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El albergue

GILBERTO SERNA

Me hallaba en la plaza de armas bajo una de las hermosas palmeras que adornan la avenida Morelos. El día estuvo muy ajetreado pues éramos parte del séquito que acompañaría a nuestra ilustre visitante durante su corta estancia. El cielo estaba despejado. Uno de los compañeros pretendió cuestionar el evento, pero el profesor Garza que vino de Saltillo nos dijo que tuviéramos cuidado de lo que decíamos y de cómo se decía que por que las paredes oían. Sabio consejo, era un hombre prudente y precavido además de erudito en estos menesteres. Quizá se acordaba de Catalina de Medicis (1519-1589) que mandó, utilizando un taladro, colocar audífonos en las paredes del Palacio Real para escuchar lo que platicaban de ella sus cortesanos.

Al escuchar lo anterior dos personajes de los servicios secretos se dispusieron a hacer su trabajo al que estaban acostumbrados y habiendo escuchado que las paredes sabían de lo que se hablaba ellos con sus métodos aprendidos en sus prácticas diarias lograrían hacerlas hablar. El agua mineral no les dio resultado, los toques eléctricos tampoco, el barril con agua fracasó. Derruyeron la finca y nada no lograron saber más allá de lo que ya se sabía. Los muy tontos creyeron que las paredes eran personas. Les estaba prohibido molestar a la señora. Buscaron menores que pudieran encontrarse aún en el lugar, no fue exitosa su búsqueda. La casa Hogar acabó sus días en medio de la sospecha y la incuria social.

Se dice que el hospicio llevaba años trabajando en forma oscura con denuncias de hechos muy graves, surgiendo la posibilidad de que algún funcionario o esposa hubiere entregado cantidades millonarias de dinero que en parte fue a parar a los bolsillos de las personas físicas que realizaban la operación sirviendo de tapadera la entrega que en verdad recibía la casa albergue. Lo que hasta el momento no está comprobado sujetándose a lo que resulte de la averiguación que practican las autoridades federales. A río revuelto ganancia de pescadores, proverbio. O sea enturbiar el agua para que se vea únicamente lo que conviene a los donadores de fondos públicos estatales que previamente cogieron su tajada.

El silencio envolvía misteriosamente todo. Una llama minúscula danzaba en la obscuridad iluminando un Cristo de madera. Era el abandono lo único que acompañaba a la finca. Figuras vaporosas se desprendían de sus paredes. Necesitarían un médium para contar lo que ahí sucedió. Se dicen muchas cosas en contra de la labor de Mamá Rosa. Sin embargo, prevalecieron las voces a su favor. De los patios se desprendía un fuerte olor a excrementos, comida putrefacta y orines. La higiene al parecer no era su gran preocupación. En una foto que aparece en la edición de El Siglo de Torreón del pasado miércoles 30 de julio de este año, se le ve en camisón hablando por el celular, dándole un parecido asombroso a la dama de hierro, la primera ministra británica Margaret Thatcher: quizá al igual que aquélla tenía o tiene fuerte carácter y determinación para hacer y deshacer.

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