los presidentes no son sino juguetes incapaces de mirar la realidad de frente. En sus propias términos, a Mujica se le fueron dos o tres décadas de su vida entre la cárcel y los esquemas que lo tenían prisionero.

La claridad, pues, le llegó ya en la recta final de su singladura. Afortunadamente, desarrolló una lucidez poco común en el círculo político, una que no se calla, ni habla simplemente por hablar.

Entre los numerosos malos hábitos de los mandatarios se encuentra el de utilizar las palabras como escudo. Podemos decir que los políticos se han vuelto expertos en el arte de la 'parangaricutirimicuarización' del lenguaje. Es así que un día tras otro vemos a los rostros que gobiernan hablando de “problemas multifactoriales, que requieren una solución interdisciplinaria y transversal”.

Mujica habla claro y eso ya causa molestia en ciertos círculos. No deja lugar a la imaginación a la hora de soltar frases como: “Hay que gobernar la globalización o la globalización nos gobernará a nosotros” o “Democracia y socialismo son compatibles siempre que una no se trague al otro”. Y no sólo eso, algunas de las palabras recurrentes de su discurso son “humanidad” o “esperanza”.

En un discurso pronunciado en la ONU dijo lo siguiente: “Cargo con el deber de luchar por patria para todos. […] y cargo con el deber de luchar por tolerancia”. Un presidente que se impone responsabilidades resulta incomprensible.

LO FIRMÓ ANTE NOTARIO

Una práctica que se puso de moda entre los candidatos a ocupar cargos públicos, al menos en México, es la de firmar sus compromisos de campaña ante un Notario Público.

Es así que en los días de fatigar los caminos y gastar la voz en arengas victoriosas, los políticos prometen la construcción de tal obra, el impulso a tal proyecto, empleo, seguridad, y estampan su firma en documentos que pronto caen en el olvido.

Pepe escandalizó a las buenas conciencias promoviendo un debate que a muchos les supo a taco de lengua: la conveniencia de legalizar la marihuana.

No lo firmó ante notario pero tan iba en serio que en mayo de este año firmó el decreto de una norma aprobada por el Parlamento en diciembre de 2013, que convirtió a Uruguay en el primer país cuyo gobierno es responsable de la producción, distribución y venta de la droga.

“Los retrógrados que no quieren cambios para nada, seguro se van a asustar”, había advertido el presidente. Pudo dar marcha atrás en cualquier momento, los políticos suelen hacerlo. Pero sus argumentos eran simples y contundentes. Con la represión de la droga, Uruguay iba de mal en peor. Legalizar es ensayar un camino que, en el peor de los casos, aportará una experiencia a considerar a la hora de emprender o desechar iniciativas similares.

Al comenzar la última década del siglo XX, las autoridades uruguayas calculaban que había entre mil y mil 500 personas que consumían drogas. Menos de 25 años después la cifra estimada es de 150 mil consumidores. Fueron, desde la óptica del presidente Mujica y su defensa de la legalización, años de reprimir, de mandar gente a la cárcel, de reforzar la vigilancia y confiscar un cargamento tras otro. Pero, el problema no hizo otra cosa que aumentar. Si las acciones disuasivas no funcionaron, pensó Pepe, había que intentar otra cosa.

Como un historiador que apela a la cientificidad de la química, aunque no en el sentido del que se habló al inicio del texto, el presidente viral asegura que se trata de un experimento, hecho con “honradez intelectual”, cuya intención, de ningún modo, es favorecer la propagación de las adicciones. La norma aprobada permite al interesado retirar de las farmacias diez gramos de marihuana por semana.

Como un estudioso que apela a la genialidad de una autoridad mayor, Mujica se declara un fervoroso creyente del precepto de Albert Einstein, según el cual, la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando que el resultado sea distinto.

“La vida es un experimento”, dice como echando más leña a su fuego interno, ese que mantiene operando la maquina de ideas.

Su defensa, empero, no carece de matices. Puede parecer un provocador, e incluso serlo, pero nunca más allá de lo razonable, esa franja a veces difusa aunque tangiblemente ubicada al norte de lo políticamente correcto. De esa manera, el experimento de Mujica estará sometido a los indicadores: la expansión o contracción del tráfico, el crecimiento o la reducción de los consumidores, el más o el menos de la violencia en las calles y en las cárceles.

