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El último balance

DRA. ROSA CABALLERO

Decía un clásico de la política, Nicolás Maquiavelo, que tal vez los hombres de cada tiempo con la conmovedora inmodestia de lo humano, se sienten vivir en lo extraordinario, nuestros tiempos sin duda lo son, se inicia claramente el principio de una nueva época, que nos replantea el fin de otra, se genera la concepción de un estilo especial de vida política que se hace Teoría de Gobierno en las Reformas, cuya aprobación se discute en la antesala de la confrontación, síntoma indiscutible de un Estado Moderno.

Atrás quedaron los años de la nacionalización del Petróleo. En 1938, el Presidente Lázaro Cárdenas entregaba al Pueblo de México la Industria Petrolera que había estado en manos de empresas extranjeras, su convicción nacionalista se desprendía como un logro más de la Revolución Mexicana: garantías individuales sí, pero también garantías sociales.

El respaldo del pueblo de México no se hizo esperar, la confianza y el apoyo al Presidente de la República fueron expresiones de asombro de propios y extraños; se tenía una Industria Petrolera que colocaba a nuestro país en los umbrales de la explotación de un recurso energético que sería la diferencia para mejorar la economía de millones de mexicanos, surgió Pemex como Organismo Público Descentralizado con Personalidad Jurídica y Patrimonio Propio.

El Presidente Cárdenas lo definió como un logro del pueblo de México bajo la Rectoría del Estado y su Participación en la Economía que era el aspecto más difícil de la justificación, su voz de Estadista fue suficiente para enfrentar a los detractores. En 1960, bajo la Presidencia del Lic. Adolfo López Mateos, se realizó la nacionalización de la Industria Eléctrica, otro sector estratégico para el desarrollo del país, se creó entonces la Comisión Federal de Electricidad, Organismo que al igual que Pemex apuntalaban hacia el devenir como monopolios.

Es evidente que por ese complejo destino de tantas proyecciones, las cifras con el paso de las décadas alimentaron el optimismo de los políticos en turno, en 1990 por el volumen de las reservas de petróleo, México ocupaba el cuarto lugar mundial y esa riqueza continuaba incrementándose por nuevos descubrimientos en tierra y mar, principalmente en el sureste de México, la explotación petrolera había mantenido un aumento constante desde 1938; así pasó de 105,500 barriles diarios en ese año a 800,000 en 1980, iniciando el proceso de aceleración de la producción que alcanzó en 1985, 2 millones 500,000 barriles diarios.

La realidad es muy cuestionable, toda esa riqueza no fue suficiente para que los mexicanos disfrutaran precios accesibles de las gasolinas y de los derivados, la estructura de Pemex se convirtió en una torre de Babel, el sindicato petrolero y no el pueblo de México se ostentó como el verdadero dueño del petróleo, corrupción, endeudamiento y capital insuficiente no permitieron que tanto Pemex como CFE pudieran enfrentar la competencia en un mundo global.

Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos, los dos monopolios han perdido su esencia, de la Reforma habrán de surgir sus cenizas como símbolo del fin de una época, parte de razón tienen los partidos de izquierda al oponerse a la privatización, nuevos dueños entrarán por las enormes puertas de la inversión extranjera, el balance final nos ha dejado una desilusión: los grandes esfuerzos no siempre tienen un destino feliz.

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