Siglo Nuevo

Lucrecia Martel

El burgués desencanto de la provincia

La Ciénega, 2001.

La Ciénega, 2001.

Miguel Báez Durán

Lucrecia Martel posee la capacidad para presentar en sus cintas conflictos universales dentro de un espacio muy particular: su natal Salta. Aunque la filmografía de la realizadora aún no es extensa, ha logrado llamar la atención en el plano internacional a través de personajes que representan los defectos y las virtudes de la pequeña burguesía provinciana de Argentina.

PARÉNTESIS ENTRE ACCIDENTES

Nacida en la provincia de Salta, Martel centra además su obra en un elemento primigenio y vital: el agua. Omnipresente en sus tres largometrajes el agua se transforma, obvio, en vida; pero además en lugar de reunión y punto de referencia. Tras haber filmado una serie de cortos cuya inauguración vino con Rey muerto llega su ópera prima titulada La Ciénaga (2001). Uno de los primeros sonidos que se escuchan al inicio del largometraje son unas tumbonas siendo arrastradas por carnes fofas al lado de una alberca sucia. La película sigue las vidas paralelas de las familias de dos primas: Mecha (Graciela Borges) y Tali (Mercedes Morán). Mecha encabeza una familia de la pequeña burguesía, dueña de propiedades en el campo. El largometraje se vuelve entonces un paréntesis, enmarcado por dos accidentes que afectan de diversas maneras a las dos familias. El primero se da al lado de una piscina de verdosas aguas. Borracha y aturdida Mecha tropieza sobre unas copas de vino y se clava los trozos en el pecho. La gente a su alrededor apenas reacciona. Sólo la generación más joven sale corriendo para ayudarla. Este acontecimiento será la excusa para concatenar una anécdota tras otra sin aparente conflicto.

En más de una ocasión las familias de Mecha y Tali se unirán para formar una sola tribu con diferentes preocupaciones, muchas de ellas recalcadas con momentos de franca abulia: la dependencia casi patológica de Momi por la criada Isabel, la relación de José con una mujer mayor, los celos de su hermana Vero, la vanidad inútil del padre, la inmovilidad de Mecha, los tiros en el monte de los cuales son protagonistas otros dos hijos. Los personajes retratados por la cinta no parecen tener mayor ambición que presentar una atmósfera opresiva por el calor ahogador. Aquí no se cuenta una historia cerrada y sin ambigüedad. Pero sí quedan muy claros los usos de una élite que les grita órdenes a sus sirvientes o los llama “indios” con descaro. Al mismo tiempo esta clase privilegiada busca en toda su avaricia ahorrarse unos cuantos pesos, incluso haciendo planes para emprender un viaje peligroso a Bolivia y comprar allá útiles escolares más baratos. El segundo accidente tendrá consecuencias mucho más devastadoras. En especial, para Tali. Eso, sin embargo, no despejará la neblina abúlica que se cierne sobre la familia de Mecha y, tal como abre el largometraje -con unas tumbonas metálicas siendo arrastradas junto a la alberca- Martel lo cierra como si nada hubiera pasado entre un punto y el otro. Quizás nada pasó.

DEVOCIÓN Y DESPERTAR SEXUAL

Martel afina sus capacidades como narradora con La niña santa (2004). A diferencia de su ópera prima con este crédito la cineasta logra concentrarse en unos cuantos personajes y no en familias enteras. Teniendo a su favor la producción ejecutiva de los hermanos Almodóvar, no se aleja del entorno provinciano. Toda la trama girará alrededor del hotel de un pueblo donde se lleva a cabo un congreso de medicina. En el hotel vive Amalia (María Alche), una joven cuyo despertar sexual se halla íntimamente ligado a la religiosidad. Tras pasar varias tardes en una clase de catecismo donde se les habla a las chicas de la importancia de la vocación, Amalia y su amiga Josefina salen a buscar almas a las cuales salvar. En la calle del pueblo, frente a un hombre que “toca” -entre comillas pues éste es un instrumento que no requiere del tacto- un theremín, encuentran una. Con actitud contraria a la suya, uno de los muchos curiosos se le acerca demasiado por detrás a la muchacha. En lugar de propinarle una cachetada al acosador decide perseguirlo a su vez para que a través de ella -joven tentación al fin y al cabo- él halle el buen camino. El anzuelo es demasiado atrayente para este hombre casado de mediana edad.

