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Más Allá de las Palabras / Comenzar de nuevo

Los seres humanos estamos perdiendo la batalla frente al mal. Cada vez las fuerzas del demonio ganan un mayor terreno. El diablo nunca duerme, por eso siempre debemos estar preparados para la batalla. Cuando ?el astuto? se da cuenta que alguien está trabajando para hacer el bien, llega de inmediato para desanimarlo, haciéndole creer que su actitud es ridícula. A diestra y siniestra están los enemigos del alma que nunca descansan. Las desviaciones sexuales, los abortos, las infidelidades, los divorcios, los homicidios, la drogadicción y los suicidios, están aumentando a nivel mundial. La tristeza, la desolación y la falta de esperanza van creciendo en las familias como la desertificación en el planeta. Pocas casas pueden llamarse en la actualidad hogares, porque sus moradores ya no recuerdan las promesas matrimoniales. Muchos padres de familia están decepcionados de sus hijos, de su cónyuge y de ellos mismos. Atribuyen sus fracasos a la difícil situación económica que están viviendo, y olvidan que ?no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios?. Son muchos los que se están suicidando -sobre todo jóvenes- al no descubrir el amor de Dios en su existencia. Algunos intentan desesperadamente vender uno de sus dos riñones para pagar deudas que los está mortificando, a pesar de saber que está prohibido hacerlo. El Continente Africano se encuentra enfermo, tiene el 70 por ciento de los cero-positivos que se encuentran infectados de SIDA en todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud informa que el año próximo, la fuerza laboral de todo el mundo perderá 28 millones de personas que se enfermarán del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida. El alma de cada hombre padece violencia porque nuestro espíritu se encuentra inclinado hacia el mal, y es fundamental luchar incansablemente para poder seguir a Jesucristo. A pesar de todo, el Señor está de nuestro lado, pero Él necesita ver que ponemos algo de nuestra parte para no continuar en ese terrible estado de indiferencia.

Es indispensable salir de nuestro egoísmo para buscar a Dios y encontrarlo. Ahora es un momento especialmente propicio para hacer un análisis de conciencia y examinar cómo luchamos contra las pasiones, los defectos, el pecado y el mal carácter. Son muchas las parejas en las cuales alguno de sus miembros padece la infidelidad de otro. Se ha hecho costumbre que en ciertas casas el padre de familia llega borracho, golpea e insulta a su esposa y a sus hijos, y no acepta que le reprochen absolutamente nada. En lugar de ser un ejemplo de amor, de trabajo, y de fidelidad, les está haciendo la vida imposible, y eso ocasiona la desintegración de aquello que pudo haberse llamado hogar.

Hoy como nunca, del cristiano se espera heroísmo porque tiene que luchar contra sus pasiones en grandes contiendas. Necesita fortaleza para poder vivir con lo poco que gana en su trabajo, y alegría para no dejarse vencer por las adversidades. Hoy como nunca, el cristiano necesita cumplir con entusiasmo sus deberes de hijo, de esposo, de padre y de hermano, porque cada vez es más lo que tiene que hacer para llenar ese terrible vacío que diariamente la vida le proporciona. El mundo entero necesita de gente valiente, trabajadora y generosa que no le tema al fracaso, pero que se levante después de haber caído; que comparta sus conocimientos para que otros prosperen; ?que adopte comportamientos coherentes con su condición de criatura redimida por Cristo?; ?que motive y ayude a sus semejantes a que vivan conscientes de su dignidad de hijos de Dios y que por lo tanto se esfuercen por actuar en consecuencia?.

¡Es tanto lo que tenemos que hacer los cristianos al contemplar el desgano de otras personas, que no deberíamos descansar un solo momento! Recordemos que los únicos que no reciben heridas son los que no combaten en las guerras. Quienes se lanzan con más ardor contra el enemigo son quienes diariamente reciben golpes que los lastiman. Los indiferentes son aquéllos que permanecen inactivos haciendo todos los días un balance de sus ?graneros llenos?. Son aquéllos que no se arriesgan y que no intervienen en la vida de los demás porque no quieren tener problemas, pero de esa manera están desaprovechando la gran oportunidad que Dios les da, de aconsejar, velar y cuidar a sus semejantes. Estamos en la lucha y no podemos claudicar, no importa que estemos enfermos o que tengamos limitaciones físicas, todos podemos hacer algo para que este mundo no se hunda en la devastación provocada por el maligno.

El fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso en nuestra familia, en nuestra vida interior o en nuestro apostolado. Elevemos la voz diciendo: ?Porque Tú me lo pides, Señor, comenzaré de nuevo?. Si actuamos de esa manera, acabaremos de tajo con el fantasma del desaliento, que a tantas almas ha sumido en la mediocridad espiritual y en la tristeza.

En nuestro caminar hacia el Señor, no siempre venceremos. Reunir nuevamente a nuestra familia en un ambiente de amor, después de que los hemos insultado, y tal vez maldecido, no es sencillo. Debemos pedir perdón y de perdonarnos a nosotros mismos. Dejemos a un lado la soberbia que tanto daño nos causa y recomencemos con paciencia y humildad, aunque durante mucho tiempo no veamos fruto alguno de nuestro cambio de actitud.

Sintamos urgencia de Dios en nuestra alma, para que Jesucristo derrame su gracia sobre la Tierra, sirviéndose de cada uno de nosotros que ahora somos sus discípulos. Él mismo nos ha elegido para llevar su luz por todas partes. Nos ha seleccionado para trabajar en su aprisco, y de esa manera reunir las ovejas que andan sin pastor, sin guía y sin dirección, confundidas entre tantas ideologías caducas, con creencias basadas en la superstición, el fetichismo y la hechicería. No caben las excusas: no valgo, no sirvo, no tengo tiempo... La vocación cristiana es vocación al apostolado, y Dios da la gracia para poder corresponder. Cuando vemos a tanta gente triste y desorientada, sin ánimo de seguir adelante, lo mejor que les podemos decir es: sigan a Cristo y encontrarán la felicidad.

Muchos cambiarían de actitud si escucharan nuestra palabra que ha permanecido silenciosa durante tantos años. Los sitios oscuros estarían rebosantes de luz; la esperanza de los nuestros volvería a tener un brillo nunca visto; las llegadas tarde, después de visitar a la amante, se terminarían; el gastar la raya semanal con ?los amigos? en la cantina también se acabaría. El índice de divorcios disminuiría, las violaciones y los abortos irían a la baja.

Algunos, nada saben de Dios, porque nadie se ha tomado la molestia de hablarles con claridad, con amor, con fuerza y con entusiasmo, acerca de la misión más importante que tenemos, que consiste en salvar el alma, e intentar salvar el alma de los demás. Les da igual vivir que morir; contribuir con algo positivo en su paso por este mundo, o ser transmisores de costumbres libertinas. Cada generación de cristianos ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo, para que los nuevos hijos de Dios que vayan llegando, conozcan a Cristo y se santifiquen en el sitio y en la época que les toque vivir.

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