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Chiapas, frontera de explotación

LAS AUTORIDADES DEBEN PONER MAYOR ATENCIÓN A LA PROBLEMÁTICA

Vida. Todos los días, decenas de guatemaltecos y, en general, centroamericanos cruzan a Chiapas en busca de perspectivas de una vida mejor.

Vida. Todos los días, decenas de guatemaltecos y, en general, centroamericanos cruzan a Chiapas en busca de perspectivas de una vida mejor.

AGENCIAS

En el primer embudo de "contención" para los migrantes que buscan llegar a Estados Unidos, cientos de niños, en su mayoría guatemaltecos, trabajan en el comercio informal, como boleros, vendiendo dulces, de limpiaparabrisas, pepenadores en el basurero o son explotados sexualmente.

En el centro de la ciudad -que todas las noches es tomado por jóvenes prostitutas centroamericanas, migrantes que buscan ayuda para proseguir su periplo a la frontera norte y hombres y mujeres sin hogar- decenas de niños trabajan en jornadas de más de 12 horas para reunir entre 100 y 150 pesos por día laboral.

Henry y Bryan, de ocho y 13 años de edad, son primos y llevan más de dos años viajando entre Chiquimula, en el oriente de Guatemala y Tapachula, Chiapas, en un trayecto de siete horas, para dedicarse a la venta de dulces en el primer cuadro de la ciudad.

Bryan terminó su educación primaria en diciembre pasado, pero a la fecha no ha conseguido continuar con la educación básica, aunque sueña con ingresar a la Normal y prepararse como maestro.

En una jornada que va de 11 de la mañana a las 11 de la noche, Bryan y Henry en algunas ocasiones se acompañan por la ciudad para ofrecer dulces y cigarrillos. Sus puntos de venta son restaurantes, bares y terminales de transporte.

Bryan dice que pese a la campaña del alcalde Samuel Chacón para "limpiar" el centro de vendedores ambulantes, sabe que hay al menos dos centenares de niños que, como él, se dedican a recorrer las calles para ofrecer sus dulces.

El menor se queja del presidente municipal, pues dice que "no quiere a los guatemaltecos y nos está sacando", por eso le gustaría ir a probar suerte en Tuxtla Gutiérrez, donde le han dicho que puede ganar más que en Tapachula.

Aunado a la campaña de persecución, Bryan se queja de la crisis económica y asegura que cuando el quetzal llega a cotizarse a 64 por cada 100 pesos, "el dinero nos rinde", pero ahora por cada 100 pesos, llega a recibir 51 quetzales; "nuestro dinero cada día vale menos".

Bryan y su padre rentan un cuarto en la periferia de la localidad. Cada 15 o 20 días regresan a Chiquimula, Guatemala, donde permanecen algunos días.

El padre de Bryan, quien trabaja en una finca cafetalera cercana a esta ciudad, tiene a su cargo a Henry, también originario de Chiquimula, con el que comparten el cuarto para dormir.

 ENTRE LA BASURA

A poco más de tres kilómetros del centro de la ciudad, en un bosque plantado con árboles de mango y arroyos, decenas de familias originarias de Guatemala hurgan entre la basura que vierten al día más de medio centenar de camiones, de 10 toneladas cada uno, para recolectar papel, aluminio, PET y otros productos.

Miguel tiene 19 años de edad y desde los 14 años empezó a trabajar en el basurero, de donde obtiene diariamente entre 200 y 250 pesos en la recolección de materiales como el cartón, que vende a un peso con 50 centavos el kilogramo, "para sacar para los frijoles".

En el tiradero de basura, con un penetrante olor a pescado salado, los guatemaltecos han instalado champas de plástico y madera para protegerse del sol, comer o para que descansen los niños.

En el momento en que algún camión tira la carga, las parvadas de zopilotes descienden para buscar carne podrida y otros desechos. Con alambres, los niños y adolescentes jalan el material que les servirá para vender.

Eduardo y Pablo, que parecen ser los que controlan a las familias en el tiradero, advierten la presencia de este diario y ordenan a los jefes de familia a esconder a sus hijos entre los árboles: "Esos niños que están aquí, es porque van de paso, viven adelante del basurero", dice Eduardo.

Datos del ayuntamiento local indican que en la ciudad trabajan un promedio de dos mil 500 infantes, la mayoría centroamericanos y de familias en extrema pobreza.

No quiero estar cerca de Honduras

Dos días antes de la Nochebuena de 2013, un grupo de pandilleros con armas de alto poder irrumpió en la casa de Marco Antonio García Rivera, en San Pedro Sula, Honduras, para matarlo frente a sus hijos Anthony, Anderson y Jeferson, de cinco, siete y 10 años, respectivamente.

Días después, los niños que atestiguaron el asesinato de su padre, un agente de seguridad privada, juraron vengar la muerte. La madre de los infantes, Brenda Maribel, de 28 años, decidió dejar su país y establecerse en Tapachula, Chiapas donde pidió protección a las autoridades federales. Meses más tarde, éstas dieron trámite a su solicitud.

A siete meses del asesinato de su esposo, Brenda Maribel aguarda un llamado del Instituto Nacional de Migración (INM), para que les tomen las fotografías y las huellas dactilares y conseguir la FM2, el documento con calidad de inmigrado, para que después de cuatro refrendos, el gobierno mexicano les entregue la visa indefinida.

Sin embargo, Brenda parece tener el alma en vilo, ya que por las noches despierta bañada en sudor, pensando que sus hijos regresarán a Honduras para blandir sus armas en contra de los mareros que mataron a Ismael.

Por eso, no se siente conforme en Tapachula, a sólo 30 kilómetros de la frontera.

-¿Brenda, qué más quiere hacer en México?

-Aprovechar (la estancia en el país) y seguir adelante.

-¿A dónde te piensas ir?

-No sé todavía.

-¿Qué es lo que quisiera hacer entonces Brenda?

-Seguir más adelante.

-¿Hasta Estados Unidos?

-Sí.

-¿Quieres que tus hijos estudien allá? ¿Que se queden a vivir allá en Estados Unidos?

-Sí.

-¿Tienes familia allá?

-No, pero voy a seguir más adelante- insiste.

-Qué ruta vas a seguir.

-No sé, pero voy a seguir más adelante, porque dicen ellos que cuando estén más grandes van a regresar a Honduras para matar a los que asesinaron a su papá, porque ellos miraron a los mareros. Entonces voy a seguir adelante porque no quiero estar cerca de Honduras.

Dulces. Bryan, de 13 años de edad, llevan más de dos años viajando entre Chiquimula, en el oriente de Guatemala y Tapachula, Chiapas, en un trayecto de siete horas, para dedicarse a la venta de dulces en el primer cuadro de la ciudad.
Dulces. Bryan, de 13 años de edad, llevan más de dos años viajando entre Chiquimula, en el oriente de Guatemala y Tapachula, Chiapas, en un trayecto de siete horas, para dedicarse a la venta de dulces en el primer cuadro de la ciudad.
Viaje.  Henry, de 13 años de edad, son primos y llevan más de dos años viajando entre Chiquimula, en el oriente de Guatemala y Tapachula, Chiapas, en un trayecto de siete horas, para dedicarse a la venta de dulces en el primer cuadro de la ciudad.
Viaje. Henry, de 13 años de edad, son primos y llevan más de dos años viajando entre Chiquimula, en el oriente de Guatemala y Tapachula, Chiapas, en un trayecto de siete horas, para dedicarse a la venta de dulces en el primer cuadro de la ciudad.

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