Como en botica

…tú que organizas imprevistos y suntuosos cortejos nupciales,

No puedes restringirte a una edad ni a una hora…

Antonio Gala

Con la intención de exorcizar los gritos de la soledad que me despiertan en la madrugada, hay momentos en que dejo de respirar para oírlos mejor: Que griten lo que quieran, ¡no les tengo miedo!

En cuanto clarea salgo a buen paso hacia El Retiro; ese magnífico parque por donde respira Madrid. Después, cansada, me acomodo en cualquier 'chiringuito' para sopear unos churros en mi chocolate, acompañada del griterío que encuentro en el periódico del día. Por lo visto, igual que los mexicanos, los españoles están hartos de sus políticos corruptos y sus agiotistas que se hacen llamar banqueros. Confirmar que nuestro pobre mundo anda a los tumbos igual que yo me provoca un perverso placer. Pero es verano y la vida estalla en todas partes; a pesar de los tropezones económicos que han sufrido en los últimos años, los madrileños no renuncian a su estilo de vida: la siesta como un derecho, el bar como centro de reunión, la calle como una fiesta.

Reemprendo la marcha para pasear entre las casetas que instaladas en El Retiro con motivo de la Feria del Libro, reúnen afortunadamente a libreros, escritores y lectores. Caminar entre libros es un gozo, y aunque sin ánimo de hacer comparaciones, las hago: nada que ver con la magnitud de nuestra Feria del Libro de Guadalajara.

Retomo la marcha sin rumbo y me pierdo en el alucinante barrio de La Chueca donde me refresco con un vaso de horchata antes de seguir hacia la Gran Vía. Si no fuera porque los cuatro libros que compré me pesan un demonial, me soltaría cantando: Cuando vayas a Madrid Chulona mía…voy a hacerte emperatriz de Lavapiés… Bah, eran otros tiempos, el madrileño de hoy es áspero y poco gentil. Subo hacia La Oficina, mi bar preferido, donde he quedado con unas amigas para el aperitivo y la risa. Dicen que la juventud es la edad predilecta del amor. Lo desmiente un señor de no mal ver que desde el otro lado de la barra me mira, sonríe, levanta su copa, brinda… No, no es conmigo. Sólo cuando insiste comienzo a aceptar que sí, que es conmigo. Me sonrojo como una quinceañera y hago lo único que sé hacer muy bien: escapo.

En la graciosa huída algo se fractura por dentro y vuelvo a ser la dueña de la herida. Una pareja que tomada de la mano pasea sus canas por el verano, su manera de entrelazar los dedos, una canción, los Huevos Rotos que nos gustaba compartir en Casa Lucio y la herida vuelve a sangrar. La sola palabra me desconsuela, me avergüenza estar viva y reír. Pero no, no quiero idealizar a mi Querubín y para justificarme reprocho: “cometiste el más tonto de los suicidios dejando que los días pasaran uno tras otro sin pensar en nosotros, me abandonaste para entretenerte con esa puta barata que es la televisión… después de todo yo ya no era tan feliz…” Detecto un nuevo ataque de melancolía y para conjurarlo recuerdo a mi amiga Amelie que allá en México me llama varias veces al día para recordarme: ¡respira! ¡respira! Respiro profundo y me recupero pensando que sólo existen dos días del año en los que no se puede hacer nada; uno se llama ayer y otro mañana; pero hoy sí. Hoy me pongo bonita y salgo para el teatro Ferrán Gómez, donde han montado un dramón inspirado en La Casa de Bernarda Alba. Como si estuviera yo para dramones; aunque llamándose “Adela” la obra, ni modo que me la pierda.

Y así, como en botica, en mi corazón hay de todo. Recorro esta carretera que es la vida, con sus hermosos paisajes, sus curvas y sus precipicios. Quiero convencerme de que este viaje es el punto de partida, un algo que puede ser agradable y promisorio; después de todo, la vida no puede restringirse a una edad ni un estado civil. En fin, ya veremos.

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