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Popeye libre

Sin lugar a dudas…

PATRICIO DE LA FUENTE
"Quisiera sufrir todas las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la muerte, para impedir la violencia".— Gandhi

Alrededor de trescientas personas: a ese número mató -o mandó matar- pero lo cierto es que ni él mismo recuerda con exactitud la cifra. Se dice indirectamente responsable de haber asesinado a más de tres mil cuando trabajaba para el Cártel de Medellín durante la década de los ochenta y a principios de la siguiente. Acepta, tranquilo e impávido, sus crímenes y participación en la etapa más oscura de la historia moderna de Colombia. Afirma que podría impartir conferencias para señalar y prevenir a los jóvenes de los peligros que supone el mundo del hampa. Pretende y clama por una segunda oportunidad en un país cuyas heridas aún no terminan de cicatrizar.

Se dice arrepentido y dispuesto a no delinquir de nuevo, aunque su cara y expresiones no denotan ni un gramo de conmiseración por las víctimas ni por sus familias. "Soy un hombre que busca una oportunidad en la sociedad. Un hombre que está en paz consigo mismo. Cuando salga, repito, no pienso hacerle mal a nadie", dice lacónico.

Así es John Jairo Velázquez, alias "Popeye", antiguo jefe de sicarios de Pablo Escobar Gaviria, el más célebre y poderoso narcotraficante que haya dado el siglo veinte. Hoy, tras una larga estadía de 22 años en la cárcel, Popeye se encuentra libre y señala temer por su vida; y es que quien a hierro mata…

Popeye, como brazo derecho y hombre de todas las confianzas del capo de capos colombiano, fue un activo participante en la transmutación del Cártel de Medellín. La "empresa" de Pablo Escobar pasó de una organización delictiva esencialmente avocada al tráfico de cocaína y a la compra de conciencias, a ser la amenaza terrorista que mantuvo a Colombia en vilo desde la segunda mitad de los ochenta, y que puso en jaque a los tres poderes federales, a las instancias gubernamentales, a los medios de comunicación y a la población civil en todos sus estratos.

Pablo Escobar, un tímido, pero intelectualmente brillante congresista suplente, dueño de una gran fortuna que nadie se explicaba, terminó abanderando la lucha por la no extradición de los capos colombianos hacia los Estados Unidos. "Preferimos una tumba en Colombia que la cárcel en Estados Unidos", rezaba su leimotiv.

En aras de presionar al Gobierno para que abandonara su intentona de firmar el Tratado de Extradición que enviaría a los narcotraficantes a territorio norteamericano para ser juzgados allá, Pablo Escobar ayudado por "Popeye" y miembros de su organización integrada también por diversos hampones de alto perfil, ideó el asesinato de Luis Carlos Galán, candidato y virtual ganador de los comicios presidenciales; la muerte de Guillermo Cano, editor y propietario del diario "El Espectador", el más influyente del país; el secuestro de la periodista Diana Turbay, hija de un expresidente de la República; la toma del Palacio de Justicia y el secuestro de varios miembros de la Suprema Corte; derribar aviones comerciales, la privación de la libertad de diversas figuras de altísimo nivel, utilizar coches bomba, además del asesinato de militares, civiles inocentes e innumerables crímenes.

John Jairo Velázquez, quien se entregó voluntariamente a la justicia en 1991 y purgó una condena que le fue reducida por buena conducta, concedió diversas entrevistas que quedan para consulta y memoria de la ignominia y la atrocidad de aquellos tiempos, vuelve a probar a qué sabe una condición de libertad a la que dice tenerle miedo.

De Pablo Escobar, "Popeye" afirma que si volviera a nacer, se iría con él sin pensarlo. A "Popeye", hoy libre, lo persigue la muerte y lo sabe. Lo rondan las almas sin descanso de aquellos a quien asesinó y también lo rondan los vivos que seguramente quieren venganza y pagarle con la misma moneda que él acuñó: terminar con su vida.

Pero "Popeye", a pesar de todo, sólo pide una segunda oportunidad y que lo dejen tranquilo.

Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas

@patoloquasto

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