Lo que ignora Amalia es su nombre y su ocupación. Aunque no dónde se hospeda. El doctor Jano (Carlos Belloso) -otro más de los huéspedes del hotel que su madre Helena (Morán de nuevo) administra- se halla de paso en el pueblo para asistir al cónclave. Cuando la madre divorciada empiece a coquetear con el doctor casado y a eso se agreguen los ímpetus erótico-religiosos de la hija acosadora, la situación adquirirá tintes explosivos. El agua de nueva cuenta hace su constante aparición en los baños termales del hotel donde los personajes se reúnen y en muchas ocasiones se espían. En este lugar se materializan las miradas del deseo que casi de inmediato se tornan esquivas. Pronto el doctor Jano tendrá la sorpresa de su vida cuando la joven trate de tocarlo y de besarlo. Los roles se invierten y él será quien la aleje. Pero, contrariando a la promesa de una explosión, Martel conduce a los espectadores hasta un desenlace «anticlimático» donde se escamotean los gritos y los sombrerazos. Quizás la historia a contar no era tanto la de este triángulo amoroso sino la de la relación de Amalia con Josefina. Así, con ese final silencioso y tibio, los cuerpos de las dos muchachas flotan despreocupados ante lo que pueda ocurrirles al resto de los personajes, flotan como aisladas dentro del generoso vientre de la madre naturaleza.

EN UNA CARRETERA POLVOSA

El tercer crédito de Martel La mujer sin cabeza (2008) abre con los contrastes de clase de -una vez más- la vida provinciana en Argentina. Por un lado, cuatro niños y un perro se corretean a lo ancho de una carretera polvosa junto a un canal. Por el otro, el final de una reunión de señoras de sociedad que se despiden al lado de sus autos rodeados de niños inquietos. Verónica, una de ellas y flamante rubia que ha recibido elogios por su nuevo color de tinte, toma el atajo de la carretera polvosa y, tras distraerse con el celular, atropella algo. O a alguien. Ella no averigua qué fue exactamente lo que pasó y sigue su camino. Cuando más adelante se detiene de nuevo comienza una tormenta que servirá de referente para deducir las consecuencias de este acto. El agua presagia incomodidades. Además Verónica (María Onetto) ha cambiado. No es la misma. Se le ve confundida. Como si durmiera en una nube de ensimismamiento.

Una vez que hable muy poco a poco de lo que pudo haber pasado en la carretera, los hombres a su alrededor -su esposo, su hermano y el marido de su prima- urdirán una conspiración para irle borrando las huellas al accidente. De esta forma, para Martel no hay mayor signo de la diferencia de clases que el choque entre el cuerpo y el auto. Al mismo tiempo destaca la actitud de estos tres hombres ante Vero, enunciando con constancia la frase: “no pasó nada”. La actitud del avestruz no resulta extraña a la pequeña burguesía. Porque al fin y al cabo quien pudo haber muerto en el accidente no era nadie. En su tercer crédito, la directora se ubica en estado de gracia: concreta la fusión de la forma y el fondo para desplegar sobre la pantalla una historia repleta de sutilezas. Sin embargo, la crítica de trasfondo es dura y va a la cabeza de esta clase social en la que ella se mueve además con tanta soltura. Una parte de la sociedad latinoamericana que se caracteriza por su afán de evasión, su abulia, avaricia y encierro. Pero al mismo tiempo Martel la retrata con objetividad y sin radicalismos de izquierda.

El siguiente proyecto de la directora argentina promete una madurez mayor: la adaptación a la pantalla grande de la novela Zama de Antonio Di Benedetto. De esta manera y a través de unos cuantos créditos, Lucrecia Martel se ha vuelto un referente en el ambiente fílmico argentino y una digna representante de origen latinoamericano dentro del arte cinematográfico.

Twitter: @mbaezduran

La Ciénega, 2001.
La Ciénega, 2001.
La niña santa, 2004.
La niña santa, 2004.
La niña santa, 2004.
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La mujer sin cabeza, 2008.
La mujer sin cabeza, 2008.
La mujer sin cabeza, 2008.
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