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De iglesias y religiones

Las laguneras opinan...

Rosario Ramos Salas

De visita por Cuatro Ciénegas me enteré que el Templo de San José de Cuatro Ciénegas, está cumpliendo 200 años. Fue entonces que, a propósito del Centenario que los torreonenses celebramos, me surgió la duda sobre cuál fue el primer templo establecido en nuestra ciudad y cuándo se erigió.

Investigué y encontré cosas interesantes que además me hicieron recordar la cercanía, que en mis años de escuela, al asistir a una confesional, teníamos con las fiestas y oficios religiosos y cómo, gran parte de la vida de las familias giraba alrededor de las tres iglesias más conocidas por todos los que aquí crecimos: Guadalupe, el Carmen y el Socorro.

Me acordé que, para las niñas era obligado, en el mes de mayo, llevar flores a la Virgen; junio era el mes de los niños, quienes hacían lo propio con San José. Y qué decir de las peregrinaciones, que a la fecha siguen siendo tan populares entre los laguneros, cuando cada mes de diciembre se llevan a cabo, para ir a rendir tributo a la Virgen de Guadalupe. Y por supuesto salir a la calle, como todavía hacemos los laguneros a ver a los matachines, que con su baile, ritmo y tambora, además de una admirable devoción, caminan por toda la avenida Juárez hasta llegar al Templo de Guadalupe.

Siguiendo con mi investigación, de acuerdo a la información que me proporcionaron en las oficinas de la Diócesis, hacia la mitad del siglo XVI, por los años 1566 o 1567 los primeros colonizadores y evangelizadores, llegaron al norte y a lo que hoy es nuestra comarca, que en ese entonces estaba habitada por tribus en su mayoría nómadas. Venían encabezados por el Fraile Pedro de Espinareda quien se dio a la tarea de cristianizar a los indígenas que habitaban las márgenes de la laguna de Mayrán y de Viesca.

Hacia 1572 desembarcan en la Nueva España los primeros quince jesuitas y pronto comenzaron a fundar misiones, colegios y seminarios. En 1594 arribaron a estas tierras los jesuitas Francisco Ramírez y Juan Agustín de Espinoza, quienes con muchos trabajos lograron establecer la primera congregación de dos mil indígenas, en las orillas del Nazas, con el objetivo de cristianizarlos.

En 1767 los jesuitas fueron expulsados por Carlos III, pero ya habían dejado en la región, su huella evangelizadora.

Para 1891 la hacienda del Torreón tenía unos cuantos habitantes que se habían asentado por el rumbo de la boca de las Calabazas y dependían, en materia de culto religioso del Obispado de Saltillo. En ese año, su primer obispo Don Santiago Garza Zambrano viene, por primera vez de visita pastoral al rancho del Torreón y encuentra que los servicios espirituales eran muy deficientes y que sólo los domingos, el cura de Matamoros llegaba a celebrar misa, en un local propiedad del señor Andrés Eppen, personaje clave en el desarrollo de la futura ciudad.

Seguramente el obispo de Saltillo visitaba la región muy de cuando en cuando. De ese tiempo data la expresión “cada venida de obispo” cuando queremos decir que algo ocurre muy de vez en cuando.

Y para no tener que estar viniendo tan seguido, -pienso, y viendo que la población requería de los servicios de una parroquia, es entonces que, en 1893 el obispo Garza Zambrano envía a Torreón a un joven y entusiasta sacerdote, el P. Pudenciano Villalobos, con el encargo de que se edificara una iglesia, que sería la primera en la villa del Torreón, que contaba con seis mil habitantes.

El templo de Guadalupe se convierte así en la primera iglesia parroquial. El P. Villalobos debió haber entusiasmado, como se ha hecho con muchas obras en la región y consiguió de los fieles y de los pudientes el dinero para construir el templo que se consagró solemnemente con la primera misa el 12 de octubre de 1895.

En 1910 inicia la historia de lo que es hoy la catedral de Nuestra Señora del Carmen. Torreón ya había sido declarada ciudad y la población había aumentado, por lo que, otra vez, el obispo de Saltillo mandó a cinco sacerdotes de la orden carmelita a fundar la segunda iglesia que fue erigida parroquia el primero de mayo de 1920. Hace 50 años la majestuosa iglesia del Carmen se convirtió en catedral, sede desde entonces de la Diócesis. Muy bien me acuerdo de la llegada a Torreón del primer obispo Don Fernando Romo, cuando gran cantidad de niños y familias salimos a las calles, con gran algarabía a recibirlo.

La iglesia del Perpetuo Socorro fue la tercera en edificarse. Se buscaba ubicarla en un punto intermedio entre Guadalupe y el Carmen, como efectivamente se logró. Su construcción comenzó a mediados de 1925 y se terminó el 18 de octubre de 1930. En esa misma esquina de Juárez y Falcón ya funcionaba, desde 1920, una Capilla que había sido establecida por los redentoristas que llegaron, como era lo previsto, enviados por el Obispo de Saltillo a desarrollar la nueva misión.

Algo que llama la atención es que cuando se trazó el primer cuadro de la ciudad, frente a la plaza principal no quedaron ni, los poderes civiles ni los eclesiásticos, al menos de la iglesia católica, como era común en muchas de las ciudades coloniales.

La llegada a Torreón de inmigrantes de varios países y la libertad de cultos consignada en nuestra Constitución, hizo que surgieran otros cultos y nuevas iglesias, como la bautista, evangelista presbiteriana y la iglesia anglicana. Ya en 1902, encontramos, frente a la plaza de Armas, antes llamada 2 de Abril a la Iglesia Bautista, que fue, además sede del primer Seminario Teológico Bautista Mexicano fundado en 1901 y trasladado, años más tarde a la Ciudad de México.

Actualmente frente a la plaza de Armas tenemos una iglesia, la Bautista y un edificio que es sede del Ayuntamiento, el antes edificio del Banco de México.

En una guía comercial de 1902 se menciona que el ramo de las iglesias no prosperaba. Sólo teníamos la de Guadalupe, la Bautista y la Evangelista.

Sorprende que hoy en día debido al crecimiento de la ciudad, a cien años de su fundación, el número de templos e iglesias vaya en aumento, sobre todo si se piensa que, en el convulsionado mundo en que vivimos, los seres humanos necesitamos alimentar el espíritu.

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