Los olvidados
En México las crisis se viven de forma holística; cualquier problema social existente y por existir es encabezado por nuestro país. Nada más hace falta asomarse a los índices de pobreza, de corrupción, de desigualdad y falta de oportunidades, de la marginalidad y precariedad en la que vive el grueso de sus habitantes, y un largo etcétera, para darse cuenta de esto. Es importante subrayar que el principal factor que genera conflictos sociales es la desigualdad y la falta de oportunidades.
Los mexicanos, desde el momento en el que saludan a la vida, se enfrentan a un escenario lleno de impedimentos de gran magnitud para alcanzar una vida digna. La “economía neoliberal” practicada en México y en la mayoría de los países sólo ha aumentado la brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen nada. La economía de mercado ha generado una sociedad que busca llenar su vida con base en el poder de consumo; esto ha creado un status quo donde la sana convivencia entre iguales ya no es la meta de la sociedad. La buena convivencia y la práctica de la ciudadanía han sido remplazadas por la maximización del capital.
Los grandes depredadores del dinero ya no se conforman con el poder ni con el dinero vasto para vivir en un ambiente de amplias facultades, siempre queda espacio para un poquito más cuando se trata de cuentas bancarias. Esto ha elevado la precariedad de un amplio sector de la sociedad mientras la ética ciudadana queda por los suelos. Las cúpulas ven desde lo alto con alta perversidad los resultados de sus andanzas, las clases medias ignoran una realidad que no quieren ver y los menos afortunados, los olvidados, se enfrentan a una realidad que no comprenden y su mayor pregunta es: ¿por qué me tocó vivir así?
Hay que mencionar que aquel que no nace en cuna de oro se le ataca por todos los sectores; en una sociedad discriminatoria y de bajo perfil ético como la mexicana, el débil en términos económicos sufre de muchos otros factores que van aumentando según su perfil: si es pobre e indígena, y además es mujer, homosexual, no católico, etcétera, la discriminación aumenta exponencialmente.
La buena convivencia y la práctica de la ciudadanía han sido remplazadas por la maximización del capital. De este problema tan grave se desprende el grueso de los problemas sociales que afrontamos los mexicanos. Al no tener acceso a las necesidades más básicas en lo último en que se piensa es en ser un buen ciudadano que ejerza sus derechos y respete los de los demás. Cuando es la hora de la comida y lo único que se tiene en el estómago es un profundo sentimiento de desesperanza, lo último que se puede esperar de alguien es que se preocupe por colaborar en enderezar el rumbo del país. Todos estos elementos repercuten en el desarrollo de cualquier país.
Basta con ver los porcentajes de la población económicamente activa que se mueven en la informalidad. Esto genera una serie de consecuencias que, entre otras cosas, repercuten enormemente en las arcas hacendarias del Estado; lo que ha creado una economía paralela que no contribuye ni al crecimiento ni al desarrollo del país. Al contrario, los ingresos y la productividad de la gente se dividen en dos mundos tan cercanos y tan lejanos al mismo tiempo.
Es imposible exigir más al contribuyente cautivo. Es inmoral exigirle contribuir al que con hambre despierta y con hambre se va a la cama. Mientras la gran minoría, de los que no se olvidan, aquellos para quienes la vida es un simple juego de competencia donde la meta única es acumular la mayor riqueza posible sin importar a costa de qué ni bajo qué circunstancias se obtenga, gozan de facultades fiscales inexplicables que colaboran con su enriquecimiento, y al mismo tiempo, regalan sus deudas con el Estado a los demás contribuyentes.
México, país de harta cultura, y hogar de millones de personas y trabajadoras, también es el país del mal reparto. Donde el propio gobierno, no sólo saquea a su gente, sino que también le trae competencia en condiciones de amplia desventaja.
Santos Mondragón,
México, DF.