El de la marihuana no es el único impacto asestado por Mujica en la mandíbula de las buenas y conservadoras conciencias. Otros dos izquierdazos, bien puestos, fueron la legalización del matrimonio homosexual y la despenalización del aborto.

LA POBREZA EN EL OJO DEL QUE MIRA

“No soy un presidente pobre. Pobre es la gente que necesita mucho, como dice Séneca”, ha declarado en varias ocasiones. Él mismo se denomina como un presidente austero, en la primera acepción del término. Su visión no se nubló con la banda presidencial, decidió mantenerse en el mundo que conocía, en el mismo barrio, en la misma casa, con su perrita y sus flores.

Mujica dona el 87 por ciento de su sueldo a la construcción de viviendas para los pobres de su país. Su señora, después de la cuota partidista, percibe 45 mil pesos uruguayos al mes (cerca de 24 mil 700 pesos mexicanos). Con eso basta.

La crítica, esa desmedida e infaltable jueza, destaca que en el gobierno del presidente viral se han conseguido avances en el combate contra la pobreza, un clima de estabilidad política y un ambiente de confianza para la atracción de inversión extranjera aunado a la aprobación de medidas liberales y la adopción de políticas audaces con respecto a los derechos sociales.

Los cuestionamientos más fuertes se dirigen a la falta de regulaciones medioambientales y a una gestión internacional carente de fortuna y tacto.

Los chinos, tienen mucho que ver con el éxito del pequeño país sudamericano, son su primer cliente comercial. Pero eso no significa que la república uruguaya esté entregada a los intereses asiáticos. Como toda buena relación, Mujica sabe que los límites son necesarios. Por eso, a pesar de las ofertas de China, Pepe no vende la tierra, no en grandes extensiones al menos. Su objetivo es cuidar el suelo, ese que no debe profanar un extraño enemigo, y el agua de su país, las más valiosas materias primas.

Uruguay es una nación de tres millones de habitantes y compensa esa pequeñez gracias a que el 90 por ciento de su territorio es apto para la producción agropecuaria. Pepe no quiere vender porque la tierra verde es cada vez más escasa y porque la ruta de los alimentos en el mundo, que durante mucho tiempo pareció una vereda sin mucha importancia, ya no es tan secundaria. Hoy, como siempre, se requiere de un granero bien abastecido.

Eso no lo hace invulnerable a las arbitrariedades del sino, el país padece por el cambio climático, las cosechas se van al carajo, los pueblos se inundan, las carreteras quedan destruidas, uno piensa en casos como Zacatecas y sus heladas, Veracruz o Tabasco y sus poblados sumergidos, con la ayuda que no encuentra caminos para llegar.

Y sin embargo, Pepe no piensa solamente en los padecimientos de su patria, también piensa en las islas del Caribe que en un día pierden un punto o dos de su PIB por culpa del clima. No hay vuelta de hoja cuando el presidente Mujica hace centellear al sentido común, porque el mundo, dice, necesita políticas a nivel global, pero el mundo se entretiene con lo urgente.

EXTRAÑOS EN EL MUNDO

“Amigos todos, soy del sur, vengo del sur, esquina del Atlántico y del Plata”, dijo el exguerrillero al inicio de su discurso en la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas. El lector generoso podría emprender un ejercicio que puede resultar, o muy sencillo, o harto complicado: pensar en cuántos presidentes de su país ha conocido, de las últimas décadas, que fueran capaces de iniciar así su mensaje ante un organismo internacional en el que están representados los intereses y los poderes más dispersos y contrapuestos.

Los discursos de Mujica tienen cosas valiosas que bien valen la lectura y posterior reproducción con fines tanto lúdicos como didácticos. En la II Cumbre de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños realizada en Cuba en enero pasado, el presidente viral dejó en el aire varias perlas que bien podrían figurar en textos filosóficos o literarios.

Algunos enunciados, por supuesto, son más afortunados que otros. Pero el hecho de que comience su intervención diciendo “Yo sé que hay un sentimiento histórico. Yo sé que existe una tradición cultural”, ya da para motivarse con la lectura.

En sus Herejes, Chesterton dice que un hombre no puede ser suficientemente inteligente para ser un artista sin ser suficientemente inteligente para ser un filósofo. Pepe no tiene reparos en prodigar en cuanto foro aparezca en su camino una filosofía que se identifica con el sentido de comunidad.

