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El Síndrome de Esquilo

EL DIARIO DEL JOVEN LACOLZ

El Síndrome de Esquilo

El Síndrome de Esquilo

VICENTE ALFONSO

¿En qué momento comienza una novela? ¿En el instante en que destella una idea en la cabeza del narrador? ¿O mientras escribe esa historia? ¿El día en que se publica? ¿En qué minuto comenzó a vivir la creatura en la famosa novela de Mary W. Shelley? ¿Mientras el doctor Frankenstein suturaba las partes del monstruo o cuando la autora escribió el párrafo en que el corazón de creatura comienza a latir? ¿Será que la bestia comienza a respirar cada vez que alguien la lee? El momento del génesis es uno de los misterios más fascinantes de la literatura, la más solitaria y al mismo tiempo la más comunicante de las acciones humanas.

Me he puesto a pensar en estas cosas porque, como mis tres lectores saben, estoy encerrado en una pequeña población norteamericana escribiendo una novela, pero también porque este fin de semana leí un libro que se presentó en Torreón el viernes pasado: me refiero a Retrato Esperpento, primera novela de Édgar del Castillo, alias Lacolz. Junto a otros jóvenes creadores (como la poeta Aleida Belem Salazar), Lacolz es parte de la más reciente generación de escritores a orillas del Nazas. Una generación talentosa de la que cabe esperar mucho.

Escrita en forma de diario, esta novela me recuerda otra: Quiero Escribir Pero Me Sale Espuma, de Gustavo Sáinz. Ambas ficciones son protagonizadas por jóvenes escritores que están redactando su primera novela. Por supuesto, se trata de libros muy distintos entre sí, pero hermanados por el conflicto que viven sus personajes: mientras Gustavo Sáinz relata la cotidianidad de un joven escritor que habita en el de efe de los años sesentas, Retrato Esperpento es un diario que registra la cotidianidad de un joven "veinteañero, norteño, parapléjico, recién egresado de la licenciatura en Filosofía pero que no ejerce (…) pues prefiere apostar por el mundillo editorial y literario en su rancho". Como sabemos, Sáinz decidió titular su libro usando un célebre verso de César Vallejo, pues así refleja el trance que aqueja a todo joven escritor: quiere decir lo suyo, pero para hacerlo sólo cuenta con lo que ha leído, es decir, con palabras y frases ajenas.

Esta reelaboración es el recurso en que Lacolz fundamenta su Retrato Esperpento. Reacomodadas con ingenio, las manidas frases de la tribu cobran un significado distinto. El protagonista de la novela lo explica así: "Otro de mis vicios actuales es el manoseo literario. Es decir, tomo un verso o párrafos completos de canciones, cuentos o poemas ajenos con la intención de parafrasear o realizar un texto nuevo. Algunos me regañan por eso. A otros les gusta. Pero, en realidad, a la mayoría le da igual. A mí me divierte". En el arranque del libro encontramos ya resonancias de otra novela: "Supongamos que me llamo Lacolz", dice el personaje, y al presentarse así nos recuerda el inicio de Moby Dick: "Supongamos que me llamo Ismael".

Retrato Esperpento viene a refrescar la narrativa joven de la Comarca, que en los últimos años corría el riesgo de empantanarse en historias de sicarios, yonquis y cumbieros. No hay una sola cuerno de chivo en esta nivola, para usar el término de Unamuno. Hay abundancia de recursos muy bien empleados, eso sí: una capacidad sobresaliente para generar ritmo con el lenguaje, un ojo observador, casi cronístico, para consignar los detalles narrados, y un tino muy acertado para fusionar la cultura popular con las llamadas bellas artes (por ejemplo en el pasaje que mezcla una disertación sobre los moyotes con la obra de Richard Wagner). Encuentro además microficciones estupendas, como la que el protagonista apunta en su diario el 21 de junio: "Era un chico tan alto, pero tan tan alto, que cuando se cortaba el pelo, antes de que cayera al suelo, ya tenía pelo nuevo en la cabeza".

Acaso lo que más me gusta de este Retrato Esperpento es que Lacolz deja un testimonio de cómo su generación percibe de forma distinta las nociones de tiempo y de lugar. En la entrada que corresponde al jueves 24 de enero, escribe: "¿Y las certezas? Entre signos de interrogación se ven más bonitas. Además resultan más prácticas". Esta intención de cuestionar se evidencia claramente tras la estructura fragmentaria del libro. Basta decir que la novela comienza tres veces (al inicio, a la mitad y al final del relato). Y si bien en las dos primeras se trata de certezas, la última se adorna con signos de interrogación, cuando el protagonista se pregunta: ¿Entonces la novela comienza realmente aquí?

Twitter: @vicente_alfonso

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