Don Estiptio sufría un grave episodio de constipación, o sea estreñimiento. Llamó por teléfono al boticario de la esquina -uno de los de antes- y le contó su mal. El droguero le dijo que acudiera a su farmacia, y le indicó que midiera cuidadosamente, en pasos, la distancia que mediaba entre el baño de su casa y el mostrador de la farmacia. Hízolo así don Estiptio. Cuando llegó a la droguería el boticario le preguntó cuántos pasos había contado entre un punto y el otro. “Son exactamente 672” -le informó el constipado. “Muy bien -responde el farmacéutico-. Necesitaba ese dato porque voy a prepararle una drástica pócima catártica, hidragógica, colagógica y altamente purgativa. El dicho remedio hará un efecto fulminante, tanto que apenas tendrá usted tiempo de llegar desde aquí al baño de su casa”. Así diciendo procedió el boticario a elaborar en sus morteros y retortas aquel depurador o laxativo, y ahí mismo hizo que lo tomara don Estiptio. “Ahora -le dijo- vaya usted de inmediato a su domicilio, sin detenerse para nada, sino antes bien apresurando el paso a fin de evitar alguna contingencia infortunada, pues he medido con absoluta precisión el efecto de la pócima en relación con la distancia que hay desde aquí al baño de su casa”. Salió con premura de la botica don Estiptio, y encaminó sus pasos en derechura de su hogar. Una hora después el farmacéutico lo llamó por teléfono y le preguntó cómo le había ido con la pócima. “Doctor -responde mohíno don Estiptio-, le falló usted por un mosaico”... Simpliciano, muchacho ingenuo y cándido, casó con Pirulina, joven mujer con muchos kilómetros de vida. A los tres meses de casados ella dio a luz un robusto bebé. “Entiendo -le dice Simpliciano con severidad-, que los niños deben nacer a los 9 meses”. “No sabía eso -responde Pirulina-, pero te prometo que con el próximo así sucederá”... Blancanieves se pone frente a su espejo mágico y le pregunta: “Espejito, espejito: dime cuál de los siete es el papá de mi bebito”... “Ya no hay religión”, decía la madre de mi madre, mamá Lata, cuando sabía de algún crimen desastrado. Trasladada esa expresión al laicismo de nuestra época podríamos nosotros afirmar: “Ya no hay valores”. Nos equivocaríamos, sin embargo. La inmensa mayoría de los mexicanos se gana la vida honestamente, sin hacer daño a nadie. Es una minoría pequeñísima la que con su violencia y su maldad perturba la vida comunitaria y siembra el miedo entre la población. Ciertamente esos malvados no prevalecerán: tarde o temprano ellos mismos serán víctimas del mal que causan. Ante sus amenazas la sociedad en su conjunto debe mantenerse unida, y hacer que la justicia y la ley frenen y castiguen a los perversos que la dañan... El estilista le pregunta al cliente: “¿Le pongo champú de huevos?”. “No -responde el individuo: “No. Del de cabeza, como siempre”. (No le entendí)... Babalucas dejó puestas las llaves del coche. “¿Por qué haces eso?” -le preguntó el amigo que iba con él. Responde Babalucas: “De esa manera no las dejo en ninguna parte, y puedo encontrarlas cuando regreso al coche”. “Oye -le dice el amigo-. ¿Y si te lo roban?”. “No importa -sonríe el badulaque-. Traigo otro juego de llaves en la guantera”... Una señora se presentó ante el ginecólogo. Lucía las evidentes señas de un embarazo de seis o siete meses. Le pide al médico: “Quiero que me recete unas píldoras anticonceptivas”. “Pero, señora -se asombra el facultativo-. Ya está usted embarazada. ¿Para qué quiere un anticonceptivo?”. Explica la mujer: “Es que mi marido sigue muy ganoso, y temo que ahora me vaya a hacer una joroba”... FIN.
