En el servicio exterior mexicano hay niveles. En la jerga políticamente incorrecta de los diplomáticos mexicanos se habla sobre los diferentes destinos a los que son enviad@s nuestros representantes en el mundo. Por un lado, está la llamada "ruta Revlon", las embajadas por los que la mayoría se pelea y que son los países del Norte desarrollado, algunas de las misiones en Europa, las embajadas de Canadá y Estados Unidos y algunas en Asia, incluida Australia. Por el otro, está la "ruta Baygón", las embajadas del Sur en desarrollo, las "más problemáticas", Bolivia, Venezuela, Cuba, las africanas y las del Medio Oriente. Una tercera ruta es la "taco Bell", la de los consulados mexicanos en Estados Unidos y la ruta del castigo o la "ruta de la Independencia", la de las delegaciones en los estados de la República Mexicana.
Lo anterior viene a colación porque dentro de las joyas de la ruta Revlon está Japón como la más deseada y no es para menos. Después de todo, de acuerdo con el tabulador de salarios de funcionarios diplomáticos mexicanos -disponible en la página de la SHCP- el embajador de México ante Japón gana al mes solamente en salario casi 16 mil dólares, mientras que el Cónsul en Osaka percibe casi 14 mil, ambos funcionarios ganan más que el presidente de México y por ello hay quienes dicen que el cargo en Japón es prácticamente un "regalo para el retiro" de los embajadores que están prontos al retiro o un "premio de consolación" para los que no lograron ser cancilleres.
Pero Tokio es mucho más que eso. Japón es la puerta de entrada para México al continente asiático y es aliado mexicano en temas multilaterales clave como el desarme nuclear, la no proliferación, la ayuda para el desarrollo, la reforma de la ONU y en ocasiones en temas medioambientales - salvo en el de la caza de ballenas. De hecho, durante la visita del canciller Fumio Kishida a México de abril de 2013, para conmemorar los 400 años del inicio de las relaciones bilaterales, el diplomático japonés detalló cómo la cooperación para el desarrollo hizo que ingenieros japoneses capacitaran a mexicanos en tecnología antisísmica y que éstos a su vez enseñaran a ingenieros haitianos tras el terremoto de 2010.
Además, Japón es nuestro cuarto socio comercial, el principal inversionista asiático en México y nuestro país fue apenas el segundo con el que Japón firmó un acuerdo de libre comercio, en 2004. Si bien, en lo diplomático y lo comercial parece haber una relación sana y ventajosa para ambos países, en lo cultural se podría hacer mucho más para usar el poder suave de México en este enorme país. Por ejemplo, bien valdría la pena revivir la idea del excanciller Jorge Castañeda de la creación de un "Instituto México", que bien podría llamarse "Instituto Octavio Paz", para hacer de México la plataforma global del español, como deseaba la expresidenta de Conaculta Consuelo Sáizar con su "Proyecto Cultural del Siglo 21 Mexicano".
Esas dos ambiciosas ideas hoy han sido desperdiciadas y atacadas en lugar de ser retomadas, especialmente porque a dos años y medio del inicio de este gobierno, la diplomacia cultural de la SRE no tiene rumbo y en Conaculta de plano no hay visión ni un proyecto cultural propio. Un esfuerzo aparte y destacable es el tener a Japón como invitado de honor en el Festival Cervantino de este 2014, pero fuera de ello no hay más.
El primer ministro japonés Shinzo Abe visitará México por primera vez este viernes. Ojalá que su visita sirva para que se ejerza presión para apurar el nombramiento de un embajador o embajadora de México ante Japón, ya que el embajador Claude Heller se retiró en mayo pasado y desde entonces el embajador mexicano ante Italia, Miguel Ruiz Cabañas, ha fungido como una especie de embajador con dos plazas. Más allá de ello, ojalá que la visita de Abe y los crecientes vínculos con Japón impulsen la necesidad de fortalecer el flanco débil de este sexenio y en el que México está perdido con Tokio: el de la cultura.
Politólogo e Internacionalista
Twitter @genarolozano
