Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Grande fue la sorpresa de sor Bette cuando el nuevo jardinero del convento le agarró las bubis. Antes de que la religiosa pudiera decir una palabra el hombre se arrojó a sus pies gimiendo desgarradoramente. "¡Perdóneme, reverenda madre! -le suplicó hecho un mar de lágrimas-. ¡Soy víctima de un grave desorden de conducta que me lleva a hacerle ese burdo tocamiento a cualquier mujer que se ponga al alcance de mis manos! ¡Hago tal cosa, y en seguida me posee un cruel remordimiento que me tiene postrado durante varios días! ¡Concédame su perdón, se lo suplico!". Sor Bette era monja postconciliar. Le dijo al individuo: "Conozco a un buen psiquiatra, el doctor Duerf. Le pediré que lo trate, y de seguro le quitará ese insano impulso táctilo-pectoral". En efecto, el tocador de señoras acudió a la consulta del célebre analista. Unas semanas después sor Bette le preguntó cómo iba el tratamiento. "Muy bien" -declaró el tipo. Y así diciendo le puso las manos en las bubis. La reverenda se santiguó para alejar cualquier mala tentación y luego le dijo con desabrida voz: "Me parece que el tratamiento no ha dado resultados". "Ha dado excelentes resultados -opuso el jardinero-. Sigo agarrándoles las bubis a las mujeres, pero ya no siento aquel cruel remordimiento". Declaró don Tonino: "Montar a caballo hace bajar de peso. Yo lo hice, y en dos semanas el caballo bajó 40 kilos". Don Hamponio, el narco de la esquina, fue internado en la cárcel del pueblo. Secretamente le pidió a su mujer que le llevara un pastel con una lima adentro, para limar las rejas de su celda y escapar. La señora le llevó el pastel y le dijo frente al guardia: "No hallé limas, Hamponio, de modo que en el pastel te puse limones, naranjas y toronjas". (Cítricos todos, en efecto). El niño era bizquito, y veía doble. Cuando quería un refresco pedía un 14Up. Aquel político jamás iba a la playa. Los gatos insistían en cubrirlo con arena. Cuentan de un andaluz que se fue al Cielo. En la morada de la eterna bienaventuranza se aburría mortalmente: Acostumbrado al palpitante son de la guitarra flamenca y a la voz rauca de los cantaores, el evanescente tañido de las arpas y los melifluos coros de los serafines lo tenían ya hasta los cojones, según manifestó con expresión que disonó bastante en la mansión celeste. Le dijo el calé a San Pedro: "Aquí me muero, ninio. Son ustedes más aburridos que una ostra. No tienen toros, ni tablaos, ni ná. Esto parece -sin ofender- mancebía en lunes por la mañana". Le respondió, amoscado, el portero celestial: "Si quieres puedo enviarte con la competencia. Quizás ahí ya no te aburras". Replicó el andaluz: "Mándame si quieres a la casa del rey que rabió, o a Mazagatos, pero sácame de aquí. Nomás de pensar que debo estar toda la eternidad en compañía de estos chupacirios y beatas me dan ganas de bostezar hasta por el.". Y dijo otra palabra también muy disonante. San Pedro, pues, lo envió a los infiernos. Pasados unos días el apóstol sintió curiosidad por ver cómo le estaba yendo al hombre. Tomó el elevador y descendió al erebo. Encontró al andaluz metido hasta el pescuezo en un cazo lleno de plomo derretido que humeaba entre las llamas del averno. Un demonio lo punzaba con su agudo tridente al tiempo que otro lo azotaba con un látigo hecho de púas y bolas de metal, y un tercero -el más enconado y feroz- le leía discursos políticos. Pensó San Pedro que, sometido a esos tormentos espantosos, el andaluz estaría lloroso y afligido. Lejos de eso: Se le veía radiante, alegre, lleno de gozo y regocijo. Riendo contento le dijo al asombrado apóstol: "¡Estoy feliz, Perico! ¡Esto es precisamente lo que a mí me gusta! ¡El desmadre!". Parece ser que eso mismo nos gusta a los mexicanos: El desmadre. Las leyes y reglamentos son para nosotros camisa de fuerza que nos ahoga y no podemos tolerar. El orden nos oprime y nos estrecha. Antes que ir por el camino recto preferimos los atajos. De ahí la anarquía en que vivimos; de ahí que cada uno haga su santa voluntad, que las más de las veces no es tan santa. El desmadre, sin embargo, tiene una amarga consecuencia: la inseguridad. El desorden termina por hacernos daño a todos. Mientras México no sea un país de leyes seguiremos viviendo en el desmadre. FIN.

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