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¿Repitiendo la historia?

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE

Hace setenta años, en el Parque de la Paz de Hiroshima, en Japón, se encendió una flama que estará encendida hasta que todas las armas nucleares del mundo sean eliminadas. Para nuestra preocupación, dicha llama hoy arde y quién sabe hasta cuándo.

Durante la Guerra Fría, período que abarca buena parte de la segunda mitad del siglo pasado, el mundo vivió en peligro. Los dos miedos latentes que imperaron en aquel entonces y particularmente en Estados Unidos, eran el miedo al comunismo y el terror a una guerra nuclear.

Hacia fines de los años cincuenta, muchos hogares de clase media estadounidense contaban con bunkers para protegerse de la posible denotación de una bomba o ataque del enemigo rojo: la URSS.

Pienso en la flama ardiente hoy, en el marco de una brutal escalada de violencia en la franja que divide a Israel de Palestina, y tras el accidente del avión de Malasyian Airlines, en Ucrania, que según versiones difundidas por el Gobierno de Estados Unidos, fue posible de perpetrar gracias a que Rusia habría equipado y entrenado a los rebeldes que presuntamente derribaron el aparato.

Y es que no es que nos encontremos, ni por asomo, ante un conflicto nuclear, pero vivimos tensiones comparables con ciertos momentos de la historia donde estuvimos al filo del peligro, o en plena catásfrofe. Las dos grandes guerras del siglo veinte, en especial la primera, se gestan a partir de incidentes aislados que terminaron por involucrar a la comunidad internacional.

So pena lo que implican las comparaciones, quiero recordar un momento histórico que gracias a la templanza, los recursos de la diplomacia y la fe de hombres y mujeres de buena voluntad, no escaló a otros niveles. Que quede a modo de ejemplo que nos haga comprender que siempre, no obstante la coyuntura, las guerras y los conflictos pueden ser evitados aún cuando hoy exista la amenaza del terrorismo.

Hacia octubre de 1962, aviones-caza estadounidenses que realizaban un vuelo de espionaje y reconocimiento sobre la isla de Cuba, detectaron la presencia de misiles balísticos soviéticos de mediano y largo alcance con ojivas nucleares. Aunque las estructuras no eran operacionales y se encontraban en construcción, al serlo, inevitablemente se convertirían en una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, la estabilidad de la región y la paz del mundo. Cabe recordar que en caso de ser disparados, los misiles podrían alcanzar, en cuestión de minutos, a la mayoría de las ciudades de Norteamérica. Por donde se le mirase, dicho escenario suponía la peor de las catástrofes.

Los trece días que precedieron el descubrimiento de los misiles y las negociaciones entre Estados Unidos y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, representan uno de los momentos más difíciles y álgidos en la historia de la diplomacia y ciertamente la prueba de fuego para el gobierno del entonces Presidente John F. Kennedy, prueba de la que por fortuna habría de salir bien librado. En el marco de las charlas secretas con el premier ruso, Nikita Khruschev, ninguno de los escenarios contemplados por los militares que rodeaban a Kennedy -con ansias reivindicatorias tras el fiasco que supuso la fallida invasión a Bahía de Cochinos escasos meses atrás- se antojaba sencillo. Bajo las reglas de combate, invadir Cuba o dispararle a los misiles equivaldría a que los soviéticos pudiesen atacar Berlín o a la América continental.

Es de sobra conocido que el gobierno de Kennedy optó por un bloqueo a Cuba -situación que a la fecha subsiste- para evitar la introducción de más armas a la isla. Tras trece días de álgida discusión -que se llevó al pleno del Consejo de Seguridad de la ONU- los rusos acordaron desmantelar los misiles apostados en Cuba bajo la condición de que el gobierno de Estados Unidos hiciese lo propio con los que tenía - apuntando hacia Rusia- en Turquía. Nunca como en aquellas semanas, el mundo estuvo tan cerca de una catástrofe con posibles consecuencias que, de haber ocurrido, mi mente no se atreve siquiera a imaginar. Por fortuna, en aquel entonces la buena voluntad y el entendimiento pesaron más que otra cosa.

Y claro, recordar la Flama de la Paz ahí, en Hiroshima. Permanece ardiente, sigue encendida. ¿Hasta cuándo? Parece que en setenta años el hombre no aprendió nada y hoy, sumado a los miedos de antaño, el terrorismo silencioso y el fundamentalismo como modo de vida y razón de ser, apuntalan la noción de que armamento nuclear o no, la intolerancia hacia el prójimo y el fanatismo, serán los grandes males de este milenio y posiblemente la causa de mucho mayores conflictos de cara al futuro.

Nos leemos en Twitter, sin lugar a dudas: @patoloquasto

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