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Restauración jesuítica

HÉCTOR VALDÉS ROMO

El pasado día 7 de agosto se cumplieron doscientos años de la restauración jesuítica, es decir, de la restauración de la Compañía de Jesús, conocida mundialmente como "los jesuitas", orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola en el Siglo XVI y que constituyó un baluarte de importancia extraordinaria en la lucha de la Iglesia Católica contra la reforma protestante iniciada por el monje agustino Martín Lutero en 1519.

Los jesuitas fueron parte muy importante dentro del movimiento católico de la contrarreforma y que fue la respuesta de Roma para hacer frente y frenar el auge reformista que, en esa época, la primera mitad del Siglo XVI, había adquirido un avance muy considerable en países anglosajones, pero también en Francia, Suiza y en otras naciones de la vieja Europa. Fue una sacudida impresionante religiosa y cultural dentro y fuera de la Cristiandad Católica.

Gracias a la muy fecunda acción de los jesuitas, primero en Europa y luego en el mundo colonial de los imperios español, portugués y francés sobre todo, ya que poco o nada pudo hacerse en las colonias inglesas y holandesas, además los seguidores de Ignacio de Loyola iniciaron una formidable acción educativa con la fundación de colegios y otras instituciones escolares y posteriormente universidades, en cuyas aulas y claustros se prepararon y capacitaron generaciones de jóvenes deseosos de aprender los conocimientos más avanzados de la época, aprendizaje consolidado por la era de descubrimientos que se vivía y por las nuevas tendencias evolucionistas de la ciencia y de la técnica y en las que se ubicaba, como uno de los rasgos característicos de la historia, la lucha del hombre por alcanzar su libertad.

Todo ello, era una expresión de la crisis de la cultura que se vivía al terminar la Edad Media y comenzar la Moderna, pero que planteaba también la necesidad de dejar de entender la cultura como un mero acopio de conocimientos y concebirla como lo que es realmente: la construcción de un camino de reivindicación del hombre, pues de otro modo ni la cultura tendría sentido histórico ni la historia tendría sentido humano.

En ese orden de valores culturales y religiosos en crisis, pero también de nuevos conocimientos científicos y tecnológicos que influían en todos los órdenes de la vida, y por lo tanto en los aspectos políticos, sociales y económicos a tal grado que, se hacía impostergable un cambio en las estructuras socio-políticas insoportables por el abuso del poder de las monarquías europeas que fincaban el absolutismo de sus testas reinantes en la tesis del origen divino del poder real.

Los jesuitas, con su pensamiento avanzado y de oposición a lo que lesionaba a los más necesitados, despertaron envidias y temores; envidias en las propias jerarquías del mundo eclesiástico católico, y temores en algunas monarquías absolutistas europeas que fincaban sus abusos, como ya se dijo, en la tesis del origen divino del poder real y, por lo tanto, no sentían compromiso alguno con sus súbditos, ni rendían cuentas de sus actos a nadie.

Esa tesis fue el pretexto centenario con el que se evadía toda responsabilidad de buen gobierno frente a las comunidades nacionales por parte de monarcas déspotas. Por algo el historiador inglés Lord Acton señaló, muy acertadamente que " el poder tiende a corromper y que el poder absoluto corrompe absolutamente" y una clara demostración de ello fue, entre otras, el absolutismo de la monarquía española.

En la corte de Madrid, en 1767, varios funcionarios incondicionales del rey Carlos III tramaron un plan para debilitar a la Iglesia, llevando por encima de todo la soberanía real sobre sus vasallos; rechazando que los católicos españoles, vasallos del rey, debieran obediencia al Papa que era un soberano extranjero, y considerando que el primer golpe, para que fuera efectivo, debía darse a los jesuitas que gozaban de influencia y prestigio indiscutibles entre la gente de la nobleza y la burguesía, pero también entre el pueblo y los indígenas en las tierras coloniales y misiones en el nuevo mundo.

Así las cosas, se llevó a cabo el despojo, en perjuicio de los jesuitas, de todas sus pertenencias, desde templos, capillas, colegios y planteles educativos de índole diversa, hasta terrenos de cultivo en los que, al menos aquí en lo que era la Nueva España, se había enseñado y enseñaba a los indígenas cultivos que eran desconocidos y que habían sido traídos de Europa.

En efecto, en México, en tiempos coloniales, ese despojo se llevó a cabo a la media noche del día 25 de junio de 1767, al mismo tiempo que se expulsaba a los jesuitas de todo el imperio español; despojo y expulsión que se llevaron a cabo también en los imperios portugués y francés.

La situación no paró ahí, el monarca español Carlos III que gozaba, como había ocurrido con otros reyes españoles, del derecho de patronato sobre la Iglesia, mediante el cual los monarcas hispanos tenían la facultad de nombrar obispos, poseer bienes eclesiásticos, ejercer la censura sobre las bulas y otros documentos pontificios como el caso de los "breves", y servirse del tribunal inquisitorial para el gobierno de sus vasallos, prácticamente forzó al Papa Clemente XIV para que, mediante breve papal, suprimiera la Compañía de Jesús en todo el mundo católico y así se hizo. Los jesuitas, que habían hecho voto de obediencia como ahora sucede y como así sucederá, a las indicaciones y a cuantas misiones les encomienda el Papa, obedecieron calladamente la disposición papal de extinguir a la Compañía de Jesús, decretada por Roma; esa obediencia está consignada, de manera precisa, en las Constituciones de la propia Compañía como lo dispuso la voluntad ignaciana.

Es conveniente también, reconocer ahora, la contribución de los seguidores de San Ignacio de Loyola, a través de su brillante obra educativa, a la cultura y civilización a nivel mundial. Los jesuitas siempre han tenido conciencia, y así lo han demostrado, que la cruz de la que habló Jesús tiene una dimensión redentora y solidaria, ya que se trata de la cruz de la injusticia, de la miseria y de la exclusión que los sistemas sociales de todos los tiempos les imponen a las personas más desprotegidas y, por tanto, más débiles.

Los jesuitas están conscientes de que Jesús nos invita ahora una opción serena y responsable por aquellos a los que los sistemas sociales contemporáneos les imponen la cruz de la intolerancia, la exclusión y la miseria.

Todo ello y mucho más han sido y son los jesuitas. Por ello, les felicitamos con nuestra más cordial estimación y con nuestro profundo respeto, recordando que este pasado 7 de agosto se cumplieron doscientos años de la Bula del Papa Pío VII por la que en ese día el año de 1814, se restauró en todo el mundo católico la Compañía de Jesús. Enhorabuena y muchos éxitos les deseamos a los Jesuitas de México y del mundo.

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