“De las prisiones de este mundo no escapamos, tenemos responsabilidad con el mundo entero”, sentencia el presidente, y su discurso no sólo es humanitario sino también contestatario y por eso asegura que “hay naciones que se creen muy fuertes, tienen la fortaleza de los escombros si no somos capaces de crear una cultura de pensar por la humanidad toda”.

Es un presidente que se da tiempo para pensar y repensar lo que va mal en Europa, la globalización, el cambio climático, la socialdemocracia, la economía productiva…

Se percibe un cierto maniqueísmo cuando dice que lo bueno viene con lo malo de la mano y que en el mundo hay suma y resta para luego rematar con “el desarrollo no es sólo sumar riquezas, aumentar consumo… ¡es la lucha por la felicidad humana!”.

EL GOBIERNO DEL HOMBRE COMÚN

Las ideas de Mujica han llenado titulares de medios de comunicación en todo el mundo. En la lista enunciativa, más no limitativa, se encuentran El País de España, The Guardian y la BBC de Gran Bretaña, CNN, Russia Today, empresas mediáticas de Alemania, Francia, Holanda, Italia, China, México...

El mundo simpatiza con el presidente más pobre del mundo, eso es lo verdaderamente importante del asunto. Y el gran truco es que el gobierno de Mujica es lo más parecido que hay en estos tiempos al gobierno del hombre común.

Por eso resuenan como trompetas belicosas las palabras como espadas del presidente, más cuando retrata la triste realidad de una clase política que no representa al simple ser humano: “Los gobiernos republicanos deberían de parecerse cada vez más a sus respectivos pueblos en la forma de vivir y en la forma de comprometerse con la vida”.

Enemigo de las corbatas, no utilizó una ni siquiera para su visita a la Casa Blanca. Allí presumió que en la última década la inversión en su país creció de 180 millones de dólares a 4 mil millones y que el PIB se ha triplicado en ese lapso.

Predicar con el ejemplo, a veces bueno, ha sido uno de los aspectos fuertes de la cruzada de Mujica contra el lujo y la sofisticación, vivir a lo simple. Ante el cercano fin de su gobierno adelantó a la prensa de su país que piensa llevarse a vivir con él a treinta o cuarenta niños para enseñarlos a trabajar la tierra.

Sus discursos acumulan cientos de miles de visitas en Youtube. Fue postulado este año al Premio Nobel de la Paz por la ONG holandesa Drug Free Institute y por profesores de la universidad alemana de Bremen. Mujica es un presidente mediático y un balde de agua fría para los mandatarios que viven en cuentos de hadas hechos a la medida del erario.

Pero a Mujica no le interesa en lo más mínimo obtener la complacencia internacional en un premio que reconoce algo que no hay en el mundo: paz.

“No, en absoluto -dijo recientemente en una entrevista concedida a el diario español El Mundo. Yo no puedo ni debo aceptar premios a la paz en las condiciones de este mundo. Se criticó mucho la Guerra Fría y, obviamente, no fueron años dulces; pero fueron mucho más ordenados que el desastre que tenemos hoy en día. Por lo menos antes había teléfonos y los tipos se hablaban, había reglas del juego. Lo de hoy es una locura. Que no me vengan a decir ¡ay la Guerra Fría! porque esto es la guerra caliente. Conflictos en Ucrania, en Libia, en Irak, ni hablemos de Siria, Palestina o África...En esas condiciones el Nobel de la Paz no lo veo”.

Más allá de si el gen de la diferencia de Pepe es verdadero o una impostura bien representada, lo cierto es que el presidente más pobre del mundo ha despertado admiraciones y sospechas por igual con base en una imagen carente de artificios, tan cercana a lo natural como las flores nacidas de buena tierra y tan llena del sentido común que tiende una mano al caído para luego darle unas palmadas en la espalda mientras dice “adelante, hermano, siempre adelante”. De él, solamente de él, depende que la historia lo registre, lo conserve, como esa anómala estrella del sur a la que un día el mundo comenzó a seguir.

Correo-e: [email protected]

Mujica y el gen de la diferencia
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Presidente José Mujica junto con el presidente de México, Enrique Peña Nieto.
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Presidente José Mujica junto con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
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El escritor y periodista uruguayo Wlater Pernas, definió al mandatario como 'un imán para la gente'. (Foto: Ximena.)
El escritor y periodista uruguayo Wlater Pernas, definió al mandatario como 'un imán para la gente'. (Foto: Ximena.)
(Foto: Archivo Siglo Nuevo)
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Mujica y el gen de la diferencia
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