Siglo Nuevo

Los Coppola

Tres generaciones detrás de la cámara

Perdidos en Tokio, 2003

Perdidos en Tokio, 2003

Miguel Báez Durán

Para muestra de lo dicho anteriormente, dentro de la familia hay tres cineastas en activo que llevan el apellido Coppola con tal notoriedad como en el mundo criminal de la ficción lo hicieran los Corleone: Francis, Sofia y Gia.

El cine para los Coppola siempre ha sido un asunto de familia. No sólo porque tres miembros en particular se dediquen a crearlo detrás de la cámara, sino además porque en su oficio involucran a gran parte de su clan. Entre los más conspicuos están, por ejemplo, los actores Talia Shire, Nicolas Cage y Jason Schwartzman.

Apocalipsis del padre

Francis Ford Coppola estableció su prestigio en el universo del cine hollywoodense con las primeras dos cintas de la trilogía de El Padrino. Sin embargo, antes de este fenómeno cinematográfico, comienza su carrera como un realizador independiente. También como un renovador del cine estadounidense al lado de directores como Spielberg, Lucas o Scorsese. Después, ya se sabe, los dos primeros se volverían más bien reventadores de taquillas.

No es de extrañarse tal vocación viniendo Francis de una familia de artistas. Su padre, músico. Su madre, actriz. Pero, a pesar de los premios y de la trascendencia de El Padrino, la obra maestra de Coppola viene hasta 1979 cuando se filma Apocalipsis (Apocalypse Now). Esta además le toma años de esfuerzo físico y financiero. Ni siquiera su éxito con las cintas anteriores le garantiza el respaldo de un estudio. Y una serie de calamidades lo rodea durante el largo rodaje. Entre ellas un tifón, un ataque al corazón para el protagonista, la hipoteca de su casa y los desplantes de una estrella con la cual ya había trabajado antes.

Con la guerra de Vietnam como telón de fondo y tema principal, Apocalipsis se ocupa de la travesía del capitán Willard (Martin Sheen) en misión secreta para eliminar al coronel Kurtz (Marlon Brando). De acuerdo con sus superiores Kurtz, dentro de lo más profundo de la selva, ha enloquecido y se ha proclamado un dios ante una tribu de nativos. Willard debe borrarlo del mapa con la mayor discreción. Para esto reúne a un grupo de soldados que lo acompañarán a lo largo de un río sin saber con exactitud hacia dónde van. La denuncia de la guerra como un absurdo se manifiesta a través de la psicodelia y los estados alterados. Cuanto más se acercan los soldados a Kurtz más se deteriora una realidad racional y descienden hasta los extremos del delirio, la muerte y el absurdo.

En una adaptación bastante libre de El corazón de las tinieblas por parte de John Milnius, Coppola explora aquí el lado más oscuro de la psique humana cuyos límites se dinamitarán ante el horror de la guerra. Apocalipsis -sobre todo, en su versión completa de más de tres horas- se presenta colmada de escenas memorables como el ataque de los helicópteros teniendo como música de fondo a Wagner o el espectáculo de las conejitas de Playboy ante soldados al límite.

También se erige y alcanza las alturas de un rascacielos porque es de esos esfuerzos fílmicos que ya no se ven con frecuencia luego del advenimiento de los efectos especiales hechos por computadora, una labor titánica apenas comparable con lo hecho pocos años más tarde por Werner Herzog en, por ejemplo, Fitzcarraldo. Apocalipsis le vale a Francis Ford Coppola la Palma de Oro en Cannes, compartida con la obra de otro alemán: El tambor de hojalata.

Desde que abandona el sistema de estudios en la última década, Coppola se dedica a proyectos independientes -Juventud sin juventud, Tetro, Twixt- y cada vez más personales. Tanto que han tenido muy poca fortuna con la crítica o el público. Quién sabe si se trate de un plan con maña para dejarle el camino libre a las nuevas generaciones de su familia.

Una hija en el extranjero

Si apenas siendo adolescente Sofia Coppola tuvo la capacidad con su pésima actuación de casi descarrilar por completo la calidad de la tercera entrega de El Padrino, ahora brilla con luz propia gracias a su labor detrás de las cámaras. Pronto la entonces joven hija de Francis encontró su nicho ya no en la actuación sino en la silla del cineasta. Su debut como realizadora, lo confiesa, llega de forma providencial cuando se entusiasma mucho con el libro Las vírgenes suicidas. Tanto así que decide escribir un guión y subsecuentemente filmar la película para estrenarse en 1999. Pero es con su siguiente crédito con el que Sofia obtiene mayores méritos artísticos.

Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003) relata el encuentro de dos personajes disímiles en varios aspectos de su vida. Bob Harris (Bill Murray) es un actor en decadencia que ha viajado a Japón para figurar en unos comerciales de whisky. Charlotte (Scarlett Johansson), una joven mujer que acompaña a su esposo fotógrafo a la capital nipona. Si algo comparten estos dos seres humanos es su estatus social y, por esa razón, se hospedan en el mismo lujoso y céntrico lugar. Los dos son estadounidenses y también padecen el insomnio característico de un viaje al otro lado del mundo. Gracias a tal padecimiento, se dará el encuentro entre los dos. Sus pláticas y salidas dan pie para la observación de una cultura extranjera, de un pueblo cuyas costumbres les parecerán sorprendentes: el karaoke, los programas de concurso, las confusiones creadas por la diferencia de idiomas, la aglomeración. El destino los une en un momento crucial. Ella, sin saber a qué quiere dedicarse. Él, sintiéndose accesorio para su familia. Una apenas comenzando a explorar la adultez. El otro en plena crisis de la mediana edad.

El entorno de una ciudad de neón como Tokio beneficia la estética de la directora. En ese limbo en el cual se convierte el país extranjero flotan Bob y Charlotte cuyas vidas de vuelta en casa se hallan frente a una encrucijada. La solidaridad y las bromas pronto se transformarán en una amistad profunda cuya intensidad está al borde de la relación amorosa. Pero tal borde nunca se cruza. La historia permanece meramente en el plano platónico. Se requiere de una mirada sutil para un relato intimista. Aquí los actores y sus reacciones a la cultura extraña se tornarán primordiales para mantener el interés del espectador. En especial tratándose de un relato donde hay muchos silencios, incluido el murmullo de la despedida durante el final. Perdidos en Tokio le vale múltiples elogios y le trae a Sofia Coppola, como mayor reconocimiento, el premio Oscar por mejor guión original.

La nieta en la adolescencia

Giancarlo Coppola -hermano mayor de Sofia- muere en un accidente de bote al momento en que su prometida tenía dos meses de embarazo. Meses después del inesperado deceso de su padre nace Gia. La nieta de Francis y sobrina de Sofia se estrena como directora el año pasado con su ópera prima Palo Alto (2013).

La cinta cuenta con la colaboración de algunos de los miembros de la familia Coppola y además de los hijos de la crema y nata hollywoodense. No sólo James Franco participa con su actuación y con el relato original sino que también aparece en un rol principal la sobrina de Julia Roberts y al lado de ella debuta el hijo de Val Kilmer. Esto no significa que se trate de una cinta de alto presupuesto. Al contrario. Además la temática no se encuentra muy lejana de las películas de la tía Sofia. Una vez más, las confusiones de la adolescencia -presentes en Las vírgenes suicidas, María Antonieta o Ladrones de la fama- toman el papel protagónico. En este caso la inquietud de la cineasta debutante consiste en mostrar las emociones y no únicamente la superficie de los jóvenes norteamericanos de escuela secundaria.

Palo Alto gira en torno a las vicisitudes de dos adolescentes: Teddy (Jack Kilmer) y April (Emma Roberts). A April le gusta Teddy; pero luego de que él se involucre con otra chica durante una fiesta, ella empezará a acercarse a su profesor y entrenador de futbol, el señor B (Franco). Lo hará con el pretexto de que es la niñera de su hijo. Por otro lado Teddy se mete constantemente en problemas gracias a la imprudencia de su mejor amigo. Y cómo no si los dos muchachos están en plena edad de la punzada. Teddy intenta descubrir qué tan lejos se ubican los límites legales en la comunidad de privilegiados donde vive. Junto a su amigo -por lo regular el iniciador de los desastres- le suceden incidentes que incluyen conducir en estado de ebriedad, cortar un árbol con una sierra eléctrica y encontrarse con un vendedor de droga. Nada demasiado crudo para alterar a las buenas conciencias. De igual forma, April explora los límites amorosos al involucrarse con el señor B y después darse cuenta de que ella no es la única alumna que frecuenta la casa del profesor. La decepción unirá a los protagonistas tras desperdiciar meses en los cuales pudieron haber estado juntos.

Aunque con menos experiencia detrás de las cámaras que Sofia, Gia Coppola plantea un largometraje sobre confusión adolescente con un ritmo más cautivante. Dentro de Palo Alto hay menos pausas. No abundan los puntos muertos, esos que ya se han vuelto un lugar común en la obra de su tía. Sin embargo, la película resulta valiosa meramente como ópera prima; pero poco memorable al fin y al cabo ante otras producciones que se han ocupado del tema de la adolescencia. Habrá que ver, con el paso del tiempo, qué tan alto llegará la carrera de Gia y si esta se comparará con la de su abuelo o la de su tía. Lo cierto es que la familia Coppola ya ha dejado una huella bastante palpable en el mundo del cine norteamericano.